EL PAíS › OPINION

A pesar de los guiños

 Por Washington Uranga

En medio de una relación que se ha tornado compleja en los últimos tiempos entre el Gobierno y la jerarquía de la Iglesia Católica, hasta el momento no existe otra cosa que guiños de una parte y de la otra, intentando no perder la iniciativa y dejando en claro ante la opinión pública, unos y otros, que sigue existiendo disposición al diálogo. La conducción episcopal pretendió dejar una puerta abierta cuando en diciembre, en medio de la reunión de la Comisión Permanente, hizo saber que reiteraba una antigua invitación al presidente Néstor Kirchner para visitar la sede de la Conferencia Episcopal. Contrariamente a lo que supusieron en ese momento algunos obispos, en el Gobierno se leyó la iniciativa más como un “poner la pelota en el otro campo” que como un verdadero gesto.

De todos modos, el secretario de Culto, Guillermo Oliveri, recibió instrucciones de la Casa Rosada para hacerles saber a los obispos acerca de la disposición al diálogo existente en el Gobierno. A Oliveri, un hombre que a diferencia de muchos de sus antecesores en el cargo no proviene de círculos cercanos a la Iglesia Católica, le está tocando una tarea sumamente difícil para servir de puente y acercar posiciones. Sin embargo, de una y otra parte se admite que por diversas razones su capacidad de iniciativa está sumamente limitada y su tarea se restringe a desempeñar, de la mejor manera, la función de un facilitador del diálogo.

El sábado, Néstor Kirchner asistió en Río Gallegos a la asunción del obispo Juan Carlos Romanín y a la despedida del obispo saliente, Alejandro Buccolini. Más allá de las razones de amistad que se puedan aducir, está claro que el Presidente, cuando se presenta la oportunidad, busca la ocasión para mostrarse con ciertos obispos como forma de dejar en claro que sigue teniendo vínculos con algunos sectores de la Iglesia Católica así como reafirmar su condición de cristiano. Se trata de otro guiño hacia el Episcopado. Lo de Kirchner fue precedido hace apenas unos días por un inesperado elogio del ministro del Interior, Aníbal Fernández, hacia el cardenal de Buenos Aires y presidente de la Conferencia Episcopal, Jorge Bergoglio, en referencia a su homilía con ocasión del aniversario de la tragedia del boliche Cromañón. El ministro calificó de “excepcional” la alocución de Bergoglio en esa ocasión.

Un guiño más.

Sin embargo, a pesar de todos los guiños, las dificultades siguen planteadas. Al Gobierno no le cae bien que los obispos, como volvieron a reiterarlo en los últimos días, hablen sobre temas sociales. Lo sienten como una crítica directa y no siempre leal al Presidente y sus colaboradores. Desde el Episcopado se insiste en que la prédica no es “contra el Gobierno” sino una “mirada pastoral” sobre la realidad. Como prueba de ello subrayan que en el plano social existe la mayor colaboración entre la Iglesia y el Gobierno y que nadie piensa cambiar ese rumbo. Desde el mismo terreno episcopal se sostiene que en el Gobierno no hay una buena lectura de lo que dicen los obispos y que, incluso, “se trata a todos por igual como si dentro de la Conferencia Episcopal existiese una sola opinión”.

Tampoco está muy claro que desde el propio gobierno se analice en profundidad los problemas propios del Episcopado Argentino. Si en la Casa Rosada están molestos con el Vaticano y con la Secretaría de Estado en particular por la no resolución del “caso Baseotto” está claro que en la jerarquía católica argentina las diferencias con Roma son igualmente importantes, así sea por otros motivos. Los obispos argentinos se sienten frecuentemente desautorizados o desconocidos por Roma. Para ello vaya como ejemplo la designación como arzobispo Rosario del obispo José Luis Mollaghan, un hombre que a pesar de haber sido por dos veces secretario de la Conferencia Episcopal recibe muchas críticas de sus pares, hasta el punto de que no figuraba en las ternas propuestas a Roma para sustituir a Mirás. Sin embargo, el Vaticano –quizás escuchando otras voces argentinas, episcopales y no episcopales, que no forman parte de la conducción del Episcopado y que se mueven por los pasillos romanos– nombró a Mollaghan dejando en el camino a otros candidatos como Agustín Radrizzani y Jorge Casaretto.

A todo lo anterior hay que sumar, sin duda, cuestiones de estilo y personalidad. Tanto Kirchner como Bergoglio, las dos cabezas institucionales, tienen personalidades fuertes, un dato que tiene que ser contemplado a la hora de propiciar el diálogo. Pero por ahora, entre Iglesia y Gobierno apenas existen guiños y algunas conversaciones en niveles secundarios o colaterales en el intento de allanar el camino.

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