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Un pueblo sacudido por la fiebre del oro negro

El descubrimiento de nuevos yacimientos, hace algunos años, hizo crecer a Las Heras en forma abrupta. A veces llegan sin sus familias y son más los hombres que las mujeres. Los precios aumentan con cada aumento salarial.

Por Martín Piqué
Desde Las Heras, Santa Cruz


“¿Quiere ir hasta la municipalidad? Es muy lejos, tómese un remise.” El consejo del comerciante se repite a cada rato. Pueden ser amas de casa, jóvenes, empleadas de limpieza del hospital. Todos coinciden. Pero lo curioso es que hasta el destino hay sólo unas pocas cuadras, quizá cinco, como mucho diez. ¿Por qué tanta afición por los remises, incluso para distancias tan cortas? Es una costumbre impuesta por el invierno. Las temperaturas obligan a viajar sobre ruedas, a puertas cerradas, y el hábito se volvió rutina casi inconsciente. Eso explica por qué una de las prioridades de los habitantes de Las Heras es comprarse un vehículo. Casi toda la ciudad, desde gerentes, personal jerárquico de las empresas petroleras, hasta comerciantes y trabajadores, tiene su auto o camioneta.

El panorama se reflejó en la protesta en la ruta 43 que se levantó el viernes a la noche. Muchos obreros estacionaban sus vehículos a un costado de la ruta, en la banquina, para sumarse a las asambleas o quedarse en el campamento sobre el asfalto. Todo eso le daba una fisonomía muy distinta de los piquetes del conurbano de las agrupaciones piqueteras. Además, a diferencia de las concentraciones que se suelen ver en Buenos Aires, los petroleros no se preocupaban por mostrar una gran cantidad de manifestantes: un grupo reducido se quedaba en la ruta, mientras algunos familiares y amigos iban y volvían con sus autos. La protesta a veces se dispersaba todavía más. Para impedir el ingreso a las distintas baterías de des-hidratación del crudo, los delegados se dividían para cubrir todos los puntos. Y cuando se anunció la inminente llegada de la Gendarmería, levantaron los guarda-ganados que hay en los caminos alternativos.

Tras forzar y quitar los guarda-ganados, en los caminos quedaron fosas bastante profundas. Una familia de la zona, propietaria de una estancia, los Helmich, chocó con su auto por esa razón. La radio transmitió la noticia. El hecho, obviamente menor, reforzó ciertas antipatías que existen en la ciudad. Son hostilidades que perduran desde hace años, y que reflejan los cambios que se fueron produciendo en la ciudad con la llegada del boom petrolero. Los “nyc”, nacidos y criados en la zona, la mayoría vinculados con la actividad ganadera (a pocos kilómetros de Las Heras, en Los Perales, todavía hay campos con ovejas), observaron con resignación cómo comenzaban a llegar los nuevos inmigrantes. Ese proceso comenzó en la década de los ’40, luego de que se descubriera petróleo en la zona de Caleta Olivia, primero, y en Pico Truncado, más tarde.

Aunque la antipatía todavía se mantiene, está algo disimulada. La extraordinaria rentabilidad del petróleo hizo que los vecinos históricos fueran aceptando el aluvión. Hoy casi toda la ciudad vive de las inversiones de las empresas petroleras y de lo que gastan los trabajadores de los pozos. “Acá hay dos supermercados y se ponen de acuerdo para remarcar cada vez que hay un aumento salarial. No hay cámara de comercio. Si hasta no dejaron que se instalara un hipermercado de Río Gallegos, El Tehuelche, que vende muebles y artículos para el hogar”, dice la propietaria de un hotel que pasa parte del año en Las Heras y el resto en Trelew.

Muchos de los inmigrantes que vienen a trabajar en el petróleo lo hacen solos, son hombres jóvenes o llegan sin sus familias. Cierta desproporción entre hombres y mujeres se nota en los lugares públicos, también en los espacios para el tiempo libre: el casino y los dos cibercafés. La presencia masculina explica la proliferación de cabarets y prostíbulos. Los petroleros que se establecieron con su familia pasan poco tiempo con ellos: las jornadas de trabajo superan las 12 horas. Ese panorama obsesiona particularmente al cura párroco, Luis Bicego, quien suele relacionar esa situación con el alcoholismo, la drogadicción y los casos de suicidio que hicieron famosa a la ciudad. Bicego, enfrentado con el intendente y crítico de Néstor Kirchner, se encuentra de vacaciones en Italia. En la negociación entre petroleros, Gobierno y empresas lo reemplazó el cura salesiano Juan Carlos Molina, de la localidad vecina de Cañadón Seco.

En el trío que conforma con Caleta Olivia y Pico Truncado, Las Heras es como la hermanita menor. Aunque la mayoría de los pozos petroleros están aquí, sus vecinos se quejan porque en la ciudad no hay cines, fomento para el deporte, ni oportunidades para los jóvenes. Como contó la periodista Leila Guerriero en su libro Los suicidas del fin del mundo, los adolescentes parecen ser el grupo de más riesgo. Como acto reflejo, la municipalidad y el gobierno provincial lanzaron un proyecto con la ONG Poder Ciudadano desde hace años. Se llama “Jóvenes negociadores” y busca fortalecer la capacidad de los menores para enfrentar situaciones de conflicto. Sin embargo, en estos días los chicos del pueblo sólo hablan de una negociación: la que llevaron adelante los petroleros disidentes.

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Los símbolos del petróleo están hasta en las plazas del pueblo para que jueguen los chicos.
Imagen: Bernardino Avila
 
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