EL PAíS › OPINION

Ausencia de grises

 Por Eduardo Aliverti

Composición tema “La vaca”, podría ser, porque el campo larga el primer paro. O “El periodismo”, porque el Gobierno y (algunas de) las grandes empresas identificadas con el área andan en un cruce nunca o pocas veces visto. O “La Iglesia”, designación que en Argentina remite sólo y enseguida a la católica y a su máxima jerarquía, porque los desplantes de Kirchner hacen que los choques con esa gente vuelvan una y otra vez. O “Los militares”. O “Los grandes frigoríficos”. O “El Congreso avasallado”. Y sigue.

Casi por donde se busque, se encuentra casi de inmediato un escenario de conflicto entre el oficialismo y los grandes actores sociales que cuentan con grados importantes de influencia (real o construida como tal). Por lo tanto, habría que unificar la composición bajo un título menos ganchero y más retórico, del tipo de “Cómo pararse política e ideológicamente en un momento que semeja a guerras abiertas”. Si se prefiere un tono más de comentario al paso, no estaría mal “¿De qué lado me pongo?”. Y si se quiere intentar cierta opinión y profundización desde el vamos, tampoco está mal algo así como “¿Todo esto es realmente lo que parece?”.

No por una cuestión de gusto o vicio profesional, sino porque espeja ese carácter de eventual confrontación virtualmente inédito, suena bien empezar, e inclusive priorizar, desde los avatares con la prensa. ¿Con toda la prensa está enfrentado el Gobierno? De ningunísima manera. Esta pelea se reduce a los topetazos con la editorial Perfil, con la que es obvio que hay una animadversión personal del jefe de Estado; y a los producidos con el diario La Nación, con el que es igual de obvio que hay un encono, llamémosle, institucional/ideológico. Con el resto de las empresas de “raigambre” periodística y de colegas que gustan denominarse “independientes”, no se ven problemas. No, por lo menos, mayores que la discusión de los tiempos de la rata, o de Alfonsín, en torno de cuánta plata gira el Estado, y hacia dónde, en concepto de publicidad oficial. El tema pasa solamente por Perfil y La Nación, y no jodan más. No joda más ni el Gobierno, haciéndose la víctima de una campaña en contra y presuntamente generalizada de toda la prensa; ni jodan más esas dos empresas que se victimizan como atacadas hasta el punto de lamentar que está poniéndose en riesgo la salud de la República. No joda más ninguno. El uno vierte las mismas lágrimas de cocodrilo que derraman los otros dos. El uno porque ubica en un lado los gritos que no se condicen con los huevos que puso en otro, tras haberles renovado las licencias por 20 años a los emporios que operan la radio y la televisión (más los brutos dinerillos que fueron a parar a los fascistas del canal y la radio que ya sabemos, hoy trasmutados a analistas de la moderación). Y los otros dos porque ponen los huevos en la defensa del liberalismo empresarial pero pegan los gritos para que los solvente el Estado, y/o para que el Estado haga lo que sirve a sus aspiraciones de clase. Cocodrilo y tero. En serio, no joda más ninguno. Ni Kirchner, ni su mujer, ni Fontevecchia, ni Morales Solá, ni Grondona, ni los que desde el periodismo se creen los padres de la Patria. Como dijo alguna vez el poeta César Jaroslavsky, “todos tenemos pelitos en el culo”. Pero acá parecería que fueron en procesión a la depiladora para hacerse la tira de cola. De todas formas, hacia el cierre de estas líneas habrá al respecto una consideración tan tendenciosa como la que expresa esta muchachada.

¿Qué de distinto puede decirse del resto de los titanes, o de las situaciones vendidas como titánicas? El Gobierno juega al reverendísimo pepe la ¿carta? de que el Congreso le apruebe superpoderes al jefe de Gabinete y recontrapoderes de decretos necesitados y urgentes al despacho presidencial. Inentendible, porque le sobra plata para jugar como quiere las partidas de fondos extraordinarios (o no tan inentendible: edifica poder “sometiéndose” a escrutinio democrático en el Parlamento, seguro de que con Cristina le basta y sobra para humillar a una oposición más bien patética). Es decir, una jugada entre calculada y cínica. ¿Pero alguien supone con mínima seriedad que quienes se muestran escandalizados no harían lo mismo si fuesen gobierno? ¿No lo hicieron, de hecho, con un alfonsinismo que gobernó sin presupuesto aprobado; un menemismo que fue una banda delincuencial y una Alianza que se regaló a lo que Cavallo dijera que necesitaba? Y claro: ¿con cuál autoridad moral pueden hablar de qué los jerarcas de la Iglesia, que bendijeron torturas y desapariciones? Y claro, ¿desde dónde habla de lucha popular este gobierno que ni habla ni toca un sistema impositivo que castiga a los pobres transfiriéndoles recursos a los ricos como casi ningún país de la Tierra?

Cuando los conflictos de poder (o de lo que sea) estallan de la manera en que están haciéndolo en Argentina, en algunos casos del pico para afuera y en algunos menos como reflejo de un cruce efectivo o coyuntural de intereses, la tendencia por lo general irrefrenable es ponerse de un lado o de otro. A veces es correcto que sea así porque se trata de visiones y aplicaciones irreconciliables. Pero a veces no, y ésta es una de ellas. Consignado de otra manera, ¿este gobierno es un poco, bastante o mucho mejor de lo que se suponía, visto desde la defensa de ciertas necesidades populares? Sí. ¿Y eso quiere decir que hay que correr a situarse detrás de él por la magnitud y la repulsión que encarnan y despiertan sus enemigos o adversarios reales o inventados? No.

Como refuerzo: ¿Vamos con Kirchner, y sus patrullas, en aras de que enfrente aparecen Macri, los grandes ganaderos, la curia, la resaca militar, la ineptitud interminable de los radicales y parte de lo peor de las corporaciones de base periodística? No. Pero si el conventillo sirve para que se deschaven entre ellos y caigan hacia el sol los trapos de reaccionarios vestidos de republicanos independientes, ¿me pongo contento? Sí.

De los grises, de vez en cuando, surge el mejor aprovechamiento dialéctico para saber mejor cuándo realmente es blanco y cuándo negro. Porque tengámoslo claro: en algún momento es blanco o es negro.

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