EL PAíS › ACTO EN LA ESTACION AVELLANEDA, ESCENARIO DE LOS ASESINATOS

“La sangre de los caídos es rebelión”

Una multitud homenajeó a Darío Santillán y Maximiliano Kosteki en el lugar donde murieron. Las frases. Las consignas. La voz de los amigos y parientes. Todo transcurrió en paz pese a una provocación de la Federal.

 Por Martín Piqué

Las letras estaban escritas en aerosol rojo. Desprolijas y urgentes, resumían todo en una palabra: “Darío”. El nombre había sido garabateado sobre el cartel informativo del tren Metropolitano, en el hall de la estación Avellaneda. La pintada expresaba al mismo tiempo dolor, emoción y homenaje. Y convertía en una retórica estúpida el lenguaje frío y conciso de la publicidad. “Y dale alegría a mi corazón, la sangre de los caídos es rebelión”, cantaba, entretanto, la multitud. Sobre el piso embarrado por la lluvia se veían las velas que había colocado Claudia, la novia de Santillán. Afuera, en la avenida Pavón, el hermano de Darío aclaraba desde un micrófono que no se trataba de “un acto de solidaridad, sino de reivindicación”.
Una semana atrás, un policía bonaerense había utilizado el cartel para levantar los pies de Maximiliano Kosteki, que se desangraba por un tiro en el pecho. La imagen quedó registrada en muchas fotos, convertida en sinónimo de la crueldad. Ayer, el mismo letrero, que indica las estaciones de la línea Roca, se volvió un símbolo para la muchedumbre que llegó a Avellaneda. Ocupó toda la estación y se concentró en la “sala de acceso a los andenes 4-3-2-1”, según se informaba en la pared. Habían piqueteros, asambleístas, militantes políticos, delegados gremiales, jubilados y vecinos. Y también estaban los familiares y amigos de los dos jóvenes asesinados. Mucha gente no había podido entrar, y los que lo lograron se ubicaron en círculo.
En primera fila estaba Alberto Santillán, el padre de Darío, que confesó a los movileros: “Siento un odio que sería capaz de salir a matar”. A su lado se encontraba Claudia, la novia de su hijo, que colocó al pie del cartel una pancarta con la foto del piquetero del barrio La Fe, de Lanús. Por ahí se veía a los amigos de Maxi, que lo conocían del colegio o de fiestas. Una voz desencajada gritó los nombres de los dos piqueteros, y la gente respondió “¡presente!”.
El hall se llenaba cada vez más. Militantes de diversas organizaciones se codeaban, saltaban y gritaban entre un par de banderas de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) y el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST). Pablo Micheli, de ATE, y Vilma Ripoll, de Izquierda Unida, cantaron “yo sabía, yo sabía, que a los pibes los mató la policía”. La mayoría de los piqueteros de la Coordinadora Aníbal Verón aún no habían llegado, aunque sí estaban los más amigos de Santillán y Kosteki.
Cuando terminó el homenaje, Leonardo Santillán, hermano de Darío, tomó un micrófono y habló. Los manifestantes, para entonces, ocupaban más de cuatro cuadras sobre Pavón. Leonardo reivindicó la lucha de todos los piqueteros y reclamó la “unidad de todos los sectores”. Luego, mientras caminaba en la primera línea de la movilización, habló con Página/12. “Es bueno que nos despertemos todos los sectores. Porque, si no, nosotros íbamos a seguir siendo los malditos. Pero no es cuestión de que se solidaricen con nosotros. Lo que necesitamos en este momento, que es tan duro para nosotros, es que nos juntemos, sí o sí”, dijo.
La gente empezó a caminar, lentamente, aterida por el viento y la lluvia. Primero iban los piqueteros de la Aníbal Verón, como había sido acordado en la Casa Nazareth, detrás las asambleas, la CTA, Barrios de Pie y el Bloque Nacional, compuesto por el Polo Obrero, el MTL y los partidos de izquierda. Pero más gente se sumaba cada vez que llegaba un tren. Algunos, antes de caminar, recorrían las salas de la estación, reconstruyendo lo que habían visto en las fotografías.
“¿Acá era dónde estaba el muchacho?”, preguntó a Página/12 Sirio Fernández, un jubilado de 73 años, de Lanús, que se enteró por la TV que había sido vecino de Santillán. “Qué barbaridad, qué desastre”, repetía mientras miraba los dos pilares de hierro entre los que Darío trató de socorrer a Kosteki y, luego, fue tiroteado por la espalda. “Todo el mundo llora”, decía Sirio, enfundado en una campera de corderoy gastada. Como el jubilado, tres trabajadores portando pecheras verde de ATE recorrían con la mirada, absortos, los kioscos de revistas, los dos pilares de hierro y el techo transparente con vigas rojas de estilo inglés. “El otro día vimos todo por TV, hoy estamos acá”, admitió Jorge Villarruel, que reconocía el entorno por las fotos que vio en los diarios. Por ese mismo lugar caminaba Alejandro, de la Red Acción, una asociación que colabora con el MTD de Lanús a través de la comunicación alternativa. Alejandro conocía bien a Santillán, con quien había hecho prensa para los desocupados de la zona sur. “Darío vivía en la manzana 2 del Barrio Don Orione. Su vida me hace acordar a algunos militantes de los ‘70: entre los 18 y los 21 años, todos los días, estuvo organizando, peleando y concretando proyectos. Fueron años intensos y felices. Además, era el más guapo, era un ganador: cuando llegaba con la moto al local del MTD, todas las mujeres se paraban para mirarlo.”
Unas cuantas columnas ya habían dejado atrás la estación, donde quedaban unas cuantas huellas del homenaje. Especialmente, en las paredes. “Maxi y Darío, cumpas, su sangre incendia nuestras venas. Nuestro fuego será primavera”, había escrito una mano anónima, en letras rojas.
A las tres de la tarde, la primera fila de la marcha subió al puente Pueyrredón. Los primeros, sin palos, sin pasamontañas, ni bufandas, eran los piqueteros de la Aníbal Verón. Y adelante de todos, iban los familiares de los dos jóvenes asesinados. El padre de Santillán, con una muleta, rengueando de su pierna izquierda. La novia y los compañeros, encolumnados detrás de una bandera con la consigna: “Darío y Maxi, presentes”. Más unos cuantos amigos de Kosteki, que llevaban una bandera de todos colores, pintada a mano, con el dibujo de un rostro con lágrimas. Bajo esa pancarta caminaba Luciana, una amiga de Maxi, que se había dibujado un puntito en la frente al estilo del “tercer ojo” de las mujeres de la India. “Yo lo conocí en el Nacional de Adrogué, fui su novia un año y medio”, contó con la mirada perdida.
Cuando la marcha llegó a la mitad del puente, sobre el Riachuelo, se topó con la Federal, que había cortado la autopista. Estaba la Guardia de Infantería, las motos de la brigada de despliegue rápido, dos carros hidrantes, un colectivo del hipermercado Auchan lleno de policías y dos trafic azules de la “Dirección General de Orden Urbano”. Los piqueteros lo tomaron como una provocación. “¡Asesinos!”, les gritaron, entonces, desencajados, mientras algunos referentes improvisaban un cordón de seguridad para impedir cualquier agresión. Por suerte, por lo que fuera, no pasó nada. “Siento mucha impotencia. Creo que, a veces, los policías nos miran de manera sobradora. Y eso es lo que nos pone muy mal”, explicó después Miriam, compañera de Santillán en el barrio La Fe, que trabaja en la comisión de la copa de leche y cobra 150 Lecops del Plan Jefes y Jefas de Hogar.

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El acto terminó. Miles de personas rumbo a la Capital.
El Puente Pueyrredón literalmente ocupado por la multitud (arriba).
Claudia, la novia de Darío Santillán, enciende unas velas en el hall de la estación de tren.
Las puso junto a una pancarta con la foto del piquetero al que masacraron el 26 de junio (abajo).
 
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