EL PAíS

Dos formas de ver a Blumberg

 Por Eduardo Aliverti

La del instrumento Blumberg fue una manifestación muy considerable, y dejaremos de lado su composición. Nos quedaremos, simplemente, con que se trató de mucha gente. Tanta, más, mucha o muchísima más gente que la que le alcanza a la izquierda, al kirchnerismo o a los movimientos sociales orgánicos para decir que el pueblo se volcó a las calles; o que fue un signo de que la esperanza está viva, o cualquiera de esos eslóganes.

Sí cabe atender de entrada a que el número de participantes fue el que fue a pesar de que el Gobierno intentó disuadir a los participantes mediante el recurso de infundir miedo. Los vecinos sensibles desbordaron la Plaza. Pero sólo seguimos hablando de números (aunque, cuando un número como ése sale a la calle con consignas de izquierda, la derecha compara las decenas de miles con los millones que se quedaron en sus casas; ahora podría aplicársele a la derecha su propia medicina: ¿cuánta gente salió por Blumberg?, ¿40 mil, 70 mil, 100 mil? Los miles que se quiera, ¿cuántos son cotejados con un área geográfica donde habitan alrededor de 12 millones de personas? Chicana barata, ¿no? Porque la cosa es la potencia representativa que se demuestra a través de un sector activo, y nunca la comparación numérica seca. A tragarse esa píldora).

Otra tentación es caer, justamente, en los aspectos frívolos de las convocatorias del jueves. En los errores garrafales de un gobierno que, gracias a los raptos kirchneristas de setentismo culposo, le sirve los argumentos al enemigo. En cómo se sirven en bandeja al apetito de los medios. La bravuconada de D’Elía, la inconcebible ingenuidad de Pérez Esquivel, el insólito error del Gobierno agrandando la figura del instrumento Blumberg son cuestiones periodísticamente atractivas pero políticamente secundarias. En definitiva, lo del jueves fue importante pero por razones contrarias a las que se esgrimen.

El éxito del instrumento Blumberg es pírrico. Llenó la Plaza pero, de ahora en adelante, sólo le queda ser candidato o adherir a un partido. El mismo lo dijo, en su “apolítica” marcha: “Tenemos la fuerza del voto”. ¿El voto a quién, ingeniero? La masa que lo siguió es un coro que reclama mano dura, que en buena medida extraña a los milicos y que viene conformándose con la sensibilidad que le genera un tipo enfurecido por su tragedia personal, fotografiado inevitablemente con carpetas varias que le parecen, a esa masa, el símbolo de una política y unos políticos que no le dan pelota a “la gente”. Esa misma gente que fue a la Plaza lo quiere a Blumberg candidato y será la misma que, cuando Blumberg se decida de modo oficial, habrá de exigirle ser confiable para gobernar. Y Blumberg no podrá mostrar más que su tragedia. Igual que Macri. Que, tanto como Blumberg solamente desde su tragedia, es casi lo único que se les ocurre para jugar como éxito probable. Tuvieron que jugarlo a Macri, un empresario nene de papá, porque no les queda ningún dirigente político de fuste. Muerta la rata y herido de gravedad el discurso neoliberal, se les acabó la imaginación. No tienen cuadros y la carta que les queda –salvo la viscosidad de Lavagna– es una figura, Macri, que tiene problemas para conjugar sujeto, verbo y predicado. Blumberg es otro tanto. Su único atractivo deviene de su horrible drama y de la fuerza anímica que demostró y demuestra. Pero, a la hora de los bifes electorales, la gente que lo sigue querrá saber si además de carpetas y de la foto de su hijo asesinado tiene con qué asegurar los intereses de la clase que representa. O de la clase media que quisiera ser la clase que representa Blumberg. El biotipo de los que el jueves llenaron la Plaza es una gente que se pregunta por las inversiones extranjeras, la estabilidad del dólar y, sobre todo, la capacidad para controlar a los negros. Sentido en el cual Blumberg no es un tipo pobre, pero sí un pobre tipo. Igual que Macri en su rango. Blumberg llenó de velas la Plaza de Mayo pero el problema que tiene, él y el imaginario que representa, es que las velas ésas son capaces de terminar votando a Kirchner o a Cristina en tanto sean los mejores garantes de la estabilidad económica. Lo que les importa es un papá, macho o hembra. Y Blumberg no está en condiciones de ser eso. Tiene la foto del hijo, nada más. Y la gente que sigue a Blumberg llega hasta salir con la vela, no hasta formar una fuerza política. Más otro dato clave: Blumberg es un fenómeno porteño y gran bonaerense. Nada menos, pero nada más.

El Gobierno está montado en ese convencimiento y entonces otea tranquilo el horizonte de corto y mediano plazo, con lo cual comete otro error garrafal. Asume una postura casi autista y relega que la inseguridad es un problema no sólo real, sino asumido como tal y principal por la mayoría de la población. Su cálculo es meramente electoral y pierde de vista, con una irresponsabilidad atroz, lo que podría estar incubándose más allá de las posibilidades comiciales del instrumento Blumberg. Este gobierno, estructuralmente, no ha modificado ninguno de los pilares que sostienen al modelo de exclusión. Su mirada no alcanza al largo plazo y su día a día llega, como mucho, hasta las elecciones del año que viene. Como advierte Eduardo Pavlovsky, el hambre no se computa. Al igual que el crecimiento de las villas, de la droga, de la marginación.

Si desea mirárselo así, el jueves no pasó nada. La derecha política, hoy por hoy, no tiene más que esos miles portando velas en nombre del sexo de los ángeles (porque, acordemos, salir a la calle en contra de la inseguridad es como hacerlo a favor del amor). Pero si se tiene la responsabilidad de elevar esa mirada, en vez de sacar cálculos numéricos, lo que pasó es peligroso. Son dos formas de ver las cosas, que en cierto sentido no son contradictorias. Una electoral y otra social. Para la primera, la única militancia de esta gente es cantar “Color Esperanza” y son como los ahorristas del 2001, que en cuanto arreglaron con los bancos se volvieron a sus casas. Para la segunda, eso es nada más que por ahora porque van construyendo necesidad de resolver las cosas a los tiros.

El punto es: ¿en este país alguien piensa más allá del por ahora?

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