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Un mausoleo para Perón, con plazas y escudos provinciales, en el museo

Quedará exhibido como Lenin, pero la tapa del ataúd no será de cristal. El edificio tiene un problema de palomas, una plaza “federal” con escudos y minerales de cada provincia. El traslado y ceremonia serán, por supuesto, el martes 17 de octubre.

 Por Emilio Ruchansky

Los 25 empleados que trabajan en la quinta de San Vicente saben poco y nada del acto que trasladará los restos Juan Domingo Perón, su antiguo dueño. “Vinieron de Presidencia y nos dijeron que se encargaban de todo”, cuenta Roberto Mazzarello, un guía que quedó desorientado ante las intrigas, celos y pasiones que sobrevuelan el mausoleo donde descansará el cuerpo del general. Cerca de él y reticentes a la hora de los detalles, los organizadores andan “de reunión en reunión”, según desliza Jorge Pirota, que no se sorprende cuando uno de sus colegas, en un éxtasis de optimismo, especula con que irán más de 200 mil personas: “Calculá que cada intendente va a llevar a su gente y, además, van a venir peronistas de todo el país”.

Tres estatuas mutiladas de Perón, Evita y un descamisado –rescatadas del Riachuelo– recibirán este martes a la procesión. Varios obreros preparan el escenario montado sobre la pileta de la quinta, que soportará el peso de todos los dirigentes, gremialistas y políticos que consigan tener un lugarcito en el pacto. Algunos muchachos de la Comisión del Mausoleo rondan por el bar, miran de reojo y escapan a las preguntas. “Hasta nos pidieron permiso para acampar la anoche anterior”, comentan orgullosos, mientras una paloma se acomoda, sin consultarlos, en el torreón que el general solía usar para grabar sus discursos. Desde esa torre de agua el panorama es exquisito: un inmenso bosque rodea la casa que fue “el refugio de amor... el descanso de todo trabajo”, según decía Perón. Del otro lado, está el nuevo museo inaugurado en 2002, por cuyas salas, según relata el guía, pasan 1000 personas por fin de semana y centenares de contingentes escolares. “Para los chicos es como ir al zoológico, porque saben poco sobre ese período, los grandes directamente me guían porque todos quieren contar sus historias y anécdotas”, relata Mazzarello, que trabaja hace cuatro años en el lugar y, vecino de San Vicente, no duda en afirmar que su pueblo “está convulsionado con esto del traslado, hay gente que no sabe si cerrar sus negocios; nadie estaba preparado para algo así”.

No menos de mil efectivos custodiarán el lugar, en donde se planea armar, a 500 metros de la quinta, una valla que rodeará el recinto custodiado por personal del ejército, la policía federal y la bonaerense. “Acá todos vienen a chapear”, dice enojado un comisario de la zona, de impecable traje negro, que mira desconfiado a los militares. El tema de la seguridad también tiene preocupados a los cuidadores, que sacaron hasta los carteles que informan sobre las 80 variedades de árboles “para que nadie se lleve souvenirs”.

Las plazas del general

“Al principio vinieron con obras faraónicas, que se iban totalmente de escala”, relata el guía, parado sobre las piedritas de la plaza del Encuentro, desde donde empieza la procesión para acceder al mausoleo. “Por suerte, los arquitectos se decidieron por un proyecto más austero”, resalta Mazzarello. Los tres estudios seleccionados, que se integraron en un solo equipo, intentaron articular memoria, arquitectura y homenaje en una construcción que no alterara el paisaje de hileras de fresnos y monte de eucaliptus. Otro principio fue establecer la plaza como espacio del mito originario del 17 de Octubre. Por eso, el siguiente paso para acercarse al panteón es la plaza del Abrazo, una extensa explanada protegida por un muro donde se podrán fijar placas conmemorativas. Allí se encuentra la única imagen figurativa de todo el lugar: un mural hecho por la artista Lilian Lucía Luciano en el que aparecen Perón y Evita abrazándose, en obvia alusión a la famosa foto que los mostraba triunfales en el balcón de la Casa Rosada, en 1951. A pocos pasos se encuentra el oratorio que antecede al imponente mausoleo, que, como faro, invita a acercarse a la plaza del Homenaje. Un vidrio altísimo separa al curioso de la bóveda; contra él, confiesa el guía, se estampan de vez en cuando las palomas que sin proponérselo ofrecen, literalmente, la vida por el general.

La Guerra y la Paz

Aunque todavía sea incierta la presencia de “la abanderada de los humildes” (algunos organizadores confiesan que será una guerra aparte poder traerla), el sitio donde descansará el primer trabajador cuenta con espacio para ella. Luego de traspasar el tanatorio, una pequeña sala que servirá para conservar lo mejor posible el cuerpo de Perón, se llega a la bóveda, cuyo eco hará resonar a quien lea en voz alta las palabras inscriptas en la tapa del cajón: “Pueblo”, “Solidaridad”, “generosidad”, “Desinterés”, “Humildad”, “Sinceridad” y “Amor” (el resaltado no es nuestro, lo hicieron los arquitectos con adicionales de bronce para dar con la palabra “argentino”).

Sobre uno de los muros de la plaza del Homenaje se lee: “Mi único heredero es el pueblo”. El remisero ironiza: “Y Marta”, en obvia referencia a la supuesta hija del general. Al salir, otra plaza, la del Pueblo, representa el espíritu federal a partir de minerales, plantas provenientes de todo el país y el escudo de cada provincia. Mientras el guía se esperanza con estar cerca del palco como aquella vez “hace tres años, cuando vino Eduardo Duhalde para lanzar la campaña de Kirchner, cuando todavía era un desconocido”, dos palomas picotean el pasto del camposanto.

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El catafalco en el centro del monumento a Perón, donde irá el ataúd en exhibición.
Imagen: Rafael Yohai
 
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