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Entre la indiferencia y el acostumbramiento al horror

¿Qué efecto causa en la sociedad la desaparición de López? ¿Qué fantasmas y discursos aparecen? El reclamo de seguridad y el combate a la impunidad. Las nuevas teorías de los dos demonios. Aquí, el análisis de tres especialistas.

Ha pasado más de un mes. López ya es un apellido común que se ha vuelto corriente. La desaparición de la víctima, testigo y querellante del juicio contra el genocida Miguel Etchecolatz, dejó un misterio que por momentos se torna mensaje, interrogante o miedo. Los represores reciclados de la policía bonaerense, las defensoras de lo indefendible (Cecilia Pando y compañía) y los que creen en la repolarización de los ’70 se suben a este escenario, analizado, a pedido de Página/12, por la psicóloga Silvia Bleichmar, el psiquiatra Alfredo Grande y el Colectivo Situaciones.

“El debate que debe abrirse en la sociedad argentina es el reemplazo del reclamo de seguridad por el de combate contra la impunidad” es la premisa de Bleichmar, quien descarta que el caso López sea un hecho aislado aunque “no implica el retorno del aparato represivo del terrorismo de Estado, sino más bien la negligencia y complicidad con la cual los gobiernos de la democracia no desmantelaron sus restos y siguieron sosteniendo a muchos de sus personajes más siniestros en funciones del aparato estatal”.

La desaparición de López se enmarca en la aparición de aquellos que, como señala esta psicóloga, representan el “retorno impúdico del discurso justificatorio del accionar criminal de la dictadura, en el cual algunos protagonistas que han disimulado estos años su compromiso con la misma retoman su discurso interrumpido durante veinte años de manera intacta”.

Desde el Colectivo Situaciones, integrado por investigadores sociales, también ven el tema con preocupación. Se trata de “la supervivencia de la cuestión de la guerra social, reformulada ahora bajo el modo de la ‘inseguridad’”, afirman. En un texto reciente, este grupo planteó la necesidad de asumir “que si hay algo en común en nuestra experiencia social es precisamente un pasado que no cesa de reabrirse en un presente que no cesa de quebrarse”. La conclusión apunta a los efectos de una “polarización que creíamos conjurada” y resalta la luchas de los organismos mediante “la invención de nuevos modos de movilización y politización” como los escraches. El peligro, indican, es retomar discusiones ya superadas, que dan pie a “las hipótesis más reaccionarias de anmistía y a otros modos más sutiles de la ‘reconciliación’ y las negociaciones de la impunidad”.

Para Grande, surgen actualmente dos nuevos demonios: el de la radicalización (“esto es igual a los de los ’70”) y el de la reconciliación (“miremos el futuro unidos”). “La teoría de los dos demonios (no importa cuáles sean los demonios) –señala– es funcional al progresismo no clasista cuando está en avanzada y a la derecha conservadora cuando está en retroceso.”

Bleichmar adjudica al “conocimiento profundo en la sociedad de los métodos brutales y de las víctimas que propiciaron los sectores represivos” que no haya “posibilidad de equiparamiento ni de sostener la teoría de los dos demonios”, al tiempo que acusa de sádicos y miserables a quienes piden “a las víctimas que perdonen a los victimarios, más aún cuando éstos no piden el perdón de nadie sino que hacen gala de su actuación”.

Como todo reclamo, la aparición de López puede mermar con el tiempo y ésa, reconoce Bleichmar, es “una de las cuestiones más preocupantes” porque responde a “la naturalización de la muerte, herencia de la dictadura pero también del individualismo pragmático de los ’90. El debate a abrirse es la consolidación de la indiferencia, que se manifiesta tanto en la ausencia de un reclamo generalizado respecto del caso López, cuanto en múltiples hechos. Hay un acostumbramiento al horror, una falta de reflejo para enfrentarlo decididamente, aun cuando se lo condene en la intimidad”. También Grande, al contextualizar el caso López, entiende que se trata de “un analizador de que si el capitalismo que debemos consumir es serio, no por eso deja de ser salvaje. No se ríe, pero muerde y desgarra. Lobo serio que continuará asesinando, como la soja transgénica, los cianuros de la minería a cielo abierto, la contaminación de las aguas y las tierras. Serio y fácil, como el gatillo y el pago”.

Tras la reapertura de los juicios a los genocidas y la desaparición de López, se abren interrogantes hacia el futuro. Desde el Colectivo Situaciones aclaran: “No hay ‘final feliz’. La lógica de las conquistas no es definitiva, sino que está sometida a una dinámica de luchas concretas que se retoman una y otra vez a diferentes niveles. La polarización es un riesgo, entonces, en tanto impide continuar la reflexión de las dinámicas autónomas de las luchas para orientarlas a la reconstrucción de las formas estatales. La cuestión de la justicia fue planteada por las luchas, pero debe volver a serlo de modo permanente. No está en el poder de ningún gobierno decretar el fin de toda ‘maldad’ social y de la injusticia misma”.

Bleichmar también comparte esta idea. “No se trata de discursos, sino de acciones: mientras los residuos de las fuerzas represivas del setenta siguen amenazando, secuestrando y asesinando, mientras el gatillo fácil viene matando más de dos mil jóvenes casi niños, quienes constituyeron los movimientos históricos del setenta han empleado los medios legales y el debate para enfrentar no sólo el pasado sino la recuperación de un proyecto histórico”.

Informe: Emilio Ruchansky.

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Imagen: Pablo Piovano
 
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