EL PAíS › UN PERFIL DE JULIO RAMOS

El hombre que hizo “Ambito”

Al inaugurar el nuevo edificio de Ambito Financiero, sobre la avenida Paseo Colón, repuso en su despacho la placa con la frase de Napoleón: “Puedo perder una guerra, pero no puedo perder el tiempo”. No estaba claro si constituía una definición acerca de la vida o una advertencia para el visitante. Tampoco se sabe quién se hará cargo de esa oficina, ahora que su ocupante acaba de morir de una leucemia fulminante, ni si el próximo mandamás del matutino comulga con el espíritu de la plaqueta. Lo cierto es que Julio Alfredo Ramos se enfrentó hacia el final con un dilema: a excepción de su hombre de confianza, el periodista Roberto García, no tenía a quién confiar el timón del diario que le dio dinero, poder y fama. Claudio, el único vivo de los tres hijos que produjo su primer matrimonio, rehusó el rol de delfín; la chica y el muchacho nacidos de su segundo casamiento son demasiado jóvenes para la tarea; de su segunda mujer, a la que quiso preparar para reemplazarlo cuando él ya no estuviera, se separó en 1999, en un mar de denuncias de infidelidades, violencias y forcejeos económicos. Tenía un perfil duro y muchos enemigos. En su lápida no hubiera desentonado la leyenda que sirvió de epitafio a Pietro Aretino: “Habló mal de todo el mundo, menos de Dios, del que sólo dijo ‘no lo conozco’”.

Siempre enunció una historia trágica. Nació el 4 de febrero de 1935 en Floresta, en el hogar de un modesto empleado de las tiendas La Reina que murió a los pocos meses. Su madre, males de la época, enfermó de tuberculosis y viajó con él a Unquillo, en Córdoba, donde lo criaría una anciana vinculada a la familia. Tuvo una infancia semisalvaje: hasta los nueve años, el abecedario y los números fueron un enigma. Recién a los diez, cuando su madre regresó y le presentó a su hermano mayor, comenzó un colegio. Se esmeró, dio años como libre y terminó el secundario en el Bernardino Rivadavia a la edad de todos. Pretendió estudiar derecho y fracasó. Se inscribió, como alternativa, en la Escuela Superior de Periodismo. Hizo sus primeros trabajos en Noticias Gráficas, en la revista Histonium. A los 23 entró a Clarín de administrativo y un golpe de suerte lo hizo cronista. El mismo, sin rubores, relató las razones de su alejamiento, a los 30, de esa redacción: “No me fui. Me fueron. El edificio que va de Piedras a Tacuarí no tenía el aire y luz reglamentarios. La municipalidad los perseguía con ese tema. Yo hacía temas municipales y tenía muchos concejales amigos. Uno de ellos consiguió que el edificio, cambiando la denominación de la zona, no tuviera más problemas legales. El hombre quería salir en una nota política a cambio del favor. Nunca le dieron bolilla. Insistió y se quejó tanto que, al final, el diario me acusó a mí de haber hecho un ‘arreglo’ personal. Me echaron”.

Estaba en la calle, se había casado con Elba Thompson, con la que tuvo tres hijos, Gabriel, Claudio y Darío, vivía en Castelar y estudiaba Económicas en los viajes de ida y vuelta al centro. En 1975, tras un breve paso por el diario Mayoría, entró a La Opinión. Editó el suplemento de economía y finanzas, y esa experiencia lo llevó a sospechar que hacía falta una publicación que hiciera de la actividad económica su eje. Vendió todo, se asoció a otros periodistas, entre ellos Osvaldo –”el Bebo”– Granados, y puso en marcha lo que iba a ser el diario especializado más polémico. El 9 de diciembre de 1976 se publicó la primera edición de Ambito Financiero y, con José Martínez de Hoz, Ramos comenzó a hacerse rico. Habilidad para los negocios, información privilegiada de la tablita y, hay quienes sugieren, también una mesa de dinero fantasma que, en los pisos superiores, recogía los beneficios de las notas del día. Elba, su mujer, cumplía en los primeros tramos la función de secretaria, tan a la perfección que según contó en su necrológica Roberto García, aceptaba dirigirse a él llamándole “señor Ramos”. El despegue se produjo, no obstante, durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Ambito se llevó el gato al agua al adelantar los pormenores del secretísimo Plan Austral.

Su situación personal, era ostensible, había cambiado. Había comprado autos para sus hijos y la mansión de Parque Leloir en la que vivían estaba dotada de todos los detalles de seguridad y confort. Las tardes de verano, la protagonista era la gran piscina con luces bajo el agua. El 29 de diciembre de 1986, Darío, el menor, bromeaba con su novia en la pileta. De pronto, desde el borde, Gabriel, de 26 años vio espantado que su hermano se retorcía a golpes de electricidad. Se zambulló para rescatarlo y lo logró. No pudo salvar a la chica. El tampoco alcanzó a salir. Ramos se llevó a la familia a Punta del Este. Al terminar el verano del ’87, el 14 de marzo, saliendo a las 5 de la mañana de una discoteca de Moreno, Darío, de 19 años, y su Renault 12 se empotraron debajo de un camión. Habían pasado apenas 71 días de la tragedia de Parque Leloir. Demasiadas desgracias para una sola familia. El matrimonio de 25 años de Julio Ramos no resistió el sufrimiento. Ramos contó que “me curé solito, sin ir al psiquiatra. Me curé el día en que me di cuenta de que estaba a punto de volverme loco, en el cementerio, junto a la tumba de mis hijos, con un grabador de periodista y un casete con una hermosa canción brasileña, que era la que más les gustaba a mis hijos. Entonces apagué el grabador, me vi de afuera y me dije ‘qué hago poniendo música a mis hijos muertos’”. Cada uno sale de las crisis como puede. Claudio, el sobreviviente, se exorcizó con la producción de un film fallido, La Pluma de un Angel, en el que narró con escaso disimulo lo ocurrido. Su padre recibió la ayuda de sus amigos, entre ellos Luis Beldi, que en octubre de 1988 le alegraron la existencia con una comida a la que estaba invitada la Miss Mundo 1978, Silvana Suárez. Se casaron el 27 de diciembre. Poco después nacía Julia y a los doce meses Silvana Suárez volvía a parir un varón al que llamaron Augusto.

El menemismo fue música para los oídos de Julio Ramos, liberal, privatista, pero agnóstico y partidario del libre albedrío en cuestiones como el aborto. El riojano lo escuchaba, el mundo del dinero lo respetaba y le temía, y el superministro Domingo Cavallo le tenía celos. La relación con Menem, no obstante, no bastó para que se cumplieran sus aspiraciones de controlar un canal de tevé. En diciembre del ’89 se había presentado junto a Gerardo Sofovich, Palito Ortega y los diarios La Capital y La Prensa a las licitaciones del 13 y el 11. Fue un rotundo fracaso. Carecían de los “antecedentes culturales” imprescindibles.

El resto andaba sobre ruedas, el diario, la nueva familia. Pero en 1991 cometió un descuido: asistió al casamiento de Rodolfo Galimberti y Dolores Leal en Punta del Este, con su mujer y a bordo de un Mercedes Benz 190 E, matrícula CD 0497. El automóvil había sido importado por el embajador de Paraguay y su tenencia era ilegal para un argentino. Ramos, fiel a su estilo, huyó hacia adelante: fustigó a Constancio Vigil, quien había realizado una autocrítica lastimera por un hecho similar, y sostuvo que cuando la ley es injusta obliga a los ciudadanos a transgredirla. Ramos quedó tocado por el escándalo, un sacudón fugaz porque en el fondo nada hizo variar el consenso que gozaría en el universo empresario. El mal paso no lo disuadió tampoco de incursionar en el deporte. Acicateado por su odio a Carlos Heller, acariciaba la idea de ser presidente de Boca, el club al que le dio 60 mil dólares para comprar a Diego Maradona y donde tenía un palco para seis espectadores desde principios de los ’80. Ante la evidencia de las mayores chances de Mauricio Macri, Ramos optó por no dividir el caudal de votos opositores al banquero cooperativista.

No lo consideraban un conversador fino. Ni siquiera escribía bien. Su prosa era confusa y torpe, debilidades que compensaba con grandes dosis de astucia. Autoritario, solía reconocerse virtudes, en especial aquellas de las que jamás debe envanecerse un espíritu elegante. “Soy el tipo más bueno del mundo (...) Roberto García necesitaba un departamento en Punta del Este. Me dijo: te compro el tuyo. Yo le dije: tomá, llevátelo. El día que necesite la plata te la pido (...) Se lo regalé con escritura y todo.” Se vanagloriaba, asimismo, de pagar a sus periodistas los salarios más altos del mercado. Con ellos y con la profesión mantuvo una relación pragmática, laisserferista, de a ratos inescrupulosa. En cierta ocasión, Luis Majul le preguntó si era verdad que “Luis Beldi, siendo jefe de redacción de Ambito Financiero, recibió un BMW del empresario Luis Menotti Pescarmona, ¿a usted le parece bien?”. “Bueno, me parece un regalo un poquito exagerado. Pero a mí no me desesperan los negocios extraperiodísticos.”

A mediados de los ’90 arreciaron los rumores que hablaban del fracaso conyugal. Ramos, que había intentado preparar a su mujer para que lo sucediera en la dirección del periódico, comenzó a abandonar ese proyecto. Se tejieron historias de malos tratos públicos, de reacciones descontroladas por parte del empresario. Maradona blanqueó la versión al contestar a Ramos, quien lo había calificado de “bocón”. “Yo prefiero ser un bocón y no un cornudo”, dijo en una entrevista radial. Ramos, con escribano y una médica, fue a buscarlo a su departamento de Devoto. El “10” no salió. El marido en cuestión dejó una carta. Silvana Suárez declaró a una revista del corazón que había corrido a buscar a su hijo Augusto para hacerle saber que “tu padre es todo un hombre”. Al año siguiente, como un prenuncio, la mansión del matrimonio se prendió fuego. A los tumbos, la convivencia continuó hasta que, en abril de 1999, el divorcio saltó a los diarios. Ambito Financiero lo trató en portada y la despidió de sus funciones en el directorio. Ramos, que no se privaría de disparar contra Fernando de Miguel, el joven guardaespaldas al que le sospechaba otras tareas, sugirió un complot ideado por custodios y corrupción policial. Ella contraatacó con denuncias de amenazas y malos tratos, una demanda por la tenencia de los niños y un reclamo de 60 millones de dólares. Ramos, a quien ya le habían extirpado un riñón, perdió la tenencia y el juez Carlos Ruiz autorizó apenas cuatro días de visita mensuales. El periodista había asegurado en tiempos mejores que lo único que quería era ver a sus hijos menores alcanzando la edad de Gabriel. Tampoco ese deseo se cumpliría. Este año, luego de un estudio de rutina, le diagnosticaron leucemia. Permaneció un par de meses inmunodeprimido, refractario a la quimioterapia y aislado en dos habitaciones del Instituto del Diagnóstico. Durante la internación habría expresado su deseo de volver a casarse con la mujer que lo había acompañado en los últimos años, Diana Jure, una abogada a la que incluyó en su testamento. No fue así, Julio Ramos murió sorpresivamente y tras una semana en terapia intensiva de la que no se enteró nadie. Contra lo que solía sustentar como filosofía, que las primicias debía darlas Ambito Financiero, aunque fuesen malas, la noticia de su enfermedad terminal la publicó la revista Noticias.

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Imagen: Jorge Larrosa
 
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