EL PAíS › OPINION

Apreciaciones sobre una renuncia

 Por Horacio González *

La renuncia del subdirector de la Biblioteca Nacional manifiesta la doble ignorancia de quien desconoce la naturaleza de esta institución –cuya complejidad técnica, simbólica y cultural es evidente– y de quien hace pasar a primer plano un razonamiento lineal en un ámbito de delicados tejidos institucionales. La Biblioteca Nacional es una e indivisa. Nadie es dueño de sus trabajos y avances actuales. Tiene muchos proyectos en su interior y discusiones sobre cómo realizarlos, pero no admite –como no lo admite ninguna institución pública– una partición presupuestaria y una doble dirección. Entre tantos otros borbotones de ira infundada, se queja Tarcus de que publicamos importantes revistas y libros, o de que propiciamos la segmentación de la Biblioteca para transformarnos en monarcas. Leyó mal la historia de la Edad Media: debe volver a su Marc Bloch o Georges Duby. Dar a luz La Biblioteca, una revista argentina de reflexión, investigación y debate, no sólo no se contradice con ninguna de las demás tareas bibliotecológicas, sino que las sustenta y enriquece.

Trabajar en instituciones que protagonizan su reconstrucción siempre implica el diálogo permanente y respetuoso, que lejos de sectorializar una entidad genera nuevas convocatorias al compromiso colectivo. Una institución pública tiene tanto de división de trabajo formal, de proyectos transversales como de archipiélago de ideas y situaciones. Y como es obvio, aumentar el salario es parte de la sensibilidad que toda institución debe tener –¿no es absurdo tener que aclararlo?– lo que en nada se contrapone a comprar libros, como de hecho se ha estado haciendo en la mayor proporción de los últimos tiempos. Un pensamiento lineal, con temas de izquierda pero con resultados reales de derecha, con el infantil lenguaje de un capitalismo tecnocrático, no es la solución para nuestras bibliotecas, y sobre todo para la Biblioteca Nacional. Desconocer que la Biblioteca Nacional fue fundada hace ya casi doscientos años y pretender fundarla otra vez con un cientificismo lejano a la verdadera ciencia es un error y un desprecio. Confundirla con un mero centro de documentación es una imprudencia de principiante. La Biblioteca Nacional tiene en su interior centros de documentación, pero los excede en su complejo encadenamiento de símbolos, memorias y legados.

Debo decir que la Biblioteca Nacional seguirá su tarea serenamente y con creatividad. Devolverle su rol rector como institución cultural nacional es nuestro objetivo permanente, tal como se ha asumido en el comienzo de esta gestión en 2004, y aunque constituye una tarea que llevará años, estamos abocados a la misma desde una perspectiva integral, que comprende la catalogación de todos sus acervos, la preservación y el enriquecimiento del patrimonio bibliográfico, y se extiende hacia todo el campo cultural en general. El doctor Tarcus pudo haber participado con sus ideas, siempre valoradas, en muchos de los aspectos que aluden a carencias bien conocidas, en vez de cultivar exasperadamente una de las tendencias más irrelevantes de su estilo, la injuria sin fundamentos, el espíritu de mercería y un arrebato de soberbia que no mide consecuencias ni se atiene a responsabilidades asumidas. No es compatible estar en una institución y denigrarla a diario. No es elegante proponer que una institución particular de documentación histórica, que él fundara, sería más buscada por los lectores que la institución en la que era su subdirector. Enfrentarse a la mayoría del personal nunca garantiza la eficiencia, aunque se la invoque. Lleva a profundas equivocaciones, en la medida en que no hay realización, eficiencia y racionalidad sin ideas amplias sobre los pliegues complejos de la cultura. Un mesianismo de cuño gerencial, con nulo respeto por la vida democrática de una institución, pone en riesgo su condición de entidad homogénea, desde luego con muchas instancias y entrecruzamientos. La Biblioteca Nacional no precisa salvadores abstractos, tiene los textos bibliotecológicos de Groussac, la teoría de la biblioteca de Borges y el esfuerzo técnico y cotidiano de los bibliotecarios y bibliotecarias de la casa. La Biblioteca Nacional se extenderá hacia la ciudad con nuevas construcciones y se halla en una reflexión profunda para desarrollar el mejor camino para su actualización tecnológica, en consulta permanente con técnicos argentinos y extranjeros, además de hallarse en la inminencia de definir su software para los próximos tiempos. Ahí sí lectores e investigadores podrán percibir un adelanto palpable, sin infantilismos ni arrebatos. Ajeno a estos temas, el subdirector se preocupaba por publicar el índice de una importante revista de los años ’40 –que entre tantas otras publicaciones está prevista para salir en el mes de abril de 2007– y pensaba que era posible aceptar con liviandad el proyecto Google para hacerse cargo de toda la bibliografía latinoamericana, sin siquiera considerar ciertas reticencias que otros países han presentado frente al mismo. Lamento personalmente que una relación que pudiera haber sido otra tuviera este tropiezo que de todas maneras no alterará el rumbo de la Biblioteca Nacional. La construcción de una perspectiva estratégica, que parta de considerar la Biblioteca Nacional como una institución única y articulada, y retome sus grandes tradiciones, renovándolas y proyectándolas hacia el futuro, es lo que seguirá inspirando nuestros pasos, junto a sus lectores, sus investigadores y sus trabajadores.

* Director de la Biblioteca Nacional.

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