EL PAíS › OPINION

Las campañas al llegar el otoño

Scioli, un candidato con perfil propio. Su estilo, sus amigos, su relación con Solá. El universo político que se mueve en su derredor. El escenario cordobés, lo que dice el gobierno de Luis Juez y lo que le hacen dos de sus operadores. Las renuncias de Carrió y sus premisas. Lo que puede y lo que no puede Kirchner.

 Por Mario Wainfeld

El acto en Carmen de Patagones, relata uno de los participantes VIP, con entrada a palco, iba tocando a su fin. La liturgia se había cumplido puntillosamente. Hubo una alocución del candidato Daniel Scioli, otra del gobernador Felipe Solá. Cuando el locutor anunciante iba por el cierre, el vicepresidente alteró el protocolo, retomó el micrófono, tenía un anuncio importante que hacer. “Dijo, entusiasmado, que estaba Pimpinela”, comenta el infidente, sin precisión porque la anunciada era sólo la cantante del dúo fraternal, Lucía Galán. Hubo aplausos, simpatía en el aire, Scioli quedó en el centro de la escena. Solá, se entretiene el narrador, no podía con la bronca, con el imbatible protagonismo de la nave insignia del FPV bonaerense.

Pimpinela también asistió al cumpleaños del delfín, celebrado en el Hermitage de Mar de Plata. “Pasó uno de esos clásicos videos sobre su vida, no se privó de nada. Se lo vio sonriendo con Menem, con Duhalde, bueno, con Kirchner también. En su mesa estaban Mirtha Legrand, un Midachi, Passarella, Daniel Hadad. Orteguita se pegó una vuelta. Para cumpleaños de un kirchnerista era raro.” Los kirchneristas, se supone, aborrecen a la derecha farandulera.

“Scioli es así –consuela uno de sus compañeros de caminatas por el conurbano, un cuadro del peronismo renovador– por lo que parece, todo le suma. No crea que se maneja a poncho, no. Se informa acerca del lugar al que va, del color político de su intendente, de la producción principal del partido que visita.” La carencia de background se suple con optimismo, buenas ondas, enorme fe, la mirada fija en el futuro.

La calma de Scioli es un atributo zen y, como tal, no debe confundirse con nada similar a la pasividad. El hombre teje relaciones, desde hace años. Muchos dirigentes bonaerenses han compartido charlas de quincho en su casa particular. Los paliques se remontan a meses atrás y abarcaron desde el gobernador hasta a Emilio Pérsico y Fernando Navarro, referentes del plebeyo Movimiento Evita.

Para Solá hubo un ágape amable en los albores del lanzamiento. Scioli se comprometió a ser constructivo, a “escuchar”. El avance de la campaña, el crecimiento de Scioli en los escenarios, peripecias como la de Carmen de Patagones, van ajando el trato, sobre todo desde el lado del que se ve eclipsado.

Los vaticinios agrandan y embellecen al candidato. En la Casa Rosada, tanto como en cualquier unidad básica de la provincia, se da por hecho que Scioli superará los votos que sumó Cristina Fernández de Kirchner en 2005, que puede alcanzar el 50 por ciento, quién sabe más. Esa fue la razón para designarlo, ahora instiga a acompañarlo.

La idea, claro, es “rodearlo”.

“La fórmula, la lista de diputados nacionales, el gabinete deben ser compensados”, explicó el Presidente a sus fieles, cuando de movida se mostraron alarmados por el currículo de quien sería su paladín. “Compensados”, en ese contexto, quiere sugerir más kirchnerismo, más izquierda, más tropa propia. También cuadros más avezados en la provincia, con la que Scioli (ya se sabe) compartió apenas un rato de travesuras adolescentes.

“La verdad es que no se aprovechó el resultado de 2005 –se conduele, ya se verá que no demasiado, un gurkha en esa lid–, el candidato no es nuestro, los derrotados se reciclaron casi todos. Por ahí nos dormimos, por ahí fue un error indultarlos a todos.” El primer “por ahí” mira al espejo, el segundo a la conducción nacional. En todo caso, “tampoco se puede cambiar de un día para el otro. Ahora tenemos la oportunidad de ir moviendo mojones”. “No todo puede seguir así en la línea de Hipólito Yrigoyen –no alude al líder radical sino a la avenida que atraviesa el sur del conurbano–, Cacho Alvarez en Avellaneda, Quindimil en Lanús, Rossi en Lomas de Zamora. Ahí tenemos que competir y ganar.” El apoyo de Kirchner se descuenta, en todos o en algunos confines de la mentada avenida. En la Rosada hay menos certidumbres y menos fascinación por los candidatos imaginados como alternativas, tal vez el (mínimo) común denominador sea el diputado Edgardo Depetris, aspirante a Lanús.

El activismo en torno del supuesto ganador por goleada es inmenso, se ha abierto el juego. En tanto el candidato camina con un par de asesores, algunos empresarios amigos, rumbo a una victoria que se presume avasallante. Nadie le pregunta su opinión acerca del afán de “compensarlo”, nadie consulta su posición.

Dos aliados en la Docta

“Scioli es un mal necesario”, clasifican muy cerca del Presidente. Una parte de la frase es indiscutible, lo de “necesario” se puede controvertir. La real politik y su tensión con la identidad son un tema recurrente en los grandes partidos.

Kirchner es un gran elector con peso en casi todos los distritos, incluida Buenos Aires. Carlos Menem no llegó a tanto, Duhalde ni lo soñó. Pero el que más puede no lo puede todo, una regla lógica que escapa a la perspicacia de muchos analistas. La capacidad de intervención del Presidente se cruza con determinantes locales, aptitudes de los candidatos, poderes de terruño. La resultante, en este estadio, es un poco desconcertante: una cantidad pasmosa de candidatos se ponen la camiseta kirchnerista. Kirchner digita a menos, muchos de los que avala no le terminan de cerrar.

A la luz de su vasta victoria en 2005, puede suponerse que avanzó poco en ese terreno, la provincia de Buenos Aires es un ejemplo patente. Quizá le faltó muñeca o hasta voluntad para “abrir el juego”. Quizá primó su ansia de gobernabilidad que, traducida al día a día, lo llevó a cerrar filas con el peronismo realmente existente. Así las cosas, le sobran candidatos a gobernador aliados, no tantos son cabalmente “de su palo”. Miremos Córdoba, sin ir más lejos.

Kirchner desconfía entusiastamente de José Manuel de la Sota, como haría cualquiera que lo conozca, aunque cree que tiene apoyo popular. Su olfato le sugiere que Juan Carlos Schiaretti es algo peor. No mejora la credibilidad del actual gobernador y tiene menos consenso.

“¿Qué pueden esperar de ellos?” –se pregunta y pregunta este diario.

Le responde un comensal de la mesa chica. “Nada bueno. Si ganan, al día siguiente estarán conspirando con el gobernador salteño Romero, con Macri.” Sin embargo, en la disputa con el transversal Luis Juez, Schiaretti se lleva las palmas del apoyo gubernamental. Juan Carlos Ma-zzón y Ricardo Jaime trillan la provincia urdiendo operaciones contra el intendente de la capital provincial. La calidad política y ética de los operadores, dos emblemas del actual régimen que revistan en el oficialismo, remiten a la de sus ahijados políticos. Como es común en el peronismo jamás es posible determinar cuánto obran por delegación y cuánto se mueven motu proprio. En cualquier supuesto, Kirchner sabe lo que hacen y no ejercita su poder de veto.

“Lo mejor para nosotros –filosofa el comensal, inquilino de una oficina en la Casa Rosada– es que la campaña deje la menor cantidad de heridos.” La separación entre elecciones nacionales y locales es otra imposición de las circunstancias (un rebusque que los gobernadores manejan con astucia) que el kirchnerismo transforma en virtud. El objetivo central, un resultado aplastante en la presidencial, puede consolidarse mejor si el Presidente sobrevuela las cuitas locales, en los distritos en los que tiene más de un candidato seguidor. Como Córdoba, como Santa Fe, como Río Negro, cada uno con sus características.

“Seguramente nos conviene que ganen Binner y Juez, la renovación del sistema político nos conviene.” Pero la decisión es no jugarse a fondo por ese resultado.

Capital, Córdoba y Santa Fe tendrán elecciones reñidas. Un traspié del actual oficialismo local es, en distintas proporciones, posible. Son territorios importantes, lo que puede llevar a una ilusión óptica. No ha de ser el cambio la tendencia en los comicios ejecutivos. Tal como se vienen dando las cosas, lo más verosímil es que prime un voto conservador en las renovaciones de gobiernos provinciales y otro tanto en las intendencias. Ya pasó en 2003 cuando la malaria era extendida, los tiempos actuales son mejores para quien gobierna. Jorge Telerman es un ejemplo acabado, un año en gestión es un trampolín a la competitividad. Kirchner está convencido de que no hay mejor semillero para candidaturas que los que ejercitan cargos ejecutivos. La época que le tocó presidir se inclina a darle la razón.

Los oficialismos se preparan para revalidarse a granel. Sin entrar en juegos timberos haga su pronóstico, lector. El análisis-pálpito actual de este cronista es que, de mínima, en 20 provincias ganarán los que gobiernan. ¿Podía Kirchner nadar contra esa correntada? Hum. ¿Podía barrenarla mejor? Todo un tema.

El que más puede, no todo lo puede. ¿Calibra bien cuanto puede? Otro punto opinable.

Volver a empezar

La expresión “la campaña permanente” es, en estas pampas, apenas una observación costumbrista. La normativa legal constriñe los plazos, nadie la acata. Los candidatos se afanan en generar efectos especiales, ninguno se priva.

Elisa Carrió hizo lo suyo en estos días, guiños a las cámaras de tevé incluidos. Su peculiaridad es que pinta todas sus movidas (aun los pícaros anuncios de doble sentido) como respuestas a imperativos morales. Si se despojan de ese ropaje sus anuncios y rectificaciones en Capital, queda a la vista un escenario intrincado para el ARI. Capital es el distrito más generoso con Carrió pero en estos últimos años su construcción política no ha acompañado a los resultados. Lilita desnudó esa situación cuando dijo que su partido no tenía un candidato estimable a jefe de Gobierno. Seguramente fue injusta con Enrique Olivera, su elegido al efecto, que nada le hizo para ser tan desvalorizado en público.

La irrupción de Carrió sucedió cuando integrantes de su fuerza le ponían todos los escollos posibles a su ostensible empatía con Patricia Bullrich. El ARI repite, quizás incrementa, un déficit que padeció el Frepaso. La líder es mucho más representativa que sus seguidores, condición que no se procesa colectivamente y sobre determina la proclividad a la decisión cupular intempestiva y solitaria. La incomunicación y la erosión del espíritu colectivo no achican la brecha entre líder y seguidores, usualmente es al revés.

Contra los dictados de la moda, al menos de la moda mediática, este cronista no comparte que renunciar a una banca o a una jefatura partidaria sea una virtud. El rol real del ARI, el que le ha confiado (al menos en la coyuntura) el voto popular, es el de una fuerza parlamentaria minoritaria opositora. Es un rol importante y constructivo. Nadie debería menoscabarlo, menos que nadie la inspiradora y conductora del partido.

El discurso antipolítico o sus variantes más sofisticadas tienen buena prensa pero no siempre es certero. Alejarse de la banca para hacer campaña, como mandato moral, tal el lema de Carrió. Macri, con un discurso chocantemente más gutural, a su vez pidió licencia, dijo que lo ordenaba la ley. El presidente de Boca suele quedar eximido de repreguntas, hubiera sido interesante que descubriera cuál es esa ley. El acierto comunicacional de los renunciantes es coincidir con el sentido común que achaca perversa ambición a los políticos, lo que no equivale a decir que tengan razón o, aún, tengan apego a la verdad. Procurar el voto es equiparado a un ansia malévola, ajena al arte del “estadista”. Sin embargo, no hay hombre de gobierno para el que mantenerse en el poder no sea una zanahoria esencial. Como regla, ningún mandatario renuncia para reclamar el voto para sí o para un seguidor. No lo hizo Lagos ni Lula ni Blair, ni Chirac, no lo hicieron Felipe González, Aznar, Clinton ni nadie.

En los regímenes parlamentarios hay un añadido, el aspirante al Ejecutivo debe tener su banca, es decir debe haber ganado una elección territorial. La procura del voto y el arte de gobernar van de la mano. Eso otorga una ventaja a los gobernantes en etapas más o menos prósperas (como ya se comentó líneas arriba), pues así son las cosas.

Volvamos al ARI Capital. La información recogida por el autor de estas líneas es que Carrió efectivamente le hizo una oferta a Jorge Lanata y que no hubo tal con Alfonso Prat Gay, con quien platica largamente desde hace un trimestre o poco más. La hipótesis más verosímil, aunque aún no plasmada, es que el periodista decline el envite. Si así fuera el ARI quedará bastante desprovisto. Acaso su mejor jugada sea la que le propone el partido a la líder: apoyar a Claudio Lozano. Esa perspectiva fue conversada entre Carrió y Lozano a fin de 2006, no recientemente. El diputado de la CTA cuenta con el consenso de colegas como Eduardo Macaluse, Marta Maffei o María América González. Pero impondría como condición un límite político-ideológico, que es un veto a Bullrich.

Desde luego, nada está sellado del todo, en un horizonte todavía abierto a la innovación o la gambeta corta.

Distinto mundos

El domingo pasado, Catamarca eligió su gobernador, Entre Ríos lo hace hoy. En un país enredadamente federal, cada provincia es un mundillo cuyos resultados no vale proyectar a otras. En Catamarca triunfó uno de los armados imaginados por Kirchner. No hace falta ser mago para anunciar que en Entre Ríos pasará lo mismo: tres de los cuatro candidatos con alguna chance se inscriben en alguna galaxia K. Las encuestas vaticinan que ganará Sergio Uribarri, seguidor de Jorge Busti. Sus adversarios las cuestionan, ni vale la pena arriesgar algo en un diario que estará en la mesa del lector cuando se conozcan los cómputos. Lo que, con las precauciones del caso puede aventurarse es que los sublemas del peronismo se alzarán con más de la mitad del padrón y que ese puede ser el caldo de cultivo del voto al oficialismo nacional en octubre. Habrá que ver el desempeño del radicalismo, en una provincia que gobernó dos veces, que fue uno de los ejemplos más cercanos a la alternancia pura que registra el mapa electoral nacional. Los augurios son pesimistas.

El conflicto de Gualeguaychú no fue el eje de las campañas provinciales, porque los candidatos también debieron tomar en cuenta otras realidades locales. El entredicho no escaló por desmesuras de los candidatos, algo que temían del lado uruguayo y que era también un prurito del mediador español. Pero tampoco adelantó un ápice. El paso del tiempo no es neutral, agrava los enconos, consolida el statu quo, robustece los hechos consumados.

Fuera cual fuera el resultado, obrará una mínima descompresión. La llegada del otoño será otro pequeño alivio que la torpeza de los gobernantes de ambas orillas no podrá impedir. Los cortes serán menos lesivos. Estará todo dispuesto para que, al fin, se realice la reunión entre emisarios de Argentina y Uruguay en España. No es dable esperar que sea antes de fin de mes, tampoco que sea a nivel de cancilleres sino más bajo. Las perspectivas de avance son mínimas, casi decepcionantes. En el primer nivel del gobierno argentino arraiga un temor: si las partes no consiguen salirse de ese pantano, el mediador puede poner fin a su gestión.

Lo formidable de la política, lo que (en tono glorioso, travieso o menor) emerge en las campañas es la potencialidad para abrir escenarios, para cambiar la realidad. Desde luego, lo deseable es que esa aptitud no sólo se ejercite cuando se reclama el voto, también es necesaria cuando se está en el arduo lugar de representarlo.

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Imagen: Sandra Cartasso
 
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