EL PAíS › OPINION

El voto y la comunidad

 Por Daniel Goldman *

El adagio talmúdico de Hilel el Sabio (siglo I) que dice “si yo no soy para mí ¿quién soy?, pero si soy sólo para mí ¿quién soy?” sería una buena forma gráfica para comprender y abordar lo que representan las aparentes contradicciones. El judaísmo clásico utiliza una lógica circular, a diferencia de la griega que es lineal y que hace parecer paradójico en la percepción de otras comunidades aquello que desde la vivencia interna judía no resulta tal.

Esos dos “quién soy” no representan una esquizofrenia. Simplemente nutren y hacen que la dinámica de la comunidad judía sea de un estado de discusión y asamblea permanente. Creativo por un lado y anárquico por otro. Nadie responde a nadie y todos a todos. Discordante y a su vez coherente. Fascinante a nuestros ojos.

En otro escenario las coyunturales lógicas eleccionarias remiten imaginar a las colectividades como entidades orgánicas similares a un racimo cautivo de sufragantes en donde impera un liderazgo que baja línea. En este sentido lamento decepcionar a algunos jefes de campaña en sus esfuerzos por seducir al supuesto electorado judío, ya que no existe el voto judío. No se gasten agregándole pepinos en salmuera para que el judío lo vote. Ni tampoco, en los meses álgidos, empujen a los candidatos a eternizarse en abrazos públicos con dirigentes de la colectividad.

Pero más allá de la fantasía operativa, me incomoda que se especule alrededor de este diseño, suerte de apartheid sofocante y oportunista, en el que se sectoriza y se adapta el discurso acorde con cada rostro. Podría resumirse en un “dígame a lo que aspira que yo se lo repito en forma de slogan”, eliminando así todo debate de pensamiento, e insistiendo en el destierro del campo de la reflexión a cambio de opinión pública y sondeos. Como consecuencia vale la pena recordar las palabras de Alain Minc, cuando dice que no es casualidad que, en el momento en que el modelo de opinión pública prosigue su ascensión, se hunde el viejo sistema distributivo. Tal vez es la aproximación a un reparto justo y el aporte a una sociedad más equitativa y no una estética discursiva y el arrimo a la prebenda reaccionaria la que concuerda con un modelo judío.

Dirigencia y magisterio

En El pueblo y el líder, escrito por Martin Buber en plena Segunda Guerra Mundial, el respetado pensador insistía en que “en los tiempos que corren existe el convencimiento de que con tener un líder ya es suficiente, siendo que nuestra generación desea eliminar al maestro. Y si bien puede ser que sea un pueblo desdichado el que no tiene liderazgo, lo es más aún aquel cuya dirigencia no tiene maestros”. No muy alejada su época de la nuestra, la necesidad de respeto de la figura magistral por sobre el modelo de liderazgo despierta en la tradición judía la afirmación de la autoridad del estudio en tensión creativa con la comunidad, habilitando la advertencia de que no existen conclusiones cerradas y que los valores humanistas son superadores por sobre cualquier sistema de derechos y obligaciones.

Siendo el rabinato el ejercicio de un magisterio, vale la pena indicar que no todos los maestros opinamos lo mismo. Con respeto y autonomía, conceptos y coyunturas pueden encontrarnos en vértices distintos. En esta lógica pedagógica advierto que muchas veces la fuerza del poder tiene por finalidad el nervio de la acción represiva en aras de una supuesta seguridad, la que debe ser sospechosa ante los ojos de cada judío. El judaísmo como modelo de vida pone énfasis en las certezas y no en la seguridad. Por lo tanto es la inversión en la calidad de los valores educativos lo que garantiza la genuina certidumbre de las almas, afirmando principios que antecedan a las acciones, y no al revés, porque cuando se invierte esta ecuación se traduce en fascismo. Esto también lo aprendemos de Buber.

Proselitismo

Por último, el judaísmo jamás tuvo un carácter proselitista. No tenemos misioneros deambulando por el mundo en la tarea del convencimiento para que la humanidad sea judía, porque el pensamiento judío pretende que la humanidad sea más humana. Si me está vedado el proselitismo en la creencia, del mismo modo, conceptualmente no puedo incitar a otro judío a votar por tal o cual partido político, porque son los valores espirituales los que desde la subjetividad deben conservar su independencia.

Mi aspiración como maestro debe fundamentarse en que en la capacidad de elección se valore el mensaje de libertad, de justicia, de respeto, de equidad, de la lucha contra la discriminación. Es decir, decodificar lo que el candidato me quiso decir, que no es lo mismo que lo que me dice. Obviamente que en lo personal y desde mi militancia en el ámbito de los derechos humanos, no todo me da lo mismo, ya que hay mensajes valiosos, otros que me parecen inconsistentes, y otros que me resultan angustiantes (sepa usted también decodificar).

Pero volviendo a Hilel el sabio, cada uno puede ser como quiere ser aprendiendo a elegir. La vibrante tirantez entre el “quien soy” y el “quien soy” del inicio es la que resulta uno de los pilares básicos para vivir en colectividad.

* Rabino de la Comunidad Bet El.

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