EL PAíS › LAS RAZONES DE UNA TENDENCIA EN TODA LATINOAMERICA

La ola de empresarios-políticos

Antaño eran los militares, interrumpiendo los procesos democráticos para enfrentar “el peligro comunista” y defender la propiedad privada. En los últimos veinte años, desde que EE.UU. decidió que no habría más golpes, surgió una nueva derecha, capitaneada por empresarios metidos en política. La anatomía y las razones de un fenómeno que ganó ayer en la Capital.

 Por José Natanson

Entre mediados de los ’80 y principios de los ’90, Estados Unidos decidió que había llegado el momento de dejar que la democracia volviera a América latina. Las dictaduras que durante años ensombrecieron la región habían cumplido cabalmente su tarea de aplastar los brotes guerrilleros y los movimientos populares, desactivando de un sablazo “la amenaza comunista”. No es casual que los países centroamericanos –los más expuestos a la influencia de la revolución cubana y, al mismo tiempo, al brazo de hierro de Washington– hayan sido los que enfrentaron más dificultades a la hora de recuperar la democracia.

A este cambio en la posición estadounidense contribuyó también la creciente conciencia internacional acerca de las violaciones a los derechos humanos por parte de las dictaduras, sobre todo en Argentina, Chile y Centroamérica. Y también la imprevisibilidad de los gobiernos autoritarios: al fin y al cabo, fue un militar y no un líder izquierdista quien decidió invadir las Malvinas y declararle la guerra nada menos que a Gran Bretaña.

La caída del Muro de Berlín en 1989 terminó de cerrar el círculo. Desaparecida la Unión Soviética, desapareció definitivamente el fantasma del comunismo: ya no hubo un polo de poder alternativo capaz de poner en función de sus objetivos geopolíticos a los países latinoamericanos. En este nuevo mundo unipolar, hasta el último rincón del planeta quedó expuesto a la influencia de Estados Unidos, pero era una influencia distinta, más difusa, menos directa. Tras el 11 de septiembre, Washington desvió su atención a lugares más remotos y urgentes, dejando semiliberado a su tradicional patio trasero. Esto explica el ascenso de gobiernos de izquierda en buena parte de los países de América latina y es el motivo por el cual está surgiendo, más lenta y dificultosamente, una nueva derecha.

Durante largos años en América latina se sucedieron, tambaleándose, gobiernos civiles y militares. En aquella época de inestabilidad y cuartelazos, los intereses del poder económico, las grandes empresas y los bancos eran en general defendidos por los militares, garantes del orden, la estabilidad y la propiedad privada, condiciones esenciales para los buenos negocios. A esto se sumaba la defensa de los valores conservadores, desde el rol de la Iglesia en la educación hasta la oposición al divorcio. No es casual que aquellos países que contaban con partidos de derecha sólidos –como el Chile pre Allende– hayan sido los menos expuestos a los golpes de Estado.

En los ’80, con los militares fuera del juego político, los sectores empresariales y económicos que tradicionalmente se habían expresado y protegido a través de ellos comenzaron a buscar alternativas. Una de ellas consistió en convencer a líderes populares –tipo Carlos Menem o Alberto Fujimori– de la conveniencia de identificar sus intereses económicos con los de la Nación toda. Otra alternativa, que demoró más tiempo pero que es más franca y legítima, fue impulsar nuevos partidos y liderazgos.

Fue así como comenzó a emerger una nueva derecha, que acepta participar del juego de la democracia y que –al menos desde el discurso– está desligada de las dictaduras del pasado. La pregunta obvia es: ¿tiene sentido seguir hablando de derecha? Para responderla es bueno recurrir al famoso librito de Bobbio –que se titula, justamente, Izquierda y derecha–, donde se aclaran bien las cosas: el eje izquierda-derecha sigue siendo la dualidad central de la política. Su diferencia –dice Bobbio– se explica esencialmente por su posición frente a la igualdad. La izquierda concibe la igualdad social como el objetivo fundamental de su acción política, mientras que la derecha acepta las jerarquías sociales, sobre todo si son consecuencia del esfuerzo individual y del mérito. La libertad, según Bobbio, no es un tema de izquierda o derecha sino de extremos.

Si para la derecha el esfuerzo justifica las diferencias sociales, entonces es natural que el éxito individual sea su valor fundamental y que busque allí la legitimidad de sus candidatos. ¿Y hay algún parámetro más claro para medir el éxito que la actividad empresaria, que permite literalmente cuantificar los triunfos en tantos millones? ¿O la deportiva, que también define claramente quién gana y quién pierde, ya sea un partido de fútbol, una carrera de autos o la Copa Libertadores? La diferencia es nítida. Históricamente, la izquierda concebía el éxito en función de construcciones colectivas, y era de allí de donde surgían sus líderes: luchas estudiantiles y sociales, movimientos de derechos humanos, sindicatos. Hoy, también permeada por los valores del individualismo, la izquierda tiene que recurrir a otras fuentes: no es casual que cada vez más líderes de izquierda, desde Ricardo Lagos hasta Alvaro García Linera, provengan de la actividad académica, que permite combinar el éxito individual –se trata de oficio de solitarios– con el necesario prestigio social.

Pero volvamos a la derecha, que pone al individuo en el centro de su mirada política y valora el éxito como un atributo de legitimidad para sus líderes. Los ejemplos latinoamericanos son muchos. El chileno Sebastián Piñera, empresario pionero en la introducción de las tarjetas de crédito en su país y ex gerente del Citibank, acumula una fortuna de unos 1200 millones de dólares. Piñera ha marcado una diferencia clave con buena parte de la derecha chilena: votó por el No a Pinochet en el plebiscito de 1988 y acompañó a la Concertación en algunas iniciativas para limpiar al sistema institucional de su herencia autoritaria. Se presentó como candidato a presidente en 2005, cuando superó a Joaquín Lavín, líder histórico del pinochetismo residual, y fue derrotado en el ballottage por Michelle Bachelet. Hoy es el presidente del Colo-Colo.

Otro ejemplo notable es el del ex presidente mexicano Vicente Fox, que ingresó a Coca-Cola en un cargo menor –supervisor de reparto– y fue ascendiendo hasta convertirse en gerente de la división latinoamericana de la empresa. No muy lejos de allí, en El Salvador, Elías Saca comenzó su carrera como locutor, más tarde participó en la creación de una radio y luego se convirtió en el más poderoso empresario mediático de su país. En junio de 2004 fue elegido presidente con una iniciativa para combatir la inseguridad que denominó “Plan Mano Súper Dura”. En Bolivia, Samuel Doria Medina, principal empresario cementero y dueño de la franquicia de Burger King, se presentó como candidato a presidente en las últimas elecciones y obtuvo un 8 por ciento de los votos.

Uno de los ejemplos más pintorescos es del ecuatoriano Alvaro Noboa. A diferencia de los casos mencionados, Noboa no hizo su fortuna, sino que la heredó de su padre, propietario del monopolio del banano, el segundo producto de exportación de Ecuador detrás del petróleo. Dueño de la principal fortuna del país, Noboa se presentó como candidato a presidente en tres oportunidades, con un estilo y un discurso entre mesiánico y absurdo: en los actos de campaña suele tirarse al piso y golpearlo con fuerza para demostrar que va a aplastar la corrupción, toca a la gente como si pudiera sanarla y regala puñados de dólares a quienes se le acercan. En los últimos comicios se impuso por casi cuatro puntos en la primera vuelta, aunque terminó derrotado en el ballottage por Rafael Correa.

Evidentemente, cada vez más empresarios latinoamericanos buscan conquistar el poder político. Y esto no debería llamar la atención, sobre todo porque, consecuencia de la globalización y la concentración económica, algunos de ellos hoy son más poderosos que nunca. De hecho, el hombre más rico del mundo ya no es Bill Gates, sino el magnate mediático mexicano Carlos Slim, propietario de Telmex, que superó al genio de los nerds tras las últimas operaciones financieras.

Mauricio Macri, elegido ayer jefe de Gobierno de la ciudad, es parte de esta tendencia a erigir como líderes de la derecha a millonarios populares, sean ambiciosos entrepeneurs o herederos más bien apáticos. Por una simple cuestión generacional –tenía 17 años cuando se produjo el golpe–, Macri no tuvo participación en la última dictadura, aunque el grupo empresario del cual fue vicepresidente se fortaleció durante aquellos años y aunque algunos de sus aliados, como Santiago de Estrada, ocuparon cargos importantes. Por momentos da la sensación de que el poder económico y las usinas conservadoras hubieran preferido a otro dirigente –la impresión es que se sienten mejor expresados por Ricardo López Murphy–, pero después de los resultados de ayer no hay muchas dudas acerca de quién es el líder. Como el resto de los empresarios-candidatos, Macri todavía debe demostrar que es capaz de respetar la democracia y los derechos humanos en los momentos difíciles, que es donde se refleja la verdadera naturaleza de cada uno. En este sentido, quizá sea muy pronto para afirmar que existe una derecha capaz de defender en las urnas los intereses y valores que durante años los militares impusieron con las armas.

Compartir: 

Twitter

Piñera, de Chile; Fox, de México; Doria Medina, de Bolivia, y Noboa, de Ecuador: políticos llegados del mundo empresario, y millonarios.
 
EL PAíS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.