EL PAíS › TIRAR JOVENES AL RIACHUELO ES UNA VIEJA PRACTICA DE LA 34ª

“Si hacés la denuncia, después sos boleta”

 Por Horacio Cecchi

Pese a la tajante desmentida del jefe de la Federal, Roberto Giacomino, cruzar el Riachuelo a nado obligado por una custodia uniformada es una costumbre casi cotidiana entre los vecinos del Bajo Flores y de los barrios aledaños Illia y Rivadavia. Página/12 recogió el relato de varios casos semejantes al de Ezequiel Demonty que demuestran que no se trató de un acto excepcional. Incluso durante el sepelio del chico hubo quienes preguntaban con asombro: “¿Por qué esta vez hubo tanto escándalo?”. En todos los casos, las víctimas fueron detenidas sin que se les pidiera documentación ni se intentó identificarlas, fueron golpeadas antes de ser subidas a uno o más patrulleros de la 34ª, y luego empujadas al Riachuelo.
Se hace llamar Esteban, aunque su nombre sea otro. El miedo, en el Bajo Flores es tan consuetudinario como arrojarse al agua pestilente. Vive a la vuelta de la familia de Ezequiel Demonty, sobre Camilo Torres, en uno de los laterales de la villa del Bajo Flores. Ayer, Esteban, de 23 años, recordó lo mismo que había recordado al enterarse de la desaparición de Ezequiel. “Hace menos de un año, a la noche, salía del kiosquito que está enfrente del Barrio Illia y cayó un patrullero de la 34ª. Me empezaron a verduguear en el piso, me golpearon y no sabía por qué.”
Como un calco de la experiencia sufrida por Ezequiel y sus dos amigos, Esteban dijo que después de la golpiza lo subieron al móvil policial. “Me dieron corriente en la cabeza. Uno me gritaba ‘¡hijo de puta, no me mires!’.” Lo llevaron al Riachuelo y lo empujaron. “Me pude agarrar de unas ramas y zafé. Ellos se fueron enseguida y yo pude salir del mismo lado.” Esteban no hizo la denuncia. El motivo, pese a los esmeros discursivos de Giacomino, es sencillo: “Si vas a la comisaría no te toman la denuncia y, además, si das la cara te reconocen y después sos boleta”.
“Los chicos dicen que es una práctica habitual”, dijo una docente. “No hacen la denuncia porque hay mucho miedo.” “No es tanto por miedo. Es peor –agregó un vecino–. Es habitual. Están acostumbrados. Yo conocí el caso de Miguel, un amigo, que le pasó lo mismo. Lo vi volver todo empetrolado.” “Prácticas aberrantes como ésta son tan habituales que muchos se sorprendieron cuando el caso de Ezequiel tomó dimensión pública. Una mujer –señaló la docente– se me acercó durante el sepelio y me preguntó: ‘¿Hay alguien importante en la familia de Ezequiel para que se arme tanto escándalo’?”
Además del fantasma del Riachuelo, entre los vecinos corre una certeza que provoca pánico: “Después de que se vayan los diarios, va a volver”. Si uno pregunta qué es lo que vuelve, responden: “El estado de razzia”. Un muchacho se animó a describir otro caso sin identidad. La víctima, un menor de casi 17 años, el sector marginal de mayor riesgo. “Lo levantaron los de la 34ª en la avenida Cruz. Era madrugada de un viernes o sábado. Hace exactamente un año. Le preguntaron si sabía nadar. Dijo que sí y lo tiraron. Nunca le pidieron documento ni le preguntaron su identidad. La diversión era tirarlo.” Una mujer aseguró que “tiran en especial a chicos, pero yo escuché casos de chicas también. Primero las toquetean, y después las suben al patrullero. No es un tipo solo, bajan de dos o tres, a veces cuatro”.
Entre los relatos se registran coincidencias. “Uno es canoso y tiene voz gangosa”, aseguró un chico de unos 18 años. “Hay otro que sufrió un accidente de tren y quedó trabajando ahí, en la 34ª. Esos dos siempre están entre los que te empujan.” Entre los cerrados pasillos de la villa, Delma Aguilera, hermana de Alejandro Agustín, relató su caso: “A mi hermano lo agarraron cuando tenía 15. Salía con su amigo Mojarra a comprar al almacén y los subieron a un patrullero de la 34ª. A golpes le rompieron la clavícula. Lo encapucharon y lo empujaron al Riachuelo. Los policías tiraron. Volvió a la mañana. Mi mamá, cuando lo vio llegar, pegó un grito: estaba todo empetrolado. En la 34ª no le quisieron tomar la denuncia y se fue a los Tribunales. Después le recomendaron que la levantara”. Alejandro se suicidó hace tres años. “Tiene hermanitos” fue la amenaza, y la madre decidió dar todo por terminado. La costumbre de arrojar al Riachuelo no es reciente. El de Aguilera ocurrió hace 15 años.

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