EL PAíS › LA LUPA

Espectros

 Por J. M. Pasquini Durán

Fue un día cualquiera, sin ninguna advertencia sobre la tragedia que avanzaba a paso de ganso y sedienta de sangre. Bien temprano, con horario de cuartel, tuvieron que acudir los directores de medios masivos (diarios, radios, TV) para recoger directivas: “Desde hoy queda establecida la censura previa hasta nuevo aviso”, notificaron los capitanes navales Carpintero y Corti, encargados de la prensa del “Proceso”, la propia y la ajena. A las dos semanas corrigieron la notificación: “Queda anulada la censura previa, por innecesaria”. La autocensura alcanzaba para conformar a los altos mandos. Dos directores, Timerman y Perrota (La Opinión y El Cronista Comercial) malinterpretaron sus relaciones militares privadas con libertad de prensa y ambos fueron detenidos y atormentados. Perrota no reapareció nunca más.

Pese a los atropellos, a los militares no les faltaron voces de defensa desde el periodismo. Una de las más altas fue la de José Escribano, hasta hoy miembro del directorio de La Nación, quien se entreveró en la SIP con Timerman, que en tono de reproche le chantó: “No le piden tanto”. Los que frecuentan la intimidad escribana aseguran que hasta ahora se muestra satisfecho con la posición asumida en aquellos días. No fue el único por cierto, y aunque no sobran los sobrevivientes de civil son más que los de uniforme. Videla & Co. atendieron el frente de la imagen, con tanto detalle que hasta promovieron una Ley de Radiodifusión, concebida como un recurso más para la eventual guerra con Chile. Es la ley que el actual gobierno quiere reemplazar con un proyecto enviado al Congreso.

Este 24 de marzo, a 33 años de los episodios inaugurales que rememoramos, provoca múltiples sentimientos en cada persona que se detenga a reflexionar un momento sobre todo aquello que pasó y más que nada habría que pensar en lo que pasará si la democracia pierde fuerzas, agotada en batallas contra núcleos de intereses privados en un frente cada día más ancho. El matrimonio Kirchner reiteró en estos cinco años que no pensó nunca en dejar sus convicciones colgadas de algún perchero. Está buena la promesa, pero tampoco es cuestión de ofrecerla para el cachetazo, sobre todo de alguno de los que provienen de la ignorancia o de la malicia. Más de un gil ya se anotó en alguno de estos dos batallones de escribanos.

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