EL PAíS › OPINION

Filosofía del infinito

 Por Susana Viau

Se cuenta que durante una transmisión, el relator José María Muñoz preguntó alarmado a su asistente Dante Zavatarelli:
–Zavatarelli, ¿quién es ese hombre de sobretodo que está en el campo de juego?
La respuesta de Zavatarelli pasó a la historia:
–Soy yo, Muñoz.
Algo similar podría ocurrirle al fiscal Diego Molina Pico si actúa en estricta justicia y, entre las 200 huellas digitales que ordenó tomar a los asistentes al velatorio de María Marta García Belsunce para compararlas con las de la “mano pequeña”, incluye las del comisario Aníbal Degastaldi y las suyas propias. O entre las 408 que totalizó al advertir que se estaba quedando corto: ya no serán sólo los asistentes al velatorio sino todos los habitantes del Carmel los que toquen el pianito. De persistir la compulsión acumulativa que parece afectar al instructor de la causa, buena parte de la provincia de Buenos Aires puede hallarse de la noche a la mañana en estado de sospecha. Por lo pronto, los medios informan que se cotejan las huellas de la “mano pequeña” con las más de 2 millones que tiene prontuariadas la policía.
Mientras el crimen que sacó a relucir la patología social de una familia con vocación patricia se desdibuja, quienes desconfían de la buena intención del fiscal recuerdan que si no existe la voluntad de descubrir la verdad se investiga mucho sin avanzar un palmo, se marcha en el lugar, se convoca a la Justicia a huelga de celo. Los detractores van todavía más allá y afirman que el nombre del asesino ya no es lo primordial y tampoco importa tanto dilucidar si el paraguas de maridos, hermanos, medio hermanos y hermanos políticos se abrió para proteger la memoria de la víctima o el ramalazo de locura de un familiar vivo. Para los recelosos, la clave es descubrir qué argumento poderoso obliga a Molina Pico a convivir con el papelonazo público y los chistes que escarnecen la investigación. Lo irreparable, dicen, es que esa poderosa razón, sea la que sea, se está llevando puesta la ilusión de la igualdad.
Molina Pico, un hombre templado en la Guerra del Golfo y reacio a la exposición, de acuerdo con el elogioso perfil trazado por La Nación, ha hecho saber a través de un alter ego, su colega de la casación Juan Martín Romero Victorica, que hace lo que hace porque no quiere encubridores, quiere al asesino. No van a confundirlo limitándolo a trabajar sobre los cinco o seis candidatos que el expediente le puso por delante en tanto siguen de farra cientos y miles de pulgares potencialmente sospechosos. El fiscal no se encorseta en recetas facilistas, útiles apenas en la retórica de la crónica policial. No pretende “cerrar el círculo”. El círculo del fiscal no es de los que se cierran sino de los que se abren. En el fondo, tampoco es un círculo. Es la esfera de Pascal, la que tiene su centro en todas partes y su circunferencia en ninguna. A Molina Pico el ministerio público le queda chico: es un filósofo y especula con el infinito.

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