EL PAíS

El lenguaje y la identidad de la ESMA

 Por Julián Axat * y Guido Croxatto **

En Un derecho constitucional para las futuras generaciones, Peter Häberle sostiene que los constituyentes reaccionan y actúan en sus nuevos textos respecto de las importantes preguntas básicas de la época. En la Argentina, esa “pregunta básica de la época”, que nos interpela a todos por igual, hombres y mujeres, jóvenes y mayores, de derecha o de izquierda, liberales o conservadores, es la memoria. El Megajuicio de la ESMA está demostrando hasta qué lugar puede llegar el derecho cuando toma la decisión de ver lo que durante mucho tiempo no podía ni quería ser visto. Lo que el derecho mismo no quería ver. Teníamos un derecho que se tapaba los ojos. Por primera vez en la historia de Argentina (sin desmerecer la enorme importancia del Juicio a las Juntas) estamos terminando con la impunidad de crímenes aberrantes y atroces, callados durante largo tiempo, que socavaban la credibilidad de la democracia. El derecho se está animando a juzgar el pasado. Ni más ni menos. El derecho se está animando a ser y hacer lo que debe ser y hacer el derecho. Traer Justicia. Por su magnitud, se trata del proceso oral más grande de la historia judicial argentina. Al considerar la magnitud de este juicio, con 68 imputados por 789 víctimas torturadas, violadas, asesinadas, desaparecidas, silenciadas (tal vez la gran misión de este juicio, de este derecho, sea volver a escucharlas, volver a escuchar lo que fue silenciado, torturado, arrojado a un río), Baltasar Garzón, destacó: “Después de Nuremberg, no creo que haya habido un juicio de esta envergadura por crímenes de lesa humanidad. Eso es muy importante no sólo para Argentina sino para el mundo entero”. Lo es porque con este Megajuicio esta comenzando un nuevo derecho. Porque está comenzando un nuevo contrato social, como dice Häberle en Alemania. Una nueva moral y una nueva cultura que nace desde el derecho. El derecho asume que calló. Y que ahora ha llegado el momento de hablar. De no callar. De decir algo que todavía no fue dicho. Este juicio le va a cambiar el rostro a la cultura porque va a cambiar su lenguaje. La cultura argentina no será la misma después de este juicio. El derecho está determinando que lo que pasó en ese lugar no puede volver a repetirse. (Adorno decía que Auschwitz había dejado muchas enseñanzas dolorosas, la primera es que no podía volver a suceder algo semejante, que el hombre no podía permitir que sucediera de nuevo algo así.) Tenemos un nuevo estándar moral para el derecho que ya no decide quién vive y quién no. Quién es persona y quién no. Quién tiene palabra y quién no. Quién es arrojado al río. Que respeta en forma plena el derecho a la integridad, a la dignidad, y a la vida. Un derecho que respeta el derecho a la palabra. Si hay un derecho que ha cambiado en forma dramática en los últimos diez años en la Argentina, un derecho largo tiempo denegado pero que es esencial para el desarrollo de la sociedad, derecho que se ha asentado sobre los juicios de derechos humanos, un derecho que le ha dado sentido a enormes campos de la vida social argentina (es decir, que excede aunque procede de los juicios vinculados a la memoria, pero alcanza a todos los campos del derecho penal, civil), es el derecho a la identidad. En la Argentina, y esto es lo que tenemos que celebrar con este juicio, la identidad (moral, la identidad política, la identidad biológica, la identidad histórica, la identidad de género) volvió a ser un derecho. Estos juicios están construyendo derechos que antes no existían. El cambio de paradigma tanto en el derecho público como privado, que reestablece a la persona en sus derechos civiles y políticos, se debe a este cambio en el rol de la memoria. Los juicios vinculados a la memoria le cambiaron el rol al derecho.

Entre los acusados están los pilotos responsables de los vuelos de la muerte que luego pasaron a volar aviones comerciales privados. Como si nada. Vale la pena recordar ahora que cuando se quiso convertir la ESMA en un espacio para la memoria y la reflexión crítica del pasado reciente, muchos se opusieron, muchos, incluso intelectuales de renombre como Todorov, quisieron conservar la ESMA como una escuela, donde se “aprende” y se “enseña”, como si allí, en esas paredes, no hubiera sucedido nada que mereciera ser recordado ni pensado, como si la ESMA pudiera alguna vez volver a ser una escuela normal, donde el mismo Ban Ki-moon dijo, en 2011, “en la Argentina la era de la impunidad ha muerto, la era de la rendición de cuentas ha llegado”. La presencia de Ban Ki-moon en la ex ESMA con esa frase tomando un pañuelo blanco de manos de Estela Carlotto, con la presencia del entonces secretario de Derechos Humanos Eduardo Duhalde, marcan otro hito histórico en la batalla cultural, política, legal, lingüística, de los derechos humanos. Los derechos humanos son siempre un tema del presente. No son nunca un tema del pasado.

El procesamiento de Juan Alemann, ex secretario de Hacienda durante la última dictadura cívico-militar, quien presenció los tormentos a un detenido en este centro clandestino siendo funcionario de una dependencia determinante, también abre un nuevo camino lleno de preguntas complejas que esperan hacerse. Ese camino termina siempre en la misma pregunta: qué sociedad teníamos, tenemos. Y qué sociedad queremos tener. La misión esencial del derecho es responder a esta simple pregunta. En qué mundo queremos vivir. Cómo hubiéramos hecho para vivir en un mundo justo si los crímenes no hubieran sido juzgados. Pensar la complicidad civil con el Proceso no es sólo pensar el pasado. Es pensar el presente. Es pensar la imagen que la sociedad tiene de sí misma. Y los crímenes que no quiere ver. Para eso está el derecho. Para mostrarle a la sociedad lo que no quiere ver. Para mostrar y juzgar lo que no puede ser visto. Para que la ESMA no se repita.

Muchos sostienen que los organismos de derechos humanos fueron “cooptados” por el Gobierno, en vez de apoyar la realización de estos juicios de derechos humanos que tienen por misión reparar y liberar, juzgar y elevar la palabra. Una persona a la que le torturaron y le mataron un hijo o una hija, a la que le violaron o robaron un nieto, no puede ser “cooptada”. (El anverso de ese discurso inicuo es que en tiempos de impunidad era todo mejor porque estos organismos eran “independientes”, con ello se defiende la impunidad, la negación, y el olvido.) Los organismos de derechos humanos apoyan mayoritariamente estas políticas porque son la consagración de las batallas morales y legales que esos organismos llevaron adelante durante años enteros, en soledad, de espaldas a gran parte de la sociedad argentina, sin que nadie los escuchara, con enorme entereza e integridad. Estos organismos han hecho un trabajo enormemente valioso. Le han enseñado a la democracia cuál era el camino.

El escritor Victor Hugo dijo en una de sus novelas más famosas: “Nada es más fuerte que una idea cuyo momento llegó”. En la Argentina hay varias ideas que están creciendo, madurando, (distintos derechos que están por nacer, cobrando forma) pero esa “idea cuyo momento llegó” es la memoria. Son los juicios de derechos humanos. Como los jóvenes abogados de derechos humanos que en países como Colombia son desaparecidos por denunciar con valor casos de “falsos positivos” (un tema invisible, jóvenes pobres que son secuestrados, asesinados y presentados como “bajas” en “combate”), este juicio de la ESMA sirve para repensar los crímenes que se cometieron en el país, para repensar también los crímenes que aún se cometen en la región sin que el derecho, la sociedad, y la gran prensa, se atreva a denunciarlos. Hay una solidaridad en el derecho que se atreve a preguntar. El sentido de estos juicios es el presente. No es el pasado. El sentido de estos juicios es abrir una puerta cerrada. En todas las sociedades del mundo hay una puerta cerrada que el derecho debe abrir. Hacer, una vez más, una incómoda pregunta. En el megajuicio de la ESMA el derecho argentino vuelve a preguntar. Interpela. Piensa. Avanza.

* Defensor juvenil.

** Asesor de la Secretaría de Derechos Humanos.

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