EL PAíS › OPINIóN

El secuestro de El Principito

 Por Enrique C. Vázquez *

Desde hace muchos años, aun antes de que el 24 de marzo fuese instituido como Día Nacional por la Memoria, la Verdad y la Justicia, la comunidad del Colegio Nicolás Avellaneda vive con particular intensidad cada aniversario de aquel golpe de Estado.

Además del acto escolar formal (que algunos colegios todavía evitan realizar a pesar de que está indicado en la agenda educativa), nuestros docentes y estudiantes realizaron actividades a lo largo de toda la semana previa.

Una de ellas fue el Bibliocausto argentino, una performance-instalación inspirada en las 24 toneladas de libros prohibidos y quemados del Centro Editor de América Latina durante la dictadura cívico-militar y religiosa. La instalación, realizada por alumnos de 1º a 5º año, coordinados por los profesores de Literatura y de Plástica, permanecerá en el hall del colegio durante toda esta semana, abierta al público.

También se presentó un video con entrevistas a ex alumnos del Avellaneda que militan en HIJOS y cuya realización estuvo a cargo del Taller de la Memoria, integrado por alumnos y profesores de Educación Cívica. El video ya había sido exhibido en el Encuentro del Programa Jóvenes y Memoria realizado el año pasado en Chapadmalal.

El Centro de Estudiantes, por su parte, organizó trabajos con los chicos de 1º y 2º año, quienes realizaron murales y una nueva bandera para participar de los actos y movilizaciones por el 24 de marzo.

Nuestra manera de recordar en la escuela, juntos, los adultos y los chicos, permite que la generación joven herede las vivencias de la anterior y las recree como pueda y como quiera.

Existe una relación compleja, una tensión, entre la necesidad de recordar y, a la vez, de dejar atrás los aspectos más siniestros de aquel pasado. Luego de 30 años de democracia, con las juntas de comandantes condenadas, los retrocesos por obediencia debida e indultos y, finalmente, la reapertura de los juicios a los represores, la sociedad argentina recorrió un camino sinuoso en la búsqueda de justicia. Los chicos que hoy están en las escuelas crecieron en el tramo final de ese camino, con la ESMA convertida en Museo y Centro Cultural, como símbolo de estos tiempos. Crecieron en una época de democracia, de absoluta libertad de expresión y de ampliación de derechos. Por todo ello, a los jóvenes les resulta más difícil comprender la dictadura. No es sólo por una cuestión del paso del tiempo. Sin embargo, todos los esfuerzos que hagamos para que ese pasado siga siendo conocido y reinterpretado contribuyen a que estos jóvenes valoren más lo que hoy tienen y respondan haciendo valer sus derechos y garantías ante cualquier acto de opresión, discriminación o violencia.

La tarea de los mayores está orientada a que los jóvenes se formen como ciudadanos plenos, activos, participativos. La producción artístico-política –en su sentido más amplio– que llamamos Bibliocausto argentino es transmisión de información y dramatización de una experiencia dolorosa. Sin embargo, para los chicos, trabajar en ese tema resultó una experiencia placentera. Ellos no sufren por los libros quemados o prohibidos. Pero saber que ello ocurrió, tal vez les haga disfrutar más de los que hoy leen y de la posibilidad de crear y discutir a partir de todos los materiales que llegan a sus manos.

En medio de las clases y de estas actividades, surgió una pregunta en la sala de profesores: ¿por qué los chicos, a más de 30 años de la dictadura siguen poniendo su atención y su entusiasmo en este tema? Porque hay políticas de Estado, porque hay militancia en la sociedad, porque hay familias e instituciones educativas que trabajan por la memoria. Y somos más que los que prefieren olvidar.

En el hall del Avellaneda, un grupo de estudiantes sentados en ronda escucha a la profesora de Literatura leer un poema de aquellos libros condenados al fuego. Mientras tanto, a un costado de esa misma ronda, un chico dibuja un Falcon verde, con dos hombres en su interior que llevan secuestrado a El Principito.

* Historiador. Vicerrector Colegio Nicolás Avellaneda.

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Imagen: Bernardino Avila
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