EL PAíS › OPINIóN

Con la misma voz

 Por Mario Wainfeld

Por una vez, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner pidió permiso, broma bromeando. Se dirigió al escribano de Gobierno, preguntando si podía decirle “Teresa Parodi” a la ministra que estaba prestando juramento. Claro que lo obtuvo: esta nota lo toma prestado para nombrar a la flamante funcionaria como todos la conocen y tantos la respetan o la quieren. Fue en el casi relegado Salón Blanco de la Casa Rosada, rebosante de entusiasmo y reconocimiento.

“Elevar” a ministerio a la Secretaría de Cultura, de por sí pujante y dotada, es un salto burocrático que pretende potenciar a la actividad. Un ministerio, se espera, tiene más capital simbólico, más recursos humanos y más caja. Más poder para hacer, en suma. La movida es, pues, una propuesta y una promesa cuyo cumplimiento se medirá con el transcurso del tiempo.

Sumar a Teresa Parodi al elenco de gobierno es un reconocimiento merecido y una apuesta. Las calidades humanas, militantes y artísticas de Teresa Parodi son una formidable carta de presentación que, ay, no asegura el éxito en la gestión. La actividad política es compleja, ser una referente del porte de Teresa Parodi agrega valor. También conocer al dedillo las necesidades y las cuitas de los creadores consagrados o de los artistas desconocidos. Pero esas dotes ponderables no son condición suficiente... ni tampoco imprescindibles para ser una buena ministra.

En la cancha se verá, en el camino gratifica que se haya pensado en ella y que haya recibido una salva de aplausos, algo a lo que está acostumbrada... pero esta vez en circunstancias únicas.

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Correntina hasta el tuétano, maestra de profesión, autora e intérprete, Teresa Parodi es un ícono de la cultura popular. Su música y sus letras se nutren de todo ese recorrido. Las vivencias populares, los dolores familiares, la vida de los trabajadores, la celebración de la fiesta hecha chamamé... No le cabe al autor de esta columna evaluar sus calidades musicales pero sí puede saludar una trayectoria coherente en lo artístico y en la militancia.

La palabra “militancia” ha recobrado habitualidad, ora para ser exaltada ora para denigrar a quienes se consagran a ella.

El kirchnerismo produjo una circunstancia olvidada o imposible durante décadas. En la Argentina era moneda corriente militar contra los gobiernos, pero no congregarse para apoyarlo. El kirchnerismo cuenta con partidarios fervorosos, que se le fueron sumando mientras gobernaba.

Desde luego, la condición de oficialista marca diferencias y, por qué no, habilita suspicacias. Hay quien reduce la “militancia K” al craso oportunismo o a la venalidad. Puede haber casos, ya que no se conocen oficialismos sin obsecuencias. Hay funcionarios o legisladores que sin tener historia en el peronismo devinieron militantes justicialistas ya criados y dotados de cargos. Puede que hayan cambiado genuinamente, pero es real que les falta superar la prueba ácida de militar desde el llano, donde todo es más duro y más arduo.

Muy otra es la situación de la mayor parte de los dirigentes y cuadros de La Cámpora, que militaron desde muy jóvenes en circunstancias adversas. Y, desde luego, la de los miles de pibas y pibes que se suman a las organizaciones juveniles impulsados por la pasión política, que se palpa cuando se los ve en las calles o en los barrios.

Teresa Parodi, volvemos, es una militante popular desde hace añares. Se bate por las mejores banderas que enarboló el actual gobierno, desde antes de que existiera el kirchnerismo. Una de las virtudes de esta identidad política es que transformó en realidades o políticas públicas lo que fueron antes demandas minoritarias. Reclamos signados por el rechazo pasaron a ser agenda y realizaciones. Ese salto de calidad democrática implica un reconocimiento a quienes, en el pasado no tan lejano, lucharon por causas justas sin desfallecer aunque situados en el terreno de la resistencia.

Teresa Parodi siempre estuvo en ese lugar. Es moda decir que los trabajadores de la cultura que apoyan al oficialismo lo hacen a cambio de pagos o beneficios indebidos. El cargo es falaz, casi siempre. Para tantos “acusados” basta revisar su historia. Quien conozca apenas la trayectoria de Teresa sabe que ella apoyó con su presencia infinidad de actividades o movidas del movimiento popular cuando eso no redituaba dinero ni favores oficiales. Que fue a cantar a recitales, actos, fiestas populares gratis o menos que gratis aportando su polenta, su talento y su voz por puro compromiso. Sus letras también replicaron al individualismo de los noventa, a la devastación del mundo del trabajo, a la mentira del neoliberalismo. Cada quien evaluará la calidad de la artista, pero solo un necio puede ignorar que no era negocio ni alcahuetería (que por aquel entonces sobraban en la academia, en la cultura y en la política).

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La centralidad de las políticas públicas en la cultura viene creciendo en el mundo y en la Argentina. No se trata, jamás, de regimentar o uniformar sino de dotar a los ciudadanos de medios para que estos determinen a qué fines aplicarlos. La promoción es un objetivo constante que, como en tantos otros terrenos, las leyes del mercado no contemplan del todo o distorsionan.

Las políticas culturales interactúan con la sociedad civil de modo tal que una buena gestión (máxime en un gobierno que dura muchos años) es difícil de escindir de lo que se va construyendo en dicha sociedad. Al fin y al cabo, de animar, agitar y promover se trata. El ejemplo del cine nacional en la década, cree el cronista, es adecuado y para nada único. La diversidad de enfoques, la cantidad de directores y artistas que se hicieron ver y conocer, la pluralidad de temáticas, los sesgos que van desde la vanguardia hasta lo comercial, pasando por el intimismo o el costumbrismo... Suponer que eso es solo la consecuencia lineal de una política pública es mecánico o monocausal. Negarle toda vinculación, un simplismo interesado.

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Ah, el documento de Parodi dice que su nombre es Teresa Adelina Sellarés. Así será, así se llamó la docente que fue y que ella nunca olvidó.

El secretario saliente, Jorge Coscia, recibió un trato inusual en el kirchnerismo para un funcionario renunciante. Fue ubicado al lado de Teresa Parodi cuando se leyó el decreto de creación del ministerio y de designación de su titular. La Presidenta lo saludó especialmente y lo besó a la salida del breve acto, que hubiera sido parco si no hubieran mediado la emoción y las ovaciones.

Teresa Parodi se emocionó en los prolegómenos, acaso hubo una lágrima por ahí. A la hora de jurar, su voz se escuchó firme, convencida y bella. Ninguna novedad, por cierto.

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Imagen: Leandro Teysseire
 
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