EL PAíS › OPINIóN

Silencios

 Por Mariana Carbajal

En Bahía Blanca se llora el femicidio de Micaela Ortega. Tenía apenas 12 años. La violencia machista la dejó sin sonrisa, ni ilusiones ni rebeldías. La dejó inerte. Sin voz. Sin poder tomar decisiones. Como nos quieren los machos violentos a las mujeres: silenciosas y silenciadas. Por su crimen detuvieron a un hombre con más del doble de edad que ella.

En la provincia de Salta, en la localidad de Alto La Sierra, un poblado aislado y de difícil acceso para los vehículos, otras violencias machistas duelen en el alma: una adolescente de una comunidad wichi, con epilepsia y muy pobre, fue víctima de una violación colectiva. Ocho varones, todos ellos criollos, dos menores de edad, fueron señalados como los culpables y detenidos por el brutal hecho, ocurrido casi ocho meses atrás en una canchita de fútbol, a plena luz del día, pero que recién trascendió en los últimos días. La denuncia en la comisaría la hicieron dos jóvenes mujeres que presenciaron el ataque y no pudieron hacer nada para frenarlo, ni declarar para ratificar sus dichos, por las amenazas que las silenciaron. Los agresores estuvieron detenidos tres meses pero la Justicia los liberó porque el médico que revisó a la adolescente era de Bolivia y no tenía matrícula en el país, y el certificado dando cuenta de las heridas físicas encontradas lo firmó el gerente del hospital local, que no es médico sino bioquímico, y los defensores de los imputados, impugnaron la prueba. Las formalidades se impusieron a la realidad de un paisaje atravesado por la ausencia del Estado. Y aunque la adolescente tiene voz, nadie la escuchó: ella habla un dialecto de su etnia, pero la Justicia no le garantizó traductor y tres veces se suspendió la declaración en cámara Gesell, según confirmó a este diario el fiscal regional Armando Cazón. Ahora se sabe que además, la adolescente está embarazada. ¿Le ofrecieron un aborto no punible? Probablemente no. El cúmulo de las violencias de género en su cuerpito vulnerable: física, sexual, simbólica, obstétrica, institucional. Todas definidas en la Ley 26.485. Todas impunes.

Hace dos semanas y media, otras dos adolescentes fueron asesinadas y por sus femicidios fueron detenidos dos hombres que también las doblaban en edad: el cadáver mutilado de Gisela Alejandra López, de 18 años, fue encontrado cerca de su casa, en la localidad de Santa Elena, departamento La Paz, 130 kilómetros al noreste de Paraná, en Entre Ríos. Hacía 18 días que estaba desaparecida. Por su crimen fue apresado Gustavo Centurión, de 36 años. Otra chica, de 14, fue encontrada asesinada junto a una conocida suya de 26 años, en un galpón de Ramos Mejía, partido bonaerense de La Matanza. Por el doble femicidio detuvieron a un hombre de 43 años, sereno del galpón.

No son casos aislados. La violencia de género adquiere distintos rostros. Es el golpe a la pareja o a la ex, el acoso callejero disfrazado de piropo, es el abuso sexual, la descalificación de la palabra de las mujeres, el chiste machista, la cosificación de los cuerpos femeninos en los medios, las agresiones a las mujeres trans, la criminalización del aborto, los maltratos en la atención obstétrica… El disciplinamiento de todas las mujeres es el mensaje de fondo. Cada vez que se aborda el tema en algún programa de radio o televisión, o incluso en una charla en un ámbito académico o sanitario, o en reunión de amigas y amigos, surge un comentario inevitable: “También hay mujeres que maltratan a los hombres, la violencia es cruzada”. La frase corre el eje de la cuestión central, intenta silenciar el problema. No se trata de negar que hay algunas mujeres que son violentas. Pero de lo que hablamos es de la violencia machista inscripta en la sociedad patriarcal. ¿Cuántos varones son asesinados por ser varones por sus parejas o ex parejas cada semana? ¿Cuántos sufren violaciones de parte de mujeres que se imponen aunque ellos se resistan y después son descartados como basura? Cada 30 horas una mujer es víctima de femicidio. Esos asesinatos son la expresión más extrema de la violencia de género, cuya contracara es la discriminación histórica de las mujeres en la sociedad: ese es el caldo de cultivo que habilita a algunos hombres –muchos, pero no todos– a tomar el cuerpo de las mujeres como parte de sus posesiones, como si estuvieran a disposición para satisfacer sus deseos, sus órdenes, sus mandatos. Esa matriz social es la que debemos desarmar, con políticas públicas, con presupuestos adecuados, con medidas concretas. Con claridad lo explica la antropóloga feminista mexicana Marcela Lagarde, investigadora del fenómeno de los femicidios, referente fundamental en el tema: “La violencia se produce por la desigualdad entre mujeres y hombres. Y funciona para mantener esa desigualdad, para atemorizar al resto de mujeres y lograr que no salgamos de los límites que se nos fija en cada sociedad. Cuando se mata a una mujer hay pedagogía: sirve para que las demás nos enteremos, nos aterroricemos y tengamos miedo. Que no seamos dueñas ni siquiera del espacio privado”. Por eso salimos nuevamente a las calles, para enfrentar esas violencias, esa matriz. Porque #Vivasnosqueremos, el próximo 3 de junio volvemos a gritar #Niunamenos. Y gritamos para que no nos sigan silenciando.

* Autora del libro Maltratadas. Violencia de género en las relaciones de pareja (Aguilar).

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