EL PAíS › EL OBISPO QUE DENUNCIABA LOS ATROPELLOS DEL JUARISMO

La voz de los silenciados en Santiago

Gerardo Sueldo fue designado obispo de Santiago del Estero en 1994, donde vivió hasta el viernes 4 septiembre de 1998, cuando murió en un supuesto accidente automovilístico. Sueldo era un férreo opositor al neoliberalismo ejecutado por el menemismo y un feroz crítico del gobierno provincial de Carlos Juárez. Pocos meses después de asumir, el religioso visitó el Vaticano y, frente al Papa, no dudó en denunciar los manejos provinciales: “No sólo nos interesa decirle a Su Santidad que en la Argentina hay pobres, sino que en muchas provincias, como en Santiago del Estero, la pobreza no es algo circunstancial sino que está fomentada desde el poder”, había remarcado.
Considerado en Santiago la “voz de los sin voz”, Sueldo había nacido en Rosario en 1963, criado en Catamarca, fue ordenado sacerdote en 1961 y consagrado obispo en 1982, cuando fue nombrado al frente de la diócesis de Orán, en Salta. En 1994 fue trasladado a Santiago del Estero, donde realizó duras críticas al juarismo y, al mismo tiempo, recibió muchas amenazas. A diario criticaba el estilo “feudal” de Juárez y su “voluntad de imponer la cultura del miedo”.
En 1996 instó al pueblo de Santiago a “no perder la dignidad por la obsecuencia y el servilismo frente al poder de todo tipo”. En plena homilía advirtió que en la provincia se “va profundizando una cultura de la dependencia y el sometimiento”. Ese año había denunciado escuchas telefónicas, seguimientos y grabaciones de sus homilías. Siempre reponsabilizó directamente a Carlos Juárez.
El viernes 4 de septiembre volvía de Salta por la ruta 9. Según la versión policial, el religioso perdió el control de su auto, un Renault 19, cuando quiso esquivar un caballo que se le habría cruzado en la ruta. Estaba a la altura de San Marcos, a quince kilómetros de la capital santiagueña. Eran las 4.45 de la madrugada.
El auto volcó y Sueldo salió despedido, por lo que sufrió graves heridas en la cabeza. Trasladado de urgencia al sanatorio San Francisco, donde no llegaron a operarlo, falleció a las 7.20. Tenía 62 años. Los sacerdotes que lo acompañaban, Marcelo Trejo y Jorge Ramírez, sólo sufrieron golpes.
En agosto de 1995 lo llamaron por teléfono y le dejaron un mensaje: “Ni la misericordia de Dios va a salvar al obispo”. Las amenazas continuaron hasta su muerte. “Mi lucha contra este gobierno obedece a una reacción normal ante una realidad política, económica y social que castiga cada vez más a los pobres”, explica en una de sus últimas declaraciones.
A la despedida de sus restos asistió el entonces secretario de Culto de la Nación Juan Laprovitta. Llevó las condolencias del presidente Carlos Menem y ese mismo día, a sólo 48 horas de la muerte, el funcionario aprovechó la ocasión para descartar totalmente cualquier hipótesis de un atentado.

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