EL PAíS › OPINION

Hitchcock, Mazzorín & Gallardo

 Por Juan Sasturain

Lo recordaba Fresán, ayer nomás, en el remate de su sutil contratapa. La maestra o uno –es decir, el espectador– veía por la ventana del aula cómo un par de pajarracos negros se posaba en los juegos del patio de la escuela. La cámara se iba a otra cosa. Cuando volvía, al pasar y sin subrayado sonoro, había como diez más que ya negreaban toda la estructura. Puro Hitchcock. Hasta aquella perturbadora adaptación del relato de Daphne Du Maurier –esa mediocre y eficaz narradora inglesa privilegiada por la pantalla–, las aves en general y los pájaros en particular habían tenido la mejor prensa, el mejor cine y la más sutil literatura.
Sabias lechuzas ateneas y voraces buitres prometeicos poblaban la mitología griega; sonoros ruiseñores, sentenciosos cuervos y mufosos albatros competían en los versos románticos de Keats, Poe y Coleridge. Las volvedoras golondrinas de Bécquer y Dávalos, el mirlo de Wallace Stevens, el cóndor embalsamado de Olegario Víctor Andrade, la equívoca “águila guerrera” de la canción Aurora... La bíblica, boludísima paloma fue primero símbolo de la clemencia del Señor tras el Diluvio, y de la Paz a secas después, vía las tizas de Picasso e incluso las pudorosas cigüeñas pusieron lo suyo, anidaron por siglos en las chimeneas europeas y las mentes infantiles. Todo bien con las aves.
Que los chanchos portaran triquinosis, que las vacas se volvieran locas y las abejas africanas histéricas o que los mariscos padecieran infiltraciones filocomunistas con la marea roja, todo estaba dentro de lo previsible. Pero no que las aves nos hicieran esto. Una cosa fueron los vetustos pollos que ensombrecieron para siempre la memoria del picoteado Mazzorín –un accidente local hecho de burocracia y frío desencadenado–, otra este ominoso desafío plumífero urbi et orbe. Ahora habrá que revisarlo todo: incluso y sobre todo el uso fácil y gratuito del apodo futbolero a los literalmente alicaídos muchachos de la banda. Cuidado esta vez con las gallinas, que quieren cambiar la historia.

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