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El voto guaraní

 Por W. P.

Rufino González conserva los rasgos de sus ancestros guaraníes. Es el tío del cacique de la comunidad de Yryapú (que significa “ruido de agua”), a escasos kilómetros de Iguazú. Su principal actividad es la venta de artesanías. “Rovira está ayudando a todas las poblaciones. Es una excelente persona”, opina Rufino González. Junto con otros indígenas construye una escuela para capacitar en turismo a la comunidad. Mientras arroja una rama más al fuego (la costumbre guaraní es que nunca se apague), explica a Página/12 que están “haciendo un aula para nuestros chicos, porque estamos perdiendo nuestra cultura”. Para llegar a la escuela hay que internarse en la espesura de las tierras que consiguieron los indígenas y que codician los megaemprendimientos de nueve hoteles cinco estrellas. En el camino, junto a una canchita de fútbol enlodada, hay una escuela de chapa donde se alfabetiza. “En general los maestros hablan guaraní”, detalla Patricia, de guardapolvo. Detrás de ella juega un grupo de nenas descalzas. En la comunidad hay un solo baño para 380 personas. Rufino no sabe si irá a votar. “Lo estamos hablando. Vemos que Rovira tiene un buen corazón. Si se candidatea, seguramente gana”, plantea.

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