EL PAíS › OPINION

Una idea neofascista

 Por Sergio Kiernan

Para Carlos Ruckauf, las protestas y la indignación por el cargo que le dio a Saúl Rotsztain deben ser una sorpresa. Es que el canciller tiene fuertes inclinaciones filofascistas, lo que quiere decir mucho más que un gusto por la mano dura, la cana brava y el exterminio de “subversivos”. Ruckauf piensa fascistamente entre otras cosas porque su cerebro es corporativo: ¿Qué mejor que un judío para hablar con otros judíos? ¿Acaso la secretaría de la Mujer no es siempre ejercida por una mujer? ¿Un obrero no es siempre el mejor ministro de Trabajo? ¿Un empresario no queda natural en el de la Producción?
Mussolini y Hitler organizaban así sus gabinetes, Saddam Hussein y los ayatolás organizan así los suyos, siguiendo un estilo que Perón canonizó en La Comunidad Organizada (que debía organizarse, justamente, en estamentos o corporaciones fijas, “verdaderas” unidades de la sociedad, para salir de la falacia individualista liberal del ciudadano que vota como se le cante). La amplia mayoría de los peronistas le da cero bola a este tipo de dogmas, pero a Ruckauf se le quiebra la muñeca para el lado más pesado y tal vez logra que su presidente le firme este tipo de decreto por reflejo tradicional.
La idea sella además ciertas pulsiones profundas del antisemitismo. Que un gobierno necesite “un representante especial” para su relación con la comunidad judía es una noción profundamente venenosa y racista. Mario Averbuch y José Hercman señalaron con acierto que el gobierno no siente necesidad de un representante especial para hablar con los descendientes de gallegos o con los musulmanes. Lo que pasa es que para la gente que piensa y sobre todo que siente como Ruckauf, los judíos “son distintos”, son casi extranjeros, tienen aquella lealtad tan molesta con Israel y por eso hay que nombrarles un embajador en su propio país.
El canciller va a defenderse de toda acusación de antisemitismo, entre otras cosas señalando que un antisemita no nombra a un judío como representante y le da rango de embajador, como se defendía de la mano dura diciendo que nunca mandó torturar a nadie. No entiende que si bien es lógico que un médico presida una sociedad de médicos, no es lógico sino discriminador que un judío sea “puente” entre gobierno y comunidad. Tal vez podría defenderse diciendo que todo esto no pasa de un nombramiento para darle a un lobista cercano un cargo para que trabaje más cómodo. La forma que eligió para blanquear a su contacto, sin embargo, revela su manera profunda de actuar y pensar: con tanto cargo para inventar, Ruckauf inventa tan luego ése.

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