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Memoria de “La patria fusilada”

 Por Juan Sasturain

En los meses y en los años siguientes a la Masacre de Trelew –que así quedó para siempre calificado el fusilamiento de prisioneros tras el masivo intento de fuga guerrillera del penal de Rawson en agosto del ‘72– pasaron muchísimas cosas graves, terribles y jubilosas. No sé si me animo a hablar de todo aquello. Me parece que no. Pero además por entonces se publicaron dos libros sobre el tema: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez, y La patria fusilada, de Francisco Urondo. Y de eso tal vez pueda decir algo.
Recuerdo haber leído los dos, pero de La pasión... me acuerdo menos. El de Tomás Eloy era el libro de un escritor trabajando de (impecable) periodista, un reportaje a la perpleja comunidad en que la Historia había anidado ocasionalmente para poner sus huevos de amor y muerte. Lo busqué de apuro y (todavía) no lo encontré. El que sí tengo a mano es el de Paco, un poco baqueteado pero entero. Y de éste sí –lo compruebo al releer penosamente– me acordaba más. Es también el libro de un escritor y periodista. Pero más que nada el de un militante: Paco lo era.
La patria fusilada es un libro chiquito, de algo más de 140 páginas, celeste, con un dibujo a pluma salpicado de sangre en tapa, un hombre arrasado por la descarga. El pie de imprenta de la edición de Crisis señala: “Primera edición, 15 de agosto de 1973, 10.000 ejemplares; 2da., 30 de agosto de 1973, 5000 ejemplares; 3ra. edición –la que yo tengo–, 17 de septiembre de 1973, 5000 ejemplares”. Veinte mil ejemplares en un mes. Qué bárbaro.
¿Y de qué habla? Buena pregunta, porque es un libro conversado, la transcripción, precisa hasta en el registro de la respiración y los cruces, del testimonio de los únicos sobrevivientes de la masacre de aquella madrugada del 22 de agosto en el pasillo de los calabozos de la Base, cuando los marinos tiraron: hablan María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar, los tres que se salvaron malheridos cuando murieron dieciséis.
¿Cuándo lo contaron? Eso es notable, porque el mismo Paco explica en el arranque las condiciones especiales en que hizo eso que no puede ser considerado un simple reportaje. Fue otra madrugada famosa pero de signo inverso, apenas nueve increíbles meses después, en otra cárcel, la de Villa Devoto: el 24 de mayo de 1973, las vísperas de la asunción del gobierno de Cámpora que liberaría en horas a todos los presos políticos, incluidos los testimoniantes y el entrevistador. En ese contexto, en una celda aislada del júbilo creciente y la expectativa que los rodeaba, esos tres y Urondo –un preso político más por entonces– se sentaron heridos pero oscuramente victoriosos a reconstruir, de una sola sentada de nueve de la noche a tres o cuatro de la mañana, todo el episodio, desde la fuga a la masacre: las circunstancias, el análisis, las sensaciones.
El resultado, con el plus de los dos textos de Gelman que abren y cierran el libro –”Condiciones” y “Glorias”: “oh sangre así caída condúcenos al triunfo”– es absolutamente perturbador. Ya no es como Walsh frente a Livraga quince años antes, hablando con “el fusilado que vive” después de José León Suárez, desayunándose de una historia que le pasaba al lado sin tocarlo todavía. Es Paco Urondo, el poeta que se ha despedido en el memorable “Solicitada” que cierra sus Poemas póstumos del año anterior –”Ya no soy / de aquí: apenas me siento una memoria / de paso. Mi confianza se apoya en el profundo desprecio / por este mundo desgraciado. Le daré / la vida para que nada siga como está”–, el que indaga en las entretelas de sus compañeros, recoge el testimonio minucioso de las sensaciones que –lo sabemos hoy, lo intuía él– le tocarán vivir a plazo fijo. Así, el pequeño librito celeste tiene, con todo, un tono absolutamente positivo (¡qué palabra imbécil!), terriblemente conmovedor en sus convicciones y, por lo tanto, absolutamente intolerable desde este presente de humillación y fracaso.

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