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Presagios

Tras un período de confrontaciones, Cristina Kirchner dio todas las señales de una etapa de mejoramiento de las relaciones con la Iglesia, los empresarios y otros sectores de la sociedad. Néstor Kirchner, desde el llano, estará en la construcción política cuya ausencia condicionó la estrategia política de su gobierno.

 Por J. M. Pasquini Durán

Apelando a la razón o la fe, con una interminable variedad de instrumentos, la cultura humana desde siempre intenta atisbar el futuro. Aunque ningún método logró probar que podía anticipar el mañana con absoluta infalibilidad, la aproximación azaroza alcanzó para que la pretensión atravesara los tiempos sin perder atractivos de seducción. En la actualidad, los sondeos de opinión que vaticinan resultados sumaron sus aciertos y errores a las creencias vigentes, como si sus autores hubieran podido traducir en técnicas de ciencias sociales aquellos antiguos dones que se atribuían a brujos y dioses. Ante el relevo presidencial, por más que se trate de continuidad en lugar de fractura, o quizá por eso mismo, emerge inevitable la tentación de presagiar lo que vendrá. Así, estas páginas llegan para sumarse al caudaloso torrente de especulaciones y vaticinios dedicado a la misma tarea. A diferencia de las adivinanzas sobre las peripecias individuales, podría afirmarse que la política tiene lógicas y razones que facilitan el ejercicio, pese a que en reiteradas ocasiones dio la impresión de estar dominada por la pura subjetividad, más o menos irracional, de quienes han sido dotados de los atributos para resolver por todos los demás.

Con frecuencia, los ocupantes temporales del sillón de Rivadavia suelen aceptar, en privado, que el Gobierno representa a lo sumo el cincuenta por ciento del poder completo. La otra mitad está fraccionada entre diversos actores e intereses, a los que el gobernante deberá persuadir acerca de las bondades de su gestión o disuadirlos de sus conductas hostiles. De esa permanente práctica de negociación imperativa surgirá el resultado final, al cabo de cuatro años de mandato, más que de la pura voluntad de los elegidos. Dicho con sencillez: nadie hace lo que quiere, sino lo que puede. El primer presagio que debería formularse en esta ocasión tendría que ver con la humildad para reconocer que todas las intenciones enunciadas por la presidenta electa serán sometidas a la prueba más difícil: la relación armónica entre las políticas públicas y las expectativas de la sociedad.

Cuando Cristina Fernández de Kirchner (CFK) enunció la ecuación central de su proyecto –realizar un modelo de acumulación sin exclusión social– no fue difícil traducir que proponía consolidar un plan de desarrollo sustentable que no centrifugue a ningún sector de la sociedad. Sin embargo, hasta ahí no es mucho más que el título de un libro que hasta ahora tiene la mayoría de sus páginas en blanco. ¿Cómo lo hará? ¿Quiénes serán los principales beneficiarios? ¿Cuántos deberán resignar cuotas de rentabilidad particular en favor del bienestar general y de qué modo serán estimulados al desprendimiento? Otra hipótesis favorita de la presidenta electa: un pacto social que se proponga ir más allá del acuerdo circunstancial de precios y salarios para definir, en diálogo constante de capital y trabajo supervisados por el Estado, los perfiles de aquel desarrollo sustentable. Una vez más, el enunciado provoca más incógnitas que certidumbres. Enumerar las preguntas, sin embargo, es un ejercicio retórico, dado que los proyectos están poco más que titulados y sólo cuando se materialicen tendrán miga suficiente para entretener a la imaginación.

Después de considerar la aceptación social de la gestión, que puede ratificar, ampliar o renegar de la votación del 28 de octubre, como todo gobierno el que está llegando deberá definir su política de alianzas lo que, al mismo tiempo, identifica a sus enemigos. Néstor Kirchner tuvo varias líneas superpuestas, algunas derivadas de la debilidad de origen (22 por ciento de los votos) y otras de sus convicciones y experiencias como mandatario en Santa Cruz. Así, organizó un calendario de actividades, día por día, que le permitió recorrer todo el país hablando en vivo y en directo con los pobladores que se acercaban en cada lugar, aunque más no fuera al principio que por pura curiosidad. Para las necesidades electorales, prefirió hacer acuerdos o alianzas circunstanciales, dado que carecía de partido propio. Ya que tampoco podía contar, al comienzo, con el respaldo peronista, ni tampoco lo hubiera aceptado como base exclusiva, empezó a ensayar fórmulas que le permitieran ampliar la plataforma de sustentación. Desde la transversalidad hasta la convergencia, los títulos eran lo de menos, puesto que lo que intentaba era establecer la idea de que su gobierno no tenía una única camiseta partidaria.

Declaró hostilidades con todas las corporaciones tradicionales, sobre todo las de los militares que se identificaban con la dictadura, las máximas autoridades de la Iglesia Católica, los empresarios más acomodados del campo, el Fondo Monetario Internacional y los grupos más concentrados de la economía. A su lado, instaló a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, con todo lo que ello implica, y mantuvo relaciones zigzagueantes con la industria, el hipermercado y el gremialismo. En las relaciones exteriores, privilegió todo lo que tuviera que ver con el Mercosur y Sudamérica, persuadido de que desde esa base, y sólo desde ella, podía insertarse en el mundo.

El gobierno de CFK acepta el legado de la relación con las Madres y las Abuelas, lo mismo que con el Mercosur, pese a las pésimas relaciones con Uruguay cuyo desenlace no está a la vista, pero amplía su visión regional hasta México, persiste en la alianza estratégica con España pero busca nuevas aproximaciones con otros miembros de la Unión Europea, al margen de sus identidades ideológicas. Busca revitalizar el diálogo con el patronato industrial, agrario y financiero, aun a sabiendas de que sólo estarán a su lado mientras dure la bonanza económica, buena parte de la cual depende de los vaivenes del comercio mundial de materias primas. El comercio será una posible zona de confrontación, en la medida en que no puede permitirse una tasa anual de inflación que se dispare hacia arriba (el presupuesto 2008 prevé una tasa del ocho por ciento). Queda por saber cómo y quién medirá el costo de vida y todos las demás constancias que deberían aportar las estadísticas oficiales.

Las primeras señales de CFK fueron para bajar el nivel de confrontación que mantuvo el Presidente que se va en distintos frentes, no tanto porque discrepe con la conducta anterior, que respaldó sin duda, sino porque no necesita marcar territorio propio dado que ya fue ganado con mucho esfuerzo durante el período que termina el 10 de diciembre. Con la Iglesia Católica habrá oportunidad de encuentros, así sean protocolares, pero habrá que ver la disposición práctica de ambas partes. La CGT está en penumbras, aunque también aquí CFK necesita explorar todos los caminos posibles para contener los salarios dentro de los márgenes razonables de la evolución económica, atendiendo al mismo principio que su antecesor: no es elevar el salario nominal lo que los trabajadores necesitan sino trabajo digno y la primera obligación del Estado es propiciar la creación de nuevos empleos legítimos y blanquear la economía informal o “en negro”. El empleo con salarios adecuados, entendidos como algunos puntos por arriba de la inflación, ha sido hasta ahora para los Kirchner el redistribuidor de la riqueza que el Gobierno se puede permitir sin ir a una batalla frontal, como implicaría la tan mentada reforma tributaria de carácter progresivo. Pueden esperarse, no obstante, reformas cautelosas y parciales, de un modo parecido al que hasta hoy se manejan las retenciones a la exportación.

Una diferencia sustancial del nuevo período con el anterior tiene que ver con la institucionalidad política. En esta ocasión, el matrimonio Kirchner hizo una nueva distribución de tareas, según la cual Cristina se ocupará de la gestión de gobierno y Néstor promoverá la organización de una fuerza política, en principio interpartidaria (a la manera de la convergencia chilena), lo cual implica una actitud comprometida con el peronismo en lugar de la relación distante mantenida hasta ahora con la infraestructura partidaria. El propósito supone el rescate del sistema de partidos como columna vertebral de la democracia, pero sin retorno al esquema que se derrumbó a fines de 2001 y terminó por deponer al gobierno de la Alianza que encabezaba el radical Fernando de la Rúa. La reposición, pero sin repetirse, implica un esfuerzo desde el gobierno para alentar a la fuerza propia, tratando de extender su influencia en todo lo posible, y auspiciar la formación de otras escuadras que acepten el desafío de presentar nuevas alternativas a la ciudadanía. Mucho se dijo que en esta época la representación más lógica sería dos coaliciones principales, una hacia la derecha y la otra hacia la izquierda, ambas partiendo desde el centro, con algunas otras formaciones menores. A la vista del fraccionamiento actual, parece una tarea imposible, pero en realidad no será ni más fácil ni más difícil que las múltiples tareas que le esperan al inminente gobierno, primero de CFK, segundo de la era Kirchner, a un año del primer cuarto de siglo de democracia ininterrumpida.

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