ESPECTáCULOS › EL DEBATE POR EL TRATAMIENTO DE LOS CASOS DE GRASSI Y ECHARRI

El problema no es el periodismo sino el reiterado mal periodismo

Los medios gráficos lapidan a la televisión, sin medias tintas. La televisión se pelea con los medios gráficos. Pero en uno y otro ámbito conviven el buen periodismo con aquel que da vergüenza ajena.

Un fantasma recorre el mundo de los medios –que es también el mundo de los consumidores de medios– luego de algunas coberturas escandalosas del secuestro del padre del actor Pablo Echarri y de las variopintas repercusiones de las denuncias televisivas contra el padre Julio César Grassi. El fantasma es que la credibilidad del periodismo argentino está en peligro, como consecuencia de los errores que cometieron, impulsados por la falta de límites éticos, la pereza informativa y/o la mala leche, una serie de profesionales con una fuerte exposición masiva. El debate es necesario y saludable, sobre todo si está pensado para ayudar a acercarse a la verdad, y no a ocultarla. Una de las primeras conclusiones que arroja es que no es la credibilidad del periodismo lo que está en duda, sino la credibilidad de ciertos periodistas, o seudos periodistas. El hecho de que una parte central del análisis de lo que ocurrió se haya centrado en la televisión parece más un reconocimiento a su poder de penetración que una acusación en masa a sus periodistas, conductores, comunicadores, programadores, entre los cuales hay docenas de buenos profesionales.
No fue la televisión completa la que se equivocó: fueron, por ejemplo, Mauro Viale, Jorge Pizarro, y Chiche Gelblung, cada uno con su estilo. Sin embargo, a ninguno de ellos las críticas de los medios gráficos parecen hacerles mella. Los tres, como muchos de sus colegas, creen que los periodistas gráficos miran televisión con una mezcla de envidia, resentimiento y desconocimiento que los inhabilita como críticos. El gerente de programación de América, Jorge Rial, lo dijo al aire sin titubear, un día de la semana pasada en que estaba molesto: “A nosotros nos critican un montón de tipos que están sentados en un escritorio, o en un estudio de radio delante de un micrófono, pero en realidad se mueren por estar en televisión”. El problema no sería ése –Rial alguna vez también fue un periodista gráfico dispuesto a trabajar en televisión– sino más bien de qué modo ese esquema inventa una división imposible. La prensa gráfica también está llena de errores, mal periodismo, operaciones disfrazadas de información, malas leches, preconceptos, mentiras y silencios atronadores. Bastaría revisar la cobertura de los diarios de la Masacre de Avellaneda, el 26 de junio pasado, para confirmarlo. U observar qué publicaban sobre el gobierno de Fernando de la Rúa hasta el 18 de diciembre y qué comenzaron a decir a partir del 21.
Lo que está en discusión no es periodismo gráfico versus periodismo televisivo o electrónico sino más bien buen periodismo contra mal periodismo. O quizá periodismo a secas contra formas de la comunicación que rozan a veces el periodismo, pero no creen en sus postulados. En el valor de no mentir, de no engañar, de no inventar información, de ayudar a que gente bien informada decir mejor qué hacer con su vida. En el valor de no avanzar si una información pone en peligro a seres humanos. Al respecto, dos de las figuras centrales del elenco de Canal 9, Antonio Laje y Eduardo Feinmann, fueron denunciados en octubre por un fiscal federal, poco antes de estos episodios, por haber difundido al aire información que pudo haber causado la muerte de un secuestrado. Para ese fiscal, Oscar Amirante, los periodistas pusieron en riesgo la vida del joven Federico Strajman al haber alardeado al aire de poseer información sobre el caso en el mismo momento en que se realizaban procedimientos policiales para intentar liberarlo. Feinmann ya había sido investigado en mayo por un juez federal, Sergio Torres, por haber dado la primicia del secuestro de cuatro alumnos de un colegio privado... que nunca fueron secuestrados. Torres cree que Feinmann incurrió en el posible delito de “intimidación pública”, es decir generar psicosis. Feinmann es, a ojos vistas, uno de los periodistas favoritos del mayor accionista del canal y la radio en la que trabaja, Daniel Hadad.
La propia televisión ha demostrado cómo Viale dio por cierta una escucha trucha que él mismo había encargado a su producción, a la que maltrata de manera increíble, ha repetido hasta el cansancio las frases de Pizarro indicando que tenía tres fuentes policiales diferentes que le permitían inferir que el episodio del padre de Echarri había terminado mal, y subrayado el momento en el que Gelblung machacaba con la posibilidad concreta de que el secuestrado hubiese muerto en manos de sus captores. La televisión también observa y vigila a la televisión, aunque a veces eso quede subsumido en la apariencia de una guerra entre canales. Jorge Lanata logró esta semana su mejor rating de los últimos meses con un largo monólogo sobre el estado de las cosas en televisión.
¿Tenían credibilidad periodística antes de estos episodios los comunicadores más criticados? A Gelblung se le atribuye –sin que él se moleste en desmentirlo– haber diseminado por las redacciones la idea de que bajo ningún concepto hay que permitir que la realidad estropee una buena nota. El mismo, como viejo zorro de vuelta de todo, ha confirmado las peores leyendas sobre su accionar. Por ejemplo, que llegó tarde a la cobertura de las consecuencias de la explosión nuclear en el Atolón de Mururoa y al no encontrar cómo ilustrar la nota “inventó una realidad”. Fue a una pescadería, compró kilos y kilos de pescados, los esparció por la playa y pudo sensibilizar a los lectores de gente con una imagen desoladora. El dice que esto no es “inventar una realidad” sino reproducirla, para poder presentarla al público... pero los seguidores de su estilo no se han andado con matices. Porque conoce ese rubro como nadie fue que Gelblung, minutos después de la emisión de “Telenoche investiga” que motivó el procesamiento judicial del cura Grassi, demostró en cámaras de qué modo puede presentarse en televisión a un testigo falso. Gelblung piensa que Viale es uno de los grandes productores de la televisión argentina.
Viale, para que el elogio no le quede chico, parece haber sepultado sus pretensiones de archivar su pasado de inconsciente inventor de la televisión basura para convertirse otra vez en el epicentro de un fenómeno curioso: el del hombre al que se mira para no creerle, o para indignarse con sus payasadas. Viale no sufre por esto, ni por la falta de anunciantes. Sólo sufre cuando no tiene rating, porque su problema económico, dice por los pasillos del 9, es muy concreto: debe pagar mes a mes las expensas más altas que se pagan en la Argentina. Viale desprecia a Pizarro por motivos muy domésticos: se animó a reemplazarlo, en su programa del mediodía, cuando pasó de América al 9, luego de que Daniel Hadad le recordase que las deudas personales deben ser honradas. Viale le dice a Jorge Pizarro Jorge Bizarro. Eso no obstaculizaría que en cualquier momento a Pizarro le llegue un ofrecimiento del 9, que espera como a Papá Noel de chico: ya no tiene ambiente en América, donde hasta sus propios compañeros en cámaras, entre ellos Lanata, al que quiso torear de visitante sin tener con qué, lo tratan como si hubiese sido el único que en los agitados últimos días de octubre dio al aire sin confirmar toda la información que le bajaban, vaya a saberse con qué objetivos, fuentes que cualquier profesional precavido debería filtrar. No es bueno para un periodista, o un pretendiente a serlo, ser Chirolita de los poderosos. En radio, televisión, diarios o revistas.
La Argentina tuvo un debate mucho más encrespado que el actual sobre el tema de los medios, los periodistas, la verdad y la mentira hace ya veinte años, luego de la derrota en la guerra de Malvinas. Fue cuando la gente, que suele ser muy ilusa, se desayunó, de un día para otro, de que casi todo lo que se publicaba y decía era erróneo, falaz o mentiroso. De que no íbamos ganando. Un poco después, cuando con el retorno de la democracia quedó evidenciado de un modo más general, y más dramático, el papel que habían cumplido los medios durante la dictadura militar, el prestigio que por entonces tenía la prensa se derrumbó. Puede afirmarse, entonces, que el hecho de que el periodismo haya figurado en las encuestas durante los últimos tres lustros como una de las instituciones argentinas más prestigiosas, junto a la Iglesia y la educación, es una construcción de la democracia. Claro que la Iglesia sea prestigiosa no significa que no haya obispos o curas sexualmente perversos. Tampoco que su actitud en los años de plomo haya sido la correcta, como machacó el actor Gerardo Romano en un programa de “Televisión Registrada” que le valió a América que el Comfer de la democracia actuara recurriendo a artículos y modos de la dictadura. Que la educación sea prestigiosa no significa que no haya maestros malos, directores de escuela inútiles o profesores turros. Que el periodismo sea prestigioso en su conjunto no lo priva de tener entre sus huestes a profesionales inescrupulosos o mediocres.
Los canales sobre los que gira el debate en torno de los medios son aquellos que con mayor facilidad pueden alterar su programación. América, que marcha cuarto, y el 9, que va tercero, están, por otra parte, mucho más volcados hacia el periodismo que los dos líderes en las mediciones. Telefé, desde siempre, cree que su obligación es mostrar en pantalla mundos mejores que este mundo. El 13 descansa en el prestigio de sus espacios noticiosos y, por lo demás, prefiere no variar demasiado su grilla ya que la política de continuidad le ha dado resultados más que interesantes, que le permitieron consolidarse el mes pasado en el liderazgo de las mediciones. La ecuación es lógica: se equivocaron los que apostaron al cambio, acaso porque los periodistas que tenían eran los que tenían, no una selección mundial de talentos, y no se equivocaron los que prefirieron quedarse en su terreno, ante la seguridad de que una programación estable tranquiliza a espectadores. Y a los anunciantes.
Alfredo Leuco escribió que en estos casos hubo periodistas que trabajaron bien y no hicieron otra cosa que cumplir con su responsabilidad, que hubo otros que trabajaron mal por su propia responsabilidad, o empujados por sus directores, “y cometieron una serie de barbaridades éticas bajo la droga del rating fácil y la primicia precoz” y que existió una tercera línea de profesionales que operan para el enemigo de la democracia, por lo cual “aprovechan cada noticia para fogonear el achicamiento de las libertades y el crecimiento del estado policial y el odio hacia todo lo diferente”. Habría que agregar a esta Armada Brancaleone una raza adjunta, cuyo exponente máximo es Raúl Portal, que cruza la vehemencia de las cruzadas católicas con la certeza de los que se creen impunes. Portal tal vez piense que es ético defender a capa y espada, como periodista, a un sacerdote acusado de abusador sexual de niños mientras ostenta, a la vez, la presidencia de la Fundación Felices los Niños. Tal vez corre el riesgo de que un día Grassi le diga: “Por favor, Raúl, pará un poco, no me defiendas más”.

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La propia televisión se ha encargado de mostrar los errores de algunas de sus figuras, aunque eso pueda ser visto en el marco de una guerra de canales.
 
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  • EL DEBATE POR EL TRATAMIENTO DE LOS CASOS DE GRASSI Y ECHARRI
    El problema no es el periodismo sino el reiterado mal periodismo
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    Por Julián Gorodischer

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