ESPECTáCULOS › “EL SEÑOR DE LOS ANILLOS”, UNA OBRA MONUMENTAL DE PETER JACKSON

Tres horas que dejan sin aliento

“La comunidad del anillo” no sólo brilla por la adaptación que el director neocelandés hizo del clásico de Tolkien: también es un ejercicio cinematográfico que deslumbra, con un contenido de aventura y fantasía que la distingue de varias megaproducciones similares.

 Por Martín Pérez

El atizador remueve las brasas hasta dar con el anillo. Gandalf lo recupera de entre las cenizas del sobre lacrado en el que estuvo escondido desde la partida de Bilbo, y le pide a Frodo –su actual portador– que lo tome. “No te preocupes, apenas si está caliente”, tranquiliza el mago al sorprendido hobbit, que duda ante el inmaculado objeto extraído de las llamas. “¿Qué puedes ver en su superficie?”, pregunta un ansioso Gandalf, que teme que sus sospechas sean ciertas. “Nada”, responde en principio Frodo, y el mago respira aliviado, pero de pronto aparece una inscripción que revela la verdadera naturaleza de la sortija: “Un anillo para gobernarlos a todos. Un anillo para encontrarlos, un anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas”.
La inscripción confirma que el anillo olvidado durante tanto tiempo entre los hobbits –un pueblo de gente diminuta, sencilla, pacífica y hospitalaria– es en realidad el Unico, el anillo mágico más poderoso de todos, el arma que necesita Sauron, el malévolo monarca de Mordor, para imponer su reino sobre la Tierra Media. La revelación implica peligros y sacrificios para su portador y quienes lo acompañen. Pero también convoca a una historia. Y esa historia es la escenografía ideal para la aventura que debe enfrentar un sorprendido pero decidido Frodo, que con una grandeza escondida detrás de su pequeña naturaleza, acepta su destino.
Similar sorpresiva grandeza –al menos para algunos– es la que descansa detrás de la figura del director Peter Jackson, un neocelandés con escasos antecedentes, cuyo proyecto de rodar simultáneamente las tres películas que corresponden a los tres tomos de El Señor de los Anillos sorprende por sus números: 274 días de rodaje, llevados a cabo durante 15 meses y a un costo de 300 millones de dólares. Pero también por sus logros, que transformarán a Jackson, hasta aquí casi un director de culto, en uno de los grandes nombres de la industria del entretenimiento. La comunidad del anillo es el primer film del proyecto, y no sería exagerado afirmar que sus tres horas de metraje son un milagro cinematográfico, ya que respetan a rajatabla el espíritu del texto, pero siendo a su vez fieles al concepto de la aventura en el cine. Toda una proeza de creación, producción y realización para llevar a la pantalla ese mundo que imaginaron varias generaciones de lectores al ingresar a la obra de Tolkien, el estreno exitoso de El Señor de los Anillos podría incluso llegar a justificar poco más de una década de insulsas megaproducciones conseguidas por las nuevas tecnologías. Si esas promesas fallidas estuvieron allí sólo para que al final del camino Jackson pudiese tener los medios para trasladar, con todajusticia y en toda su gloria, el mundo de Tolkien a la pantalla grande, está bien que así sea.
Arrancando la historia con un ominoso prólogo que presenta el mito, empapando al espectador en sus pliegues, La comunidad del anillo comienza su relato a partir de la fiesta de cumpleaños y despedida de Bilbo, que entregará todas sus pertenencias a su sobrino Frodo, el verdadero protagonista de la historia. Junto al anillo, claro. Aprendiendo de los errores de aquella timorata adaptación animada de Ralph Bakshi hacia fines de los años setenta, el primer gran hallazgo cinematográfico de Jackson es hacer del anillo el otro gran protagonista de la historia. No sólo Sauron quiere recuperar el anillo, sino que el anillo también quiere volver a su dueño. Esto no sólo está dicho varias veces, sino que también está filmado. Y cómo. Extractando los parlamentos casi literalmente del libro, Jackson resumió su historia pero sólo para poder tomarse su tiempo –otro aprendizaje de los errores de Bakshi, tan apurado por resumirlo todo que su historia era apenas una sucesión de batallas– para contar cómo Frodo debe abandonar la Comarca cargando con el Anillo, y cómo se van reclutando sus acompañantes. Pero también para ir presentando el peligro de la gesta, con escenas que narran y explican a la par que las palabras.
Una vez presentada la historia, el tempo de las tres horas de las que dispone Jackson para abarcar los acontecimientos es ejemplar. Al punto que los efectos especiales necesitados para recrear no sólo la Tierra Media, sino también las razas que protagonizan la historia así como los paisajes, deslumbran sólo en virtud de la historia, y no como efectos en sí. De esta manera, el consagratorio protagónico de Elijah Wood en el papel de Frodo no deja de ser jamás obra de un hobbit hecho y derecho, cuya pequeñez aparece codo a codo con la inmensidad del mago Gandalf, maravillosamente interpretado por el shakespeariano Ian MacKellen, sin que la comparación no convoque todo el tiempo a la incredulidad.
Pletórica en parlamentos importantes y declamativos como toda gesta, La comunidad... está llena también de grandes escenas de lucha –los enfrentamientos con los Nâzgul, la llegada a Rivendel y las Minas de Moria, especialmente– que recrean el original con precisión de fan, pero también imaginan a la altura de su fanatismo. Si el film de Jackson convoca a la fascinación, también es un trabajo oscuro, que convoca miedos y por lo tanto también heroísmos. Pero el mayor logro tal vez sea el recrear el entusiasmo de la primera lectura del libro. Toda su megaproducción y el cine de Jackson, del que hay mucho y del bueno, al menos en esta memorable primera parte, están al servicio de un espectador que concurre a la sala para ser deslumbrado.
De la misma manera que la imaginación adolescente funciona como el mejor efecto especial a la hora de acercarse por primera vez a El Señor de los Anillos, Jackson puso todo al servicio de recrear ese entusiasmo original, del que él mismo supo ser parte. Y el cine, en este caso, es capaz de hacer algo que la literatura es incapaz. Cual pecado original, una vez leído El Señor... –o una vez perdida la adolescencia– es imposible encontrar aquel entusiasmo original al regresar a sus páginas. Otras cosas se hallarán allí. Pero jamás regresará aquello.
Jackson y su cine, en cambio, lo logran. Logran recobrar aquel estado maravillado de aventura, tanto para quienes ya lo experimentaron, como para quienes se asoman por primera vez a ella. Y aquí radica el milagro cinematográfico de un director que justifica con su obra la existencia de las multimillonarias megaproducciones. “No es cuestión de lamentarte porque esto llegó a ti, sino de saber qué hacer con el tiempo que te toca”, le aconseja Gandalf a Frodo con respecto a su responsabilidad sobre el anillo. Un consejo que parece haber escuchado Jackson, entregándose totalmente a la obra de Tolkien durante el tiempo que le corresponde, haciéndole –y haciéndose, y haciéndonos– justicia en el camino.

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La Dama Galadriel y Frodo en los bosques de Lorien, un momento clave del film de Jackson.
Tras una apertura explicativa para no iniciados, la película se lanza a tres horas de acción.
 
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