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El testamento de Pavement, en la obra de sus máximos responsables

Con sus nuevos proyectos, Stephen Malkmus y Scott Kannberg sepultan a “la” banda indie de los ‘90 y abren caminos, con diferente suerte.

Pavement fue un haz de luz estroboscópica, una mueca irónica del rock indie de los Estados Unidos que permaneció vivo, aunque sepultado bajo el aluvión precámbrico del grunge en los noventa. Pavement era una banda capaz de reírse tanto de sí misma como del mundo que la rodeaba, estirando los límites del rock de guitarras hacia una distorsión apenas audible en algunos momentos y, acto seguido, capaz de llevar una canción hacia una plácida somnolencia de la cual parecía imposible evadirse. Efectivamente, el rock de Pavement permanecía confortablemente adormecido hasta que un guitarrazo podía romper esa armonía nebulosa, y viceversa. Hicieron pequeños grandes discos (Slanted and Enchanted, Brighten the Corners), dejaron su huella creativa y provocaron un mini culto entre sus fans alrededor del mundo. El grupo apenas se difundió en Argentina, y sólo uno de sus discos (el sencillamente fino Crooked rain, crooked rain, conseguible en bateas de oferta de cualquier impensada disquería de barrio) fue editado en su momento, a mediados de los noventa.
Ahora, la iniciativa de un activo pequeño sello local (Ultrapop) permite acercarse a la vida de su dupla creativa central, los guitarristas y cantantes Stephen Malkmus y Scott Kannberg (alias Spiral Stairs), después de la disolución de Pavement a mediados de 2000, tras un desparejo testamento musical llamado Terror twilight. Malkmus como Malkmus (y The Jicks, su banda) y Kannberg asociado a otros músicos bajo el nombre de Preston School of Industry, editaron sus discos el año pasado y ahora coinciden temporalmente entre las escasas novedades del verano argentino. El juego de las diferencias y semejanzas entre ellos, y también con respecto a su ilustre grupo antepasado, representa un interesante ejercicio de escucha y apreciación para entender qué fue de la herencia de una de las bandas más interesantes del rock USA de la década pasada.
Para empezar, Malkmus demuestra el poder de su talento compositor y ciertamente se despega del pasado–Pavement con un disco pleno de canciones redondas, ingeniosas y tramposas (aparecen, arrancan, doblan y vuelven a empezar, pero en otra dirección). En sus letras, vuelve sobre el elogio del absurdo y elabora algunas historias imposibles sobre pelados (Yul Brinner y Billy Corgan en “Jo Jo’s Jacket”), piratas turcos y perros (“The Hook”) y chicas ricas enamoradas (“Jennifer and the Ess-Dog”), por citar tres ejemplos de su gusto por el absurdo. Entretiene con pequeños fragmentos sonoros que ofician de puente entre una canción y otra, juega a las escondidas con el eventual oyente, pero por sobre todas las cosas ofrece una breve pero rica colección de canciones. Más ensimismado y menos furioso, siempre burlón, Malkmus –que, anuncia Ultrapop, tocará en Buenos Aires este año– se hace valer por sí solo en su debut solista. Preston School, en cambio, parece una coda de la historia-Pavement: respetan la tradición de la banda y eso termina jugando un poco en contra del resultado final del disco. Esas canciones ya fueron hechas, o al menos resuenan desde otro tiempo y lugar, el tiempo-Pavement, puede ser la posible primera conclusión luego de que transcurre All this sounds gas.
Stephen Malkmus es personal e intransferible, tal como podía esperarse de uno de los compositores más inspirados de la década pasada en una cierta escena “alternativa”, hoy desaparecida bajo el polvo de su propio derrumbe, que terminó de concretarse tras el balazo que terminó con la vida de Kurt Cobain. Este es un nuevo tiempo: todos los chicos blancos quieren ser negros (el metal rap repleto de testosterona que triunfa con Limp Bizkit) y los otros, un poco menos, juegan a ser como Velvet Underground y Television (los espumosos The Strokes, los oscuros Black Rebel Motorcycle Club), o sueñan con tener una banda que suene como los Rolling Stones de Sticky Fingers (el notable Ryan Adams). En ese panorama, mientras Bob Dylan y Beck bien pueden ocupar el mismo lugar de clásicos (cada uno a su manera y sin comparar, para evitar enojos), Malkmus llega para administrar y cuidar su propio territorio. El del clásico indie, un joven viejo que se ríe de todo y de todos, capaz de estirar las cancionescomo chicles y de jugar con las palabras hasta el límite del absurdo. Un modelo de aspirante a ingresar en las ligas mayores de la canción rock hecha en Estados Unidos. Al menos, arrancó con el pie derecho.

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Como solista, Stephen Malkmus buscó diferenciarse de su ex banda.
Su disco y el de Kannberg, casi por milagro, se editaron aquí.
 
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