ESPECTáCULOS

“El cuerpo humano es el instrumento que más habla”

El coreógrafo Oscar Araiz explica los alcances de “A tres puntas”, el triángulo creativo que presenta en el Teatro Colón y que integra su obra “Flumina” con trabajos de Georges Balanchine y Julio López.

 Por Silvina Friera

En el mundo del movimiento, las coreografías están escritas en el aire o en el agua. Estos fugaces procesos creativos se pueden vislumbrar en A tres puntas, un triángulo coreográfico integrado por trabajos de Oscar Araiz, Georges Balanchine y Julio López, que se presenta desde anoche en el Teatro Colón con el ballet estable de esa institución. Para Araiz, que estrena mundialmente Flumina, sobre el Réquiem de Gabriel Fauré, existe una relación entre el río de la vida y la muerte. “Dicen que Fauré no creía mucho en la idea de un juez que nos iba a mandar al cielo o al infierno. Por eso, su visión de la muerte es la de una canción de cuna. Es una música soberbia, muy celestial. Y sin embargo, la obra tiene la gravedad que necesita un réquiem, que es un oficio de difuntos. Esa gravedad la encuentro en la voz del barítono, que refleja bien la oscuridad, lo tenebroso. En cambio, la soprano tiene una luminosidad aérea”, dice Araiz en la entrevista con Página/12.
A tres puntas comienza con La casa de Bernarda Alba, con coreografía de López y música de Frank Martin. Luego sigue con Flumina, interpretado por el barítono Víctor Torres y la soprano Mónica Philibert, junto al Coro Vocal Meridion dirigido por Fernando Moruja y culminará con la coreografía neoclásica de Georges Balanchine Symphony in C, con música de Georges Bizet. Entre los principales intérpretes estarán Karina Olmedo, Alejandro Parente, Silvina Perillo, Dalmiro Astesiano, Maricel De Mitri, Jorge Amarante, Gabriela Alberti, Leonardo Reale, Lila Flores y Edgardo Trabalón. Araiz señala que es “un prejuicio” pensar que hay un público del Colón, otro del teatro San Martín y uno para la calle Corrientes. “Me parece que ahora las aguas no están tan divididas, que se confunden y se mezclan más”, agrega el coreógrafo, que no piensa en un espectador promedio a la hora de componer. Aunque cuando habla nunca pierde la calma, el entusiasmo y los chispazos de buen humor, Araiz admite que siente el cansancio de un año en el que no paró de trabajar: Boquitas pintadas, Armida, la reposición de Romeo y Julieta en el Teatro Argentino de La Plata y el estreno mundial de Flumina.
–¿La música condiciona la coreografía?
–Casi siempre. La música es como el disparador fundamental, aunque no sea el único. A veces he trabajado sobre autores, como en Boquitas pintadas, pero siempre el factor musical es el principal apoyo. Al analizar la estructura musical tengo el esqueleto armado. Está en mí seguir o no esa estructura. La música me da un sentido de la totalidad, me ayuda mucho en la composición coreográfica.
–Cuando está creando una coreografía, ¿arroja al bailarín hacia un espacio de mayor libertad o, por el contrario, prefiere que se ciña a la pauta?
–A mí me gusta componer y quiero que el intérprete se apropie de esa estructura, que la haga suya y que me devuelva su personalidad dentro de eso. El intérprete aporta muchísimo, aunque el coreógrafo le diga cómo son los movimientos o aunque no le diga nada y le deje espacios libres, siempre hay una combinación entre el intérprete y el que compone. En general, trabajo con poco aire compositivo para los intérpretes, les doy todo armado, pero a veces dejo que entre un aire, que haya combinaciones. La relación entre el coreógrafo y un bailarín es como un romance: hay que conocerles los olores a los bailarines, saber cómo dirigirse: si por el nivel intelectual o con la observación.
–¿Dentro de qué estilo ubica a Flumina?
–Soy difícil de definir porque toco todas las teclas. Mis estudios, mis trabajos y experiencias son muy abarcativos en cuanto a los estilos. Tuve paralelamente una formación moderna y clásica y siempre utilicé elementos de los estilos de acuerdo a la necesidad de cada trabajo. He tocado timbres diferentes desde lo dramático, lo humorístico, lo abstracto, lomístico, lo comercial. Nunca quise encasillarme y el resultado es que he encontrado las más diversas definiciones de lo que hago. Este trabajo tiene una sólida estructura clásica, académica y hay una teatralidad libre del movimiento, que le da una cierta contemporaneidad. Siempre me sentí contemporáneo a la época en que vivo, nunca me preocupé por estar en la época, porque uno es inconscientemente producto de la época en que vive, con todas sus contradicciones, aunque todo deviene clásico con el tiempo.
–A pesar de ese eclecticismo, ¿cuáles son los elementos que hacen que una coreografía sea identificada como de Oscar Araiz?
–Hay una especie de estructura narrativa vinculada con la musicalidad, con cierta relación entre lo que se escucha y lo que se ve. Mi primer amor fue la pintura y cuando descubrí la música fue como una síntesis de muchos lenguajes. Creo que tengo facilidad para contar, sin recurrir a personajes o situaciones determinadas. Siempre hay una semiótica porque el cuerpo está lleno de jeroglíficos, es lo más expresivo, es el instrumento que más habla, que más dice. El espectador tiene la posibilidad de proyectar en ese cuerpo sus propios contenidos, es el que cierra realmente el ciclo, el que le imprime su mirada, porque sin esa mirada la obra no está terminada.

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Oscar Araiz no paró de trabajar en toda la temporada.
 
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