ESPECTáCULOS › PAGINA/12 PRESENTA, A PARTIR DE MAÑANA, DOS DISCOS COMPACTOS DE RUBEN JUAREZ

La voz que vino para rejuvenecer el tango

En una época en la que dominaban muchas glorias del género, algunas ya en su decadencia, el cantante renovó el paisaje con una manera de cantar directa, un timbre atractivo y un repertorio bien elegido.

 Por Julio Nudler

Era el año del Cordobazo, y también del éxito de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer con Balada para un loco. De pronto, cinco años después de la muerte en accidente de Julio Sosa, surgía una nueva voz con capacidad de impacto, como una ansiada lluvia en la prolongada sequía del tango. Temperamental e intenso, sin demasiado amor por el matiz, Rubén Juárez tenía la rara particularidad de haberse introducido en el género, no con la garganta sino con un bandoneón. Y si en el histórico caso de Francisco Fiorentino, el canto desplazó totalmente al fueye, no ha sucedido lo mismo con Juárez, valorado en sus dos dimensiones, aunque su fama sea fundamentalmente vocal. Los dos discos compactos que a partir de mañana ofrece Página/12 reflejan su trayectoria de cantor a partir de sus registros iniciales y hasta 1987, cuando se arrimaba a cumplir 40 años.
Con un estilo clásico, vivaz pero despojado de efectismos, con una manera particularmente franca y directa de cantar, respaldado en su caudal de barítono y en su atractivo timbre, Juárez combinó en su repertorio la entrega de obras nuevas con otras clásicas, tomadas éstas de las fuentes más diversas. Como ejemplo de esta diversidad puede mencionarse que en el primero de los CDs el público hallará, por un lado, Sueño de barrilete (probablemente el mejor tema escrito por Eladia Blázquez) y Mi bandoneón y yo (con música de Juárez y letra de Julio Gutiérrez Martín), y, por el otro, antiguas joyas del poeta y dramaturgo José González Castillo como El viejo vals, con música de Charlo, y El aguacero, con notas de Cátulo Castillo, hijo del primero.
Un mérito no menor de Juárez radica en la calidad de su repertorio, la que permite que en los dos CDs que edita este diario figuren entre otras, y además de las señaladas, piezas como Mañana iré temprano, Margo, Cuando tallan los recuerdos, Cambalache, El adiós, La que murió en París, Pa’ que bailen los muchachos, Anclao en París, Recuerdo, El corazón al sur y Tinta roja. Como se advierte, no cultivaba un único perfil, y además aceptaba el desafío de abordar obras muy identificadas con cantantes pretéritos, como en el caso de Anclao en París y Carlos Gardel, o Tinta roja y Fiorentino, o El adiós y Angel Vargas, o sumamente complicadas, como Recuerdo, al que se habían atrevido Rosita Montemar primero y Jorge Maciel después.
Al haber nacido a fines de 1947, Juárez pudo llegar a convivir en su infancia con la última época de gran popularidad del tango, pero ya en la adolescencia fue, naturalmente, guitarrista de rock. Sin embargo, alcanzó a participar por tres años, a partir de 1956 y como precoz bandoneonista residente en Avellaneda, de ese curioso fenómeno que era la Orquesta Típica del Club Atlético Independiente, equipo al cual acompañaba para amalgamar dos pasiones masivas: fútbol y tango.
Un ex guitarrista de Julio Sosa, Héctor Arbelo, y un antaño celebrado cantor, Horacio Quintana (con la orquesta de Lucio Demare, y luego por las suyas), fueron decisivos para la carrera de Juárez, quien después de foguearse en circuitos marginales llegó en 1969 a “Caño 14”, refugio del tango en aquellas duras temporadas, y prontamente a la televisión, incorporado por Nicolás Mancera a “Sábados circulares”.
No habiendo casi otras voces jóvenes conocidas en el tango, salvo algunas excepciones, como las de Hugo Marcel, algo mayor, o Rossana Falasca, unos años menor, Juárez fue decisivo para sostener en el plano vocal la continuidad del género. Alrededor de diez años después de él nacería una buena camada de excelentes cantores (Guillermo Fernández, Alfredo Sáez, Gustavo Nocetti, Hernán Salinas, Javier Cardenal Domínguez), aunque en varios casos alcanzaran poco renombre por la dureza del contexto.
Hoy hay también una generación de cantores muy jóvenes de notable calidad, como Hernán Lucero, Ariel Ardit, Néstor Basurto, Rodrigo Aragón oWalter “Chino” Laborde, si es que está permitido omitir importantes voces femeninas, de Virginia Morán a Lidia Borda. Pero en los años en que crecía la carrera de Juárez, en el panorama del tango cantado reinaban cantores tan célebres como desgastados por el paso de las décadas, que en muchos casos sólo eran la sombra, o incluso la caricatura, de lo que habían sido. Obviamente, y lo haría por un tiempo todavía, fulguraba aún Roberto Goyeneche.
Juárez no es ni ha sido un cantor de orquesta, en el sentido de pertenecer a una formación, como lo fue Alberto Marino de Aníbal Troilo o Alberto Podestá de Carlos Di Sarli. Salvo contadas y relativas excepciones, para los tiempos que le tocaron las orquestas habían sucumbido. Sin embargo, tuvo suficiente importancia como para ser acompañado sucesivamente por diversas orquestas. Está claro que el marco orquestal es el que más conviene a su temperamento.

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Rubén Juárez, como Francisco Fiorentino, es bandoneonista. Primó, sin embargo, como cantante.
 
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