ESPECTáCULOS › RAROS, MODERNOS Y FREAKS, INFILTRADOS EN LA MUESTRA

Función de gala sin etiqueta

Lejos del estilo de otros años, el festival empieza a convertirse en un abanico de diversidad sexual y estética. En apariencia es sólo cuestión de imagen, pero revela una fuerte opción ideológica.

 Por Julián Gorodischer

Desde Mar del Plata

Su nombre es Charlie Darling: glamoroso y coqueto cuando recibe a los invitados en las fiestas del Festival de Mar del Plata. El drag queen se inspira en cuentos infantiles para armarse el look y reemplaza al custodio de los de antes. “No queremos patovicas”, dice el organizador que lo convocó, a tono con el sino de los tiempos: modernos y raros desembarcan en La Feliz, se infiltran entre las divas de la alfombra roja, entre las colas larguísimas de jubilados. Ahora, invitados y estrellas se chocan con Charlie, fanático del animé, apenas visitan la muestra. “Conmigo se retraen –dice él, que sólo acepta a los de credenciales–, no es necesario un policía.”
“Voy a ser muy duro –anuncia Miqui Berrioz, el hombre de la gran idea–, vine hace dos años y me pareció una antigüedad. El concepto fue cambiar la imagen: seleccioné edificios típicos para hacer instalaciones, le pedí a Sergio de Loof que interviniera artísticamente colectivos, pero me dijeron: ‘Bajá diez cambios’.” Entonces, Berrioz pensó modos posibles para revivir cierto espíritu adolescente: abrió las puertas a una diversidad sexual. No es trivial que la primera cara de la noche “oficial” sea la de Charlie Darling, andrógino, íntegramente untado con brillantinas, juguetón, pero hosco. “Y si Charlie Darling está de portero –explica Berrioz– es porque alegra la fiesta e impacta: no queremos guardias, preferimos al drag queen vestido con ropa de Manuel Brandazza.”
Y llegaron también las chicas Brandon, Lisa Kerner y Violeta Uman, que vienen organizando sus fiestas en Buenos Aires desde hace tiempo, pero nunca imaginaron ser una marca oficial. Ellas, hartas de la “movida gay de discotecas”, se juntaron (con amigos) para pensar una fiesta de diseño donde no existieran rótulos y sí libertades, donde se impusiera el ahora remanido mote de gay friendly más proclive a la mezcla y a la convivencia que al gueto o el círculo cerrado. “No deja de asombrarme –dice Lisa– que hayan convocado a un evento explícitamente gay al marco de un festival internacional. Era oficial, careta, asociado al gobierno, y ahora hay cosas que empiezan a cambiar.” Lo que llega junto con las chicas Brandon es “una opción ideológica fuerte –dice Berrioz–, que consiste en: a) fusionar la fiesta con un concepto artístico; b) intranquilizar conciencias acostumbradas a las etiquetas”. ¿Por qué Mar del Plata reemplaza así su cóctel de señoras elegantes? Lisa Kerner lo interpreta como un “conjunto de sensaciones”. “Es entender a lo gay como si no fuera un tema, sentirse cómodos y compartir un espacio, anular muletillas tradicionales como el remanido: ‘¿Vos sos paqui?’.”
Se mantienen las postales típicas de la Vieja Guardia: la Rambla repleta, la peatonal de las multitudes, el parloteo de la fila de atrás (de la señora que no para de festejar o condenar escenas), las colas eternas y una particular alfombra roja. “¿Quién es?”, pregunta una mujer al paso de las “estrellas”. “¡Mimí, Mimí!”, grita poco después, ya identificada la presa: era Mimí Ardú. Sigue el cholulismo frente a las manos célebres estampadas en la vereda del Hermitage...
Pero en el cine Olympia queda bien hablar de “cine basura”, y nadie pretende citas de autoridad. Farsa Producciones, por ejemplo, habilita permisos para el Clase B allí donde en los ‘90 brillaba el rostro instituido (Sofia Loren, Alain Delon); se abre una grieta en el antiguo panorama de solemnidad. Ahora, la tribuna pide más cada vez que se ve en pantalla al extraño señor Mirtho, parodia del trash de la tele, un “hombre común”. “Es nuestro niño símbolo –dice Berta, ex Vj de MTV, hoy abocado a Farsa Producciones–; es el prototipo del salame televisivo: una mezcla de Chiche y Mauro.” En pantalla se ve una historia de caníbales que no le hace asco a nada: eructos, vómito, símil sangre, esos caprichitos del autor bizarro que siempre conforman a su público. “Aggiornar –explica Mariano Goldgrob, programador de Cerca de lo oscuro–, cambiar la imagen del festival para que sea menos intocable. En los ‘90, cada vez que presentaba un proyecto como éste, me quedaba sin respuestas.”
Tatiana Szaphir, un rostro clave del Festival Independiente de Buenos Aires, consagrada allí por La prueba y Tan de repente, de Diego Lerman, ahora se pasea por Mar del Plata –por primera vez–, convocada a la sección Vitrina argentina. Se la vio en el cine Olympia, en una pausa de ese homenaje al trash del cine y la TV que es la sección Cerca de lo oscuro. El clima es propio del estadio: ovaciones y aplausos para acompañar escena por escena; es el armado de la cofradía para alabar a personajes de culto. Tatiana se sorprendió desde el vamos: “Me llamó la atención el cambio de la gráfica: gente mirando películas con fondo azul. ¡Hay más cine!”. Si el suyo, hasta el momento, era el club de la cinefilia porteña, habituada a recorrer el Abasto en busca de perlitas del indie, ahora irrumpe en la ciudad costera, con la película Lo nuestro no funciona, de Nicolás Alvarez, en defensa del “modo experimental”: un film sin palabras, en el cual la forma está al servicio de la idea (la incomunicación), que despierta pasiones encontradas como el grito “¡Estafa!” de parte del jubilado que se levanta y se va. Cuando Tatiana llegó, se sorprendió por un dato visto de reojo en una lista de invitados: la acreditación de Isabel Sarli nunca se pasó a retirar. “Quiero convivir con las divas, no reemplazarlas –dice–. Ir del bracete con la Sarli a ver películas me haría muy feliz.”

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Las chicas Brandon nunca imaginaron que se convertirían en una “marca oficial”.
“No deja de asombrarnos que hayan convocado a un evento explícitamente gay al marco del festival”, dicen.
 
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