ESPECTáCULOS › EDGARDO COZARINSKY HABLA DE SU NUEVA PELICULA, “RONDA NOCTURNA”, UNA ROAD MOVIE OSCURA Y PORTEÑA

“Me gusta descubrir los fantasmas de Buenos Aires”

El realizador de La guerra de un solo hombre y El violín de Rotschild, que acaba de publicar su primera novela, El rufián moldavo, regresa con su cine a la ciudad de la que nunca se desprendió, a pesar de su largo exilio en París. “Es el itinerario de un chico, en parte dealer, en parte taxiboy, en parte nómade, en una noche en la calle”, sintetiza.

 Por Eugenia García

Es la última semana de filmación y Edgardo Cozarinsky está feliz. Se mueve de aquí para allá, charla con su asistente, consulta al director de fotografía y bromea con los actores y los extras. El amenazante grupo de turistas de lengua inteligible que ocupaba el hall del hotel ya se fue, y ahora sí el equipo puede dedicarse a rodar tranquilo una de las últimas tomas de la película. Hay un espacio vacío, y entonces Cozarinsky decide aparecer en la escena, de espaldas a la cámara, sentado en un sillón, pero no sin antes maquillarse la cabeza, porque, como explica divertido señalándose la pelada, “esto amenazaba con quemar la imagen”. El nuevo film del cineasta, escritor y ensayista argentino que desde hace tres décadas reside la mitad del año en Francia se llama Ronda nocturna y transcurre enteramente en Buenos Aires, “de Belgrano a San Telmo y de plaza San Martín hasta la Chacarita”.
Cozarinsky se fue en el ’74 porque se sentía un extranjero. Se desempeñaba como crítico de cine en revistas como Panorama y Primera Plana y ya se había animado a armar su primera película: ... (Puntos suspensivos). “Me acerqué al cine desde el lugar del espectador. Era chico, me iba al cine del barrio y veía tres películas por día. Ese fue el único aprendizaje que tuve”, cuenta. “En un momento hubo un cambio en mi vida. Yo tenía una vida muy ordenada, muy previsible, de universitario tranqui, que me cansó. Me fui por un año, viajé, trabajé de cualquier cosa, y cuando volví corté con todo el mundo académico. Ahí empecé con la idea de hacer una película independiente, under. Tenía veintisiete años.” Tiempo después cruzó el Atlántico y fue en París que desarrolló toda su carrera como cineasta y escritor. Libros como Vudú urbano, La novia de Odessa o su reciente novela El rufián moldavo y películas como La guerra de un solo hombre (sobre los diarios parisinos de Ernst Jünger), El violín de Rotschild, Fantasmas de Tánger, Boulevares del Crepúsculo, Citizen Langlois o Crepúsculo Rojo dejaron entrever un estilo siempre ambiguo, que se hamaca entre la ficción y el documental y que dio origen a fascinantes películas-ensayo. Ahora con Ronda nocturna, Cozarinsky retrata la noche porteña, porque, dice, “tenía muchas ganas de filmar Buenos Aires de noche”.
–¿De qué trata su nueva película?
–Para mí es muy difícil contar esas cosas, porque me gusta narrar en el montaje, y si tengo que resumir dónde está el punto de vista, me pierdo. Digamos que es el itinerario de un chico, en parte dealer, en parte taxiboy, en parte nómade, en una noche en la calle, que tiene una serie de encuentros habituales para él con clientes de todo tipo, clientes de droga, clientes de sexo, y a lo largo de esa noche le pasan cosas no habituales, todo entre el anochecer y el amanecer de un día. Es una película que empieza como una picaresca nocturna, alguien dijo un road movie urbano, y va deslizándose gradual pero seguramente hacia lo fantástico. Porque esa noche es la del 1 al 2 de noviembre, el día de los muertos. Después con el amanecer se vuelve a la “realidad”. Esta película, a diferencia de otras mías, que son historias corales, está centrada en un personaje que va, que recorre distintos ambientes, que encuentra distintos personajes. Se ve la ciudad de noche, calle, calle, calle y transportes.
–No es la primera vez que habla de los muertos.
–No. Los muertos están muy presentes para mí, desde hace ya algunos años que todo lo que hago tiene que ver con los muertos, con la relación con los muertos. Para mí mis muertos son gente que está muy cerca de mí, con quien tengo diálogo, comunicación. Cuando digo esto no lo pienso en términos de melancolía, de tristeza, para nada, tengo una relación muy vital con los muertos, lo que me dejaron, lo que recuerdo de ellos. Una referencia constante, están conmigo.
–Muchas de sus películas se construyen como un viaje.
–Sí, yo soy muy viajero. Creo que estos personajes nómades, que tienen un itinerario, que a veces son como detectives o investigadores, proyectan una manera mía de ver, de ir de un lado a otro y de mirar. Por más ficción que haya en las cosas, uno las va nutriendo con su sensibilidad. Yo no podría hacer una historia de familia, porque no soy un tipo de familia, no sabría cómo contar una historia así. En cambio, historias de gente sola, errante, que va de un lado para el otro, eso sí me sale, respondo muy inmediatamente a esto.
–¿Cuánto de ficción y cuánto de documental diría que tiene?
–De documental diría que nada. Lo que se ve en la calle es lo que se ve en la calle. Son datos de la realidad, no están estructurados, es un fondo para la ficción. Por ejemplo se ven muchos cartoneros. Un punto de vista argentino típico es decir: “Ah, es una película hecha para Europa”, porque los europeos tienen siempre esa imagen de crisis, creen que fuera de Europa todo es un desastre, catástrofe, etc. Y a mí lo que me impresiona es que los cartoneros son hoy parte del paisaje urbano constante, y que si uno vive en Buenos Aires empieza a no verlos. Cuando yo llego de Europa, los dos primeros días alguna noche me quedo mirando, pero a las tres semanas de estar aquí, ya ni los miro. Entonces lo que quería era captar ese carácter de fantasmas urbanos que tienen. Pero yo no lo veo como algo documental. Para mí son personas que son sombras durante toda la película y que en un momento se convierten en personajes, yo los miro y tienen la realidad de personajes, que para cualquier transeúnte de Buenos Aires no la tienen o no los ven.
–Esta película está más directamente hundida en la ficción.
–Tiene un costado distinto a otras películas ficcionales que hice porque a mí me aburre repetir siempre lo mismo. Me han puesto la etiqueta de brillante documentalista, pero yo no sé lo que es el documental, he hecho ensayos. Yo contamino, a mí lo que me gusta es contaminar. Si hay algo que detesto es la pureza, en todo, el arte puro, la raza pura, todo lo que es la noción de algo puro me pone muy mal. Entonces hay elementos de ficción en los documentales porque yo narro, cuento historias. No me interesa mostrar en crudo las cosas, todas están narradas. Ahora, lo que pasa es que con los años cada vez me han interesado más otras cosas. Me he largado finalmente a publicar ficción, por ejemplo. Busco un contacto menos intelectual, menos reflexivo, me gusta más ponerme en contacto con la realidad más bruta, bruta en el sentido de no elaborada, no filtrada por la cultura. Es curioso lo que me pasa con los actores. Para esta película he hecho un casting, y tomé gente que no es “famosa”, que no vienen de los lugares “prestigiosos” o legitimados. Y tienen una gran capacidad de ser espontáneos. Yo en los castings nunca hago interpretar escenas, hablo con la gente para ver cómo son, porque yo siempre he sentido que el cine le saca cosas a la gente. Se entusiasman y trabajan y te traen una cosa muy fresca, casi diría virgen. Miro su manera de hablar, sus gestos. Con Gonzalo Heredia, el protagonista, lo vi y pensé que era ideal para esto. Pero no estaba ciento por ciento seguro. Después fue como algo que fue decantando, y al final dije: “Es él”.
–En muchas de sus películas da la sensación de que el espectador descubre lo que sucede al mismo tiempo que usted.
–Bueno, yo espero que sí, eso es lo que más me gustaría. A mí me interesa descubrir. Descubrir lugares, gente, situaciones. Lo que no me gusta es ilustrar el guión. Yo en general tengo un guión muy esquemático, y los personajes los defino por los actores. Para mi manera de trabajar, si cambia un actor cambia el personaje.
–Y le gusta filmar en Buenos Aires...
–Sí, yo no me movería de acá. Lo que no me gusta es filmar en París, en lugares demasiado filmados que ya tienen demasiada presencia en la imagen. Es muy difícil poner la cámara en esos lugares. En cambio acá me encanta, para mí tiene que ver con ese gusto de descubrir la ciudad donde fui chico, donde fui joven, y volverla a ver, redescubrirla y de alguna manera re-apropiármela.
–Usted señaló en varias entrevistas que se fue porque se sentía un extranjero. ¿Sigue sintiéndose así?
–Para nada. Me sentí un extranjero en el ’72, ’73, ’74, porque no era ni guerrillero ni estaba de acuerdo con la Triple A ni con lo que iba a venir. Siempre, cuando gente muy parcial en esas cosas me pregunta si me fui porque llegaron los militares, yo les contesto: “No, yo me fui porque volvió Perón”. Es una provocación decirlo así, pero es cierto, porque era López Rega e Isabel Perón, una especie de borrador salvaje de lo que vendría después. Ahora las cosas son mucho más claras.
–¿Esta es una película contemporánea, que retrata un presente de la Argentina?
–Sí, totalmente. Es una de mis pocas películas sobre el presente, porque yo suelo mirar mucho el pasado. En la última que hice, Crepúsculo rojo, el pasado interviene en el presente todo el tiempo. Esto, en cambio, ocurre en una sola noche, hoy, y en gente que parece no tener pasado. El protagonista no sabemos quién es, de dónde viene, es una pura presencia. No sabemos si es un huérfano, si tiene familia, si hace lo que hace por necesidad o porque le gusta, dónde vive. Es puro comportamiento.
–¿Y cómo llegó hasta aquí?
–Ah, por hartazgo. Para hacer otra cosa. Y porque a medida que van pasando los años me acerco más a la juventud. Me aburro cada vez más con la gente de mi edad, en cambio con la gente joven me siento muy a gusto. Me encanta escucharlos hablar, hay formas del lenguaje y expresiones que son de una frescura, de una gracia espontánea. No sé hasta qué punto se desprende de que todos practican internet, pero hay una especie de estado de receptividad muy grande, y capacidad de asociaciones entre conceptos, realidades, datos. Tal vez no de capacidad de análisis, aunque no sé si la gente de mi edad cuando era joven tenía capacidad de análisis, no tengo la menor idea (se ríe).
–¿Cuáles son sus próximos pasos?
–En unos días empieza la depre, así que hay que estar bien preparado, tener rápido un proyecto, algo que te obsesione, que te enajene de vuelta (se ríe). Yo soy un tipo muy solo, muy solitario y acá uno respira en familia, conoce a mucha gente, duermo tres horas por día y no me molesta. Tengo cuatro o cinco cuentos que todavía no son un libro, páginas de una próxima novela y algunas traducciones. Después, por suerte, el montaje me absorbe.

Compartir: 

Twitter

“Yo no podría hacer una historia de familia, porque no soy un tipo de familia”, dice Cozarinsky.
“En cambio, historias de gente sola, errante, eso sí me sale, respondo inmediatamente a esto”, confirma.
 
ESPECTáCULOS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.