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“Si San Martín volviera de su tumba, hoy sería Darío Santillán”

El actor Gerardo Romano estrenó Padre nuestro, una obra en la que revive al Libertador para hacerle decir que si hoy viviese, sería piquetero. También habla de Kirchner, los años ’70 y la TV actual.

 Por Mariano Blejman

Durante casi tres décadas, Gerardo Romano prendió el ventilador de sus argumentos contra el gobierno que tuviera en frente. “A éste todavía no lo agredí. Tampoco lo voté, Néstor Kirchner está lejos de lo que aspiro, pero muy por encima de lo que hemos tenido en los últimos años.” Este año y el pasado, Romano fue dos veces a la tele. En Televisión registrada lo multaron con 200.000 dólares por decir que “los españoles eran hijos de puta”, referido a los que gobiernan. Ahora, insiste: “Pero Aznar es responsable de las muertes de Atocha, como Bush responsable de las Torres Gemelas”. El otro fue Indomables. “En lo de Petinatto dije ‘cuántos culitos de chicos humildes fueron violados por curas hijos de puta’.” Romano dice que su proscripción de la tele es, primero, por falta de ficción. “Canal 9 tiene un elenco que responde a Menem, en el 2 está Manzano, Telefé es de Telefónica. Así que lo más progresista es el 13, con Locas de amor”, dice.
Siempre polémico, Romano estrenó Padre nuestro en el teatro Broadway (Corrientes 1155), una obra en la que revive al General San Martín para hacerle decir que si hoy viviese, sería piquetero: “Como Darío Santillán”. Otra vez dirigido por Julio Ordano (colaboraron en los guiones Rodolfo Ledo y Atilio Veronelli) cierra el ciclo que comenzó con Sexo, droga y rock and roll y A corazón abierto. También hará de Gerardo Romano (es un personaje) y del diablo. Pero aunque se siente proscripto en la tele acaba de terminar un unitario para Canal 7, en el papel de Drácula, en una versión de Alexis Puig. En agosto, además, estrenará el film Dos ilusiones, de Martín Lobo. Sin embargo, piensa que no se produce lo suficiente. “Este año, no trabajaron más de 100 actores en el cine de alto presupuesto. Me simpatiza la cuota de pantalla del Incaa, es una medida peronista, pero del peronismo que hizo sindicatos y enfrentó al imperialismo. No el del 1973 que nos rompió el culo.”
–¿Por qué revive a San Martín?
–San Martín vuelve de su tumba y dice que no quiere ser el Padre de la Patria que han construido, que quisiera ser Darío Santillán. Porque es un héroe movilizado por sus compañeros, un tipo solidario que murió por atender a un compañero herido.
–Son pocos los actores que escriben obras propias.
–Hoy son pocos los actores. La ficción se achicó violentamente: si Miguel Angel Solá no está, si Darío Grandinetti no trabaja, si Leo Sbaraglia también se fue, si Ricardo Darín viene y se va. Si Oscar Martínez no está en un escenario, si Héctor Alterio, Pepe Soriano y Alfredo Alcón se van y no vuelven, da que pensar. La televisión era la base. De los cinco mil asociados, mil trabajaban en ella y ahora hay unas 200 personas, que además hacen el trabajo sucio: la telenovela que iguala para abajo. Porque todo se vuelve rutinario, aburrido, reiterativo. Locas de amor es el único unitario actual de la tele, a excepción de Historias de sexo de gente común de Telefé.
–Si tuviera que empezar de nuevo, ¿volvería a ser actor?
–No creo. Comencé en los ’70 en el marco de la militancia. En esa época el 75 por ciento de los jóvenes queríamos a Perón como respuesta a la dictadura, se reivindicaba la justicia social. Después quedamos divididos: los que nunca más se comprometieron, los que seguimos y los que aprovechando la política siguieron en el poder, como los menemistas y los duhaldistas. Los peronistas ortodoxos desprecian a Kirchner, dicen que es un cholulo del montonerismo. Que si hubiese sido montonero sería mejor. Esto dicen los históricos. Pero él representa el ala progresista.
–¿Por qué ingresó al teatro durante la militancia?
–Tenía próceres como Lautaro Murúa, Federico Luppi, que me inspiraron. Pero comencé de lleno por el 24 de marzo del ’76, cuando ensayaba mi primera obra y no pude seguir con la abogacía. Antes practicaba rugby, me fijaba en el pelito, el cuellito, los músculos. Era un tipo muy frívolo, muy exhibicionista.
–La dictadura terminó convirtiéndolo en actor.
–Sí, de alguna manera sí. Cuando irrumpió la dictadura no era actor, era abogado, profesor de Derecho. Y daba clases de Economía Política e Introducción al Derecho. Cuando hablaba el titular de cátedra, yo no abría la boca. Por supuesto que después desapareció.
–¿Por qué “por supuesto”?
–Porque aunque desapareció mucha gente por cosas mínimas, los militares hacían desaparecer obviamente gente lúcida de pensamiento radicalizado que participaba o adhería doctrinariamente, que participaba de acciones tanto violentas como no violentas. Había acciones medianas y pesadas.
–¿Pesadas, como cuáles?
–Supongo que secuestrar o matar gente, secuestrar a Salustro, o a Aramburu, fusilador del ’55.
–¿Cuál fue su relación con la violencia?
–Bombas molotov, bombas de estruendo, contra bancos transnacionales junto con los peronistas históricos. Los militares dicen que ganaron militarmente, pero perdieron políticamente. Mentira. Perdieron en la prensa, no pueden salir a la calle. Pero ganaron. El plan de Martínez de Hoz se aplicó durante el menemismo.
–¿Entonces el modelo sigue?
–Que accedan dos mujeres a la Corte Suprema y Eugenio Zaffaroni me parece lujoso frente a la Corte deleznable del menemismo. El otro día charlé con un viejo militante, un militante que me considera un pelotudo. Es que ser inteligente políticamente pasa por saber dónde está el poder, pero sólo para usarlo en beneficio propio. Yo estoy en los antípodas. Estos personajes lo que hacen es leer el menemismo como un gobierno bien acompañado por circunstancias mundiales, y que después, en el segundo período, hizo la plancha.

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Gerardo Romano, hiperactivo, presenta el espectáculo Padre nuestro, en el teatro Broadway.
 
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