ESPECTáCULOS › EL DIA MAS BELLO DE NUESTRAS VIDAS, DE C. COMENCINI

El matriarcado italiano en la picota

 Por Luciano Monteagudo

Escrita y dirigida por Cristina Comencini (hija de Luigi, uno de los más prolíficos registi de la edad de oro de la comedia a la italiana), en colaboración con otras dos guionistas y protagonizada por un elenco mayoritariamente femenino, El día más bello de nuestras vidas plantea la crisis vital y generacional de una familia de la alta burguesía, organizada a la manera de un matriarcado.
En el centro de este grupo de familia está Irene (Virna Lisi), una viuda que no se resigna a abandonar la vieja y hermosa casona donde dice haber pasado los mejores momentos de su vida. Pero la soledad y el silencio se van apoderando de ella como las plantas y los yuyos de esa majestuosa villa. Su hija mayor, Sara (Margherita Buy), ha sobrevivido muy mal a su separación y vive recluida en su propio departamento, pendiente de su hijo único, un adolescente conflictuado que le sirve para justificar todas sus neurosis. La otra hija, Rita (Sandra Ceccarelli), parece a su vez felizmente casada, pero viene escondiendo celosamente, incluso de sí misma, una profunda crisis matrimonial, que no se atreve a reconocer. El tercer hijo de Irene, Carlo (Marco Baliani), guarda también su propio secreto: es homosexual. Pero de eso no se habla.
Bordando paciente, trabajosamente se diría, las crisis, el film –ganador de los premios mayores de Montreal y el Festival de Cine de Mujeres de Créteil– está estructurado a la manera de un tapiz, en el que cada puntada tiene el objetivo de agregar una información, un color, una emoción. Hay, de pronto, un punto de vista impensado, el de la hija menor de Rita, una niña introvertida que está por hacer la comunión, escucha las palabras admonitorias del cura a cargo de la clase de catecismo (“Jesús no sólo habla del amor, también agita la espada de la verdad”), desde su inocencia eleva una plegaria y, para su desconsuelo, es atendida.
Pero a Comencini le cuesta encontrar una mirada, un eje, un punto de vista precisamente, y su película se va cargando con un guión teatral, verboso, que la puesta en escena no alcanza a sostener. Previsiblemente, abundan los reproches (“Anulaste todas las funciones de mi cuerpo, salvo la de la maternidad, la única admitida”, le recrimina a su madre una de sus hijas) y la película poco a poco se va mimetizando con esa casa que carga sobre sus cimientos con el peso del pasado y las tradiciones más rancias. Es el viejo, anquilosado cine italiano, que se resiste a resignar su retórica y su convencionalismo.

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