ESPECTáCULOS › LA COLECCION FOTOGRAFICA DEL MAMBA

Panorama fotográfico de colección

El Museo de Arte Moderno de Buenos Aires continúa acrecentando su patrimonio artístico con lo más representativo de la fotografía argentina contemporánea.

Por Laura Buccellato *

La segunda edición de la Colección de Fotografía del MAMba, que continúa la iniciada en 1999, constituye una guía de la fotografía artística argentina desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días. En ella conviven autores famosos y de trayectoria con jóvenes emergentes.
Anima el espíritu de esta colección preservar la identidad cultural que encierra e introduce al espectador en el goce que el lenguaje de la fotografía ha sabido conquistar a lo largo de más de un siglo.
La cuidadosa curaduría ha sido posible gracias a la atenta mirada de los artistas Marcelo Grosman y Gabriel Valansi y la coleccionista Marion Eppinger.
La conciencia de la necesidad de formar un patrimonio a pesar de los avatares de nuestro tiempo se encuadra no sólo en el valioso aporte que han realizado los artistas con sus donaciones, sino también en la generosa colaboración de Alberto Sendrós, Andrés von Buch y Juan Cambiaso.
La colección marca un itinerario en el cual se destacan todas las estéticas surgidas en el tiempo que atraviesan los artistas aquí reunidos. Así, vemos imágenes que develan posiciones de un realismo objetivista, contrapuestas a otras más abstractas, comprometidas, fantásticas, que reflexionan sobre el mismo medio fotográfico o que simplemente obedecen a sus propias reglas.
Esta edición contiene 330 obras fotográficas y su apreciación se divide en dos partes: la primera refleja la visión de tres artistas consagrados, Bandi Binder, Pedro Otero y Pedro Roth, incluidos en esta muestra como un referente que precede a la segunda, la de la actualidad de las nuevas generaciones.
Recorrer visualmente la colección implica verificar que los grandes cambios tecnológicos de esta nueva era digital vuelven a generar otras preguntas. La fotografía adquirió la madurez de edad, por lo que ya es fotografía en estado de transformación. Esta experiencia conceptual que la fotografía ha transitado la aparta del canon de la “historia del arte” y la vincula a una nueva sección que pertenece meramente al trabajo artístico.
Los artistas jóvenes ya no padecen el pecado original de sus comienzos tecnológicos, utilizan la cámara como una herramienta más, de manera “clásica” o contaminada de la tradición que ha creado la misma, que a su vez es la que otorga la libertad de hoy. Reflexionan sobre el origen de la fotografía, como es el caso de la videoinstalación de Augusto Zanela, en la que se utiliza un fotograma de su perfil sobre el que se proyecta su propio ojo que parpadea y observa la realidad como si fuera una advertencia crítica de la misma. Otros manipulan imágenes y realidad, como observamos en las nocturnas e iluminadoras vistas urbanas de Ernesto Ballesteros, donde tapa la luz con agujeros negros para devolvernos una inquietante dimensión metafísica. O las que juegan como Paula Grandio a volver pictórica la fotografía apurando los tiempos de la polaroid e interviniendo en su proceso de revelado.
Los trabajos de otros artistas sugieren una reflexión sobre las categorías de lo real y lo irreal. Estos artistas han asumido en su práctica el llegar, después de lo acontecido como punto de partida, como ocurre con las escenas maquetadas de los aviones refotografiados de Dino Bruzzone.
Podríamos hablar también de lo incongruente desincronizado, dislocado, de aquello que está fuera de una relación directa con la realidad, que evoca silencios y contratiempos. Estos artistas parecen tener conciencia de que el arte no tiene la fuerza suficiente para cambiar el mundo y en sus prácticas esa fragilidad del lenguaje adquiere un sentido y un rol insoslayable. Es a partir de esa praxis que la mirada de los artistas puede continuar y estimular nuestra capacidad imaginativa, invitándonos aasumir una visión radicalmente diversa sobre la realidad y no mostrarnos una copia endeble.
El imaginario urbano suele ser siempre un fenómeno amplio con su realidad socio-económica y antropológica, mientras aquí se observa una psicología de la escasez. Aparecen así las máquinas desnudas de Jorge Miño, arquitecturas difusas de Elisa Strada, Rosalía Maguid, Ignacio Iasparra, Guillermo Faivovich y Esteban Pastorino, que semejan maquetas de la realidad, objetivadas y pensadas como metáforas de procesos mentales. Lo mismo ocurre con los retratos de Pablo Caligaris y Florencia Colombo.
Tomando al espacio arquitectónico como sede específica de los artístico, poético y privado, insertando en su hábitat escenas autorreferenciales, como ocurre con la serie “Cercanías”, Rosa Revsin.
Los cierto es que la fotografía parece haberse reapropiado del derecho de representar el mundo y ya está alejada de los tiempos de auge del médium.
Actualmente los artistas son fotógrafos de ficciones creíbles, con escenografías, montajes ad hoc, que se acercan en modos y medios en términos teatrales, cinematográficos o televisivos más que fotográficos específicamente.
Es que los términos de la observación han cambiado, la objetividad no es la misma. Los prejuicios sobre la fotografía han caído. Ahora en la posmodernidad los artistas buscan cubrir, envolver, introducir la objetividad en la subjetividad. Vuelcan la mirada hacia ellos mismos, como el caso de los autorretratos de Ananké Asseff, las escenas íntimas de Flavia Da Rin, los trabajos performáticos de Mónica van Asperen y los rostros torturados de Sandro Pereira.
Cortan el mandato cultural de la objetivación, se dirigen hacia su interior. Hay una formación narcisista, cuasi veleidosa, que enuncia “éste es mi relato, por lo tanto, mi vida, mi realidad”.
Por qué extrañarnos de esta actitud, tan autorreferencial, si están invadidos por los reality shows, noticieros sensacionalistas, donde todo se muestra en su cruda desnudez, con voyeurismo que se mete en lo privado y del cual los artistas se apropian. Tanto Res como Paulo Fast, Guillermo Ueno, Rosana Schoijett, Alessandra Sanguinetti y Cecilia Szalkowicz bucean en las historias privadas que penetran su sensibilidad.
Es una apropiación en forma ambigua y rica del criterio de autenticidad. Por lo que la distancia objetiva pierde su sentido y se impone una mise en scène, la escena de la ambientación, el relato, el testimoniar una determinada performance, instalar su visión en su lugar para iluminar sus vidas. Se convierten a veces en relatores de lo cotidiano con sus observaciones.
La máquina portátil de 35 mm, pequeña y manipulable, ha establecido un tipo de estética cotidiana, de construcciones a menudo fuera de foco, de granulosidad evidente, que incorpora imperfecciones lumínicas. Establece una suerte de lenguaje de la memoria efímera, como son los casos de los restos arqueológicos de Francisca López, de los angustiantes e íntimos interiores de Santiago Porter y Luciana Betesh, y de los sordos muebles de Nuna Mangiante.
A menudo esta forma de actuar y mirar se convierte en una suerte de performance participativa y cooperativa de su cosmovisión. Así lo ejemplifican las celebraciones de Adriana Bianchi, los cumpleaños de Florencia Blanco, los retratos de familia de Sebastián Friedman como así también los retratos de artistas de Gian Paolo Minelli.
Pero la instantánea sufre otro vuelco con la tecnología digital, que permite corregir la imagen en el acto y arreglar artísticamente los detalles de la experiencia vivida. Es aquí donde vida y poesía se cortan por lo más fino y esta falsa democracia de los medios digitales también encuentra su límite, el de la poesía, o sea el de cómo decir. El elemento narrativo de sus experiencias se transforma en un verdadero desafío. Esta desenfadada naturalidad con que se capta la realidad también se evidencia en las diferentes formas en que presentan sus trabajos, donde los soportes cambian hasta el límite de usar materiales descartables y no tradicionalmente fotográficos. Suelen mezclarse con objetos en instalaciones, por ejemplo el papel arrugado sobre el que proyecta sus postales arquitectónicas Federico Lastra, o los relatos de la vida de Guillermo Iuso en los que intercala fotos en la narración escrita como si fueran otras frases, o las pancartas que realiza Judith Villamayor con fotos pornográficas levantadas de Internet, que revela y sobredimensiona en papeles arrugados, bañándolas en un dripping blanco que vela la imagen e invade incluso al muro expositivo, atraviesa así esa zona gris entre lo comercial y lo bastardo para reflejar sus propias fantasías.
El modo de presentar la realidad de los artistas de hoy está construyendo un nuevo sistema crítico que se zambulle en el encrespado mar de contradicciones que conforma nuestra experiencia vivida. Simbolizan este nuevo realismo la angustiante imagen de tres individuos sumergidos hasta el cuello, de Nicolás Trombetta, los rostros velados de Karin Idelson y los retratos de solitarios viajeros de Fabián Vendramini.
Este mapeado de la fotografía argentina más reciente indica un campo de fuerza artístico que no sólo incorpora al espíritu globalizado de la cultura contemporánea, sino que además evidencia una nueva objetividad ligada a un figurativismo existencial. Estos artistas eligen detener el instante de la percepción y sus sucesivas reelaboraciones a favor de una mayor compenetración con lo real. Se infiltran entre los pliegues de la sociedad y entre las zonas de sombra de una realidad difusa y compleja. Logran así suspender el tiempo y presentar situaciones que conjugan los gestos privados con la identidad colectiva. (En el MAMba, San Juan 350, hasta fin de año.)

* Directora del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Texto de presentación de la Colección del MAMba II de Fotografía.

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Autorretrato, instalación fotográfica de Augusto Zanela; 2003; 130 x 60 x 120 cm.
 
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