ESPECTáCULOS › TEATRO ENTREVISTA A DENNIS WEISBROT, AUTOR DE EL ENTREPISO

“Yo me creía un ganador”

El autor estadounidense, radicado en Buenos Aires desde 1998, cuenta cómo su experiencia con las drogas influyó en la creación de El entrepiso, que se estrena este viernes.

 Por Hilda Cabrera

El deseo de “exorcizar demonios” puede ser la génesis de una obra de teatro. Así lo entiende el autor y periodista estadounidense Dennis Weisbrot, afincado aquí desde 1998, luego de una breve estadía en el DF de México. Por exorcismo, y porque le atrae la labor en equipo, estrena este viernes El entrepiso, que retrata, entre ficciones y realidades, a personajes adictos a las drogas, tal como pudo conocerlos en los ’60 y ’70. Su trabajo podrá verse los viernes a las 21, en el Espacio Cultural Anfitrión, de Venezuela 3340, con dirección de Claudio Ferraro (a cargo de la escenografía y la musicalización) y actuaciones de Javier Alonso, Claudio Charra, Flora Ferrari, Fernando Lázaro y Teresa Murrias.
Weisbrot fue un adicto en esas décadas influidas por la Generación Beat, cuyos fundadores se conocieron en Nueva York, poco después de finalizada la Segunda Guerra, pasando varios de ellos a San Francisco. “Era gente en permanente peregrinación”, apunta Weisbrot, viajero dentro de su país, hasta que partió a México. Su especialidad no es el teatro sino las viñetas de humor, que tomaron la forma de artículos publicados en periódicos alternativos de su país. Se interesa por la sátira y la mezcla de situaciones reales y fantásticas. De ahí tal vez la desmesura de algunas escenas de El entrepiso, “retrato de un drogadicto”, donde el personaje Daniel es, además, el narrador que recorre desordenadamente la acción. El espectador podrá intuir apenas quién es el Capitán, un megalómano cruel; William, el “psicótico”; la pulcra Dotie Lou, ex integrante del Ejército de Salvación; Soledad, prototipo de la víctima, y otros personajes sin nombre propio: Chica, Ella, Hombre y Vago 1 y Vago 2.
–¿En qué medida influyó su experiencia personal?
–La realidad sigue siendo un problema para mí. Esta obra es una indagación sobre mi vida, en la que pasé por muy malas épocas. Aparecen aspectos de gente que conocí, pero también invenciones. Traté de crear escenas con humor, pero, si lo comparo con mis escritos periodísticos, éste es un trabajo “serio”.
–¿Acaso el humor no exorciza demonios?
–No en mi caso. El humor me desplaza de mí mismo. El entrepiso es una terapia especial, porque me permite trabajar con artistas muy generosos, como los de este elenco. Gente que no gana dinero por esto y que, como extranjero, me asombra y me maravilla. Durante años viví paralizado por mi adicción. Sólo me importaba tener alguna ropa, un techo donde cobijarme, algo de comida y droga, hasta que mi única obsesión fue la droga.
–Es lo que dice también uno de sus personajes... ¿trabajó en terapia grupal?
–Nací en Filadelfia, pero viajé mucho por EE.UU. trabajando para comprar droga. Dejé de consumir con la ayuda de amigos. Esto fue en los ’70, cuando todavía me creía un ganador. Desde el gobierno se hicieron campañas de recuperación cuando se tuvo conciencia de que la adicción era también un problema dentro de la clase media. Al gobierno no le importaba recuperar a los negros o portorriqueños, pero sí a los jóvenes de mi clase. Hice tratamiento grupal con chicos de la calle, con presos, y trabajé con ellos mientras yo seguía en la droga. El drogadicto es generalmente una persona que se cree superior.
–En El entrepiso se observan aspectos muy negativos en William, por ejemplo, o en el Capitán...
–Es gente torcida, capaz de cosas terribles, de esclavizar a otros. Gente que también sufre y busca culpables fuera de ellos mismos.
–Dotie Lou es la excepción. ¿Qué significa en ese contexto?
–La esperanza.
–¿En ese ámbito existe conciencia de la autodestrucción?
–Creo que existe la conciencia de que una sobredosis puede conducir a la muerte, pero no se piensa en la destrucción. En general, el drogadicto tiene ensueños, supone que está para hacer grandes cosas y para cambiar otras mágicamente.
–¿Por eso el Capitán dice que “cuando uno desafía la gravedad debe esperar caer pesadamente a la tierra”?
–Claro, porque en ese desafío de los límites no puede sostener sus sueños: no tiene un marco para su euforia.
–¿Y entonces?
–Explota. En lugar de persona es un síntoma de la droga. Claro que, cuando deja de ser un síntoma desaparece la euforia pero lo aplastan otros problemas que cuesta resolver. Esta experiencia no es igual para todos. Yo tomé drogas con gente de mi clase y de parecido nivel intelectual y psíquico, y lo que sucedió era diferente en cada uno. A algunos la droga les da más alas que a otros, y si se vuela demasiado alto se pierde la noción de contexto. Ahí arriba, la vida de todos los días no existe.
–¿Piensa reincidir en el teatro?
–Sí, pero con más humor. La próxima obra es también una historia de drogadictos, pero nada seria. Voy a hablar de mafiosos y de personajes ficticios y reales. Quizás aparezcan aspectos de mi madre, que tiene 85 años, y de mi hija, de 24, que me ha entendido, y vive en EE.UU. con su mamá. Estuve el fin de año en Florida, y extrañé Buenos Aires. Allá sólo veía carreteras y gente metida en sus coches y sus casas, muy presionada, consumista y agresiva. En Buenos Aires hay más modales, y más cariño.

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“Al gobierno no le importaba recuperar a negros o portorriqueños, pero sí a los jóvenes de mi clase.”
 
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