ESPECTáCULOS › ENTREVISTA CON LOS PROTAGONISTAS DE “GEMINIS”

Cuando la tentación viene de adentro

Los debutantes María Abadi y Lucas Escariz protagonizan el film de Albertina Carri que aborda sin rodeos el tema del incesto. “En las clases altas hay mucho prejuicio con todo lo que viene de afuera y aquí el problema viene de la propia familia”, afirman.

 Por Julián Gorodischer

Se miran, se tocan, se tientan, con ecos de esa relación tan particular que encarnaron en Géminis, la película (que se estrena hoy) de Albertina Carri. Llegaron, en 2004, a un casting con la inseguridad del debutante, convencidos de que no obtendrían los roles centrales de un film que daría que hablar. Y se quedaron con la presa por reunir lo indispensable: ese aire sexy-desentendido que sobrevuela a los dos, esa complicidad repentina que deja al resto afuera (tan de modernos en una disco), la compulsión a hacerse bromas y a divagar sin palabras. ¿Y eso? Es como si se perdieran en una conversación interminable en la que están muy concentrados pero a través de gestos, o ni siquiera. Así convencieron a la directora de que estarían enamorados aun siendo hermanos, e integrarían la familia burguesa encerrada en sí misma con todos los clichés de la ficción sobre oligarquía: madre borracha y negadora (Cristina Banegas), padre ausente, mansión de dos plantas, secretitos compartidos y un tercero en discordia. Lucas y María, emocionados a horas del debut, recuerdan los hits del rodaje: el sexo pescado in fraganti y el viaje al corazón de los niños ricos en actitud non sancta que les dejó marcas en la ficción como en la vida.
Los dos están a punto de convertirse en extraños objetos de deseo que inauguran otra zona: ya no la de lolitas infantiles desesperadas por triunfar, ni tampoco la de galanes púberes entallados y con crestita, tan televisivos, sino la que se asocia al tabú primordial. Si algo queda claro en el film de Albertina Carri es que no será la crónica antropológica que disecciona a su objeto desviado, sino un relato más ambiguo que narra el incesto con licencia para el erotismo, con permiso para contar el sexo entre hermanos con planos demorados y desnudos “para calentar”, sin miedo a insinuar lo que los actores, ahora mismo, están pensando: “Están enamorados, quieren estar juntos”. Y tampoco será éste el ra-
cconto in crescendo hasta llegar al clímax con sorpresa: todo queda claro desde el principio. El cross a la mandíbula no surge por revelación sino por novedad en el tono: a los hermanos les gusta demasiado hacerlo; el problema está en el horror de los otros (la madre). Lucas y María ejercen la protesta contra moral e instituciones que nos rigen; serán, también, la herramienta del guionista para denunciar esa obsesión que desvela a la Carri desde su ópera prima No quiero volver a casa: cobrársela a una clase social y asociar la burguesía al silencio, la negación, la exclusión del resto y la vida signada por la hipocresía.
María Abadi: Estos chicos están incómodos con su propia clase..., les cuesta vestirse..., ser hijos de...
Lucas Escariz: Sus males son la superficialidad, los silencios, lo subliminal, lo que pasa pero no se dice....
M. A.: En las clases altas hay mucho prejuicio con todo lo que viene de afuera. Y aquí el problema viene de adentro, de la propia familia. Es una crítica al que siempre mira hacia afuera, a las madres negadoras, a la falta de intimidad, a abrir las puertas del hogar pero al mismo tiempo cerrarlas y no querer ver.
–¿En el amor entre hermanos encuentran una forma de resistencia?
M. A.: En el amor de Meme, mi personaje, hay una respuesta a la madre. Quiere despegarse de la familia y, a la vez, mantener una relación que no se corre del núcleo familiar. Es una chica solitaria, ermitaña, a la que le cuesta contactarse con lo que no proviene de ella misma.
L. E.: Jeremías es un adolescente grande, aniñado, que no tiene mucha vida exterior. Y que se enamora de su hermana porque es lo que tiene más a mano..., lo más cómodo.
Desde el principio se movieron sin prejuicios sobre el incesto. Y Lucas Escariz hasta diría que está “un poco a favor...”. Después, claro, relativiza. Y sigue: “La película está más a favor de un amor que de una familia. No sé si estoy a favor del incesto, ni tampoco en contra de la familia. Pero la sociedad idealiza demasiado a la familia, y yo creo que es una comunidad artificial que no funciona naturalmente, con los problemas de todo vínculo social”. Encerrarse durante tanto tiempo entre los mismos “cinco de siempre”, recluirse en un campo de Lobos (provincia de Buenos Aires), fingir la sobremesa familiar y el chisterío bajo el cual late una bomba de tiempo, los llevó a repensar lo ajeno pero también lo propio. María Abadi –formada en el taller teatral de Raúl Serrano– ahora entiende a toda familia como “un mal necesario”; la asocia a “esa cosa endogámica en la cual es muy difícil evitar los rollos”. Albertina Carri se esmeró en hacerlos vivenciar, asignó a los dos varones (Lucas Escariz y Damián Ramonda, un hermano más grande) roles simulados para revelarles la verdad del protagónico para Lucas a días del rodaje, como parte de un juego sádico-pedagógico que quería hacer sentir a los actores los celos de los personajes. El método de la crueldad, parece, surtió efecto sin lastimar.
L. E.: Un día Albertina nos avisó de que cada uno haría el rol del otro, a pesar de que habíamos ensayado otro personaje. Eso logró un clima raro, hubo tensión hasta empezar el rodaje, pero después se hizo natural....
–¿Y sobre ese formato tan particular de “escena sexual”?
L. E.: Nos encerramos los dos en una habitación todo el día hasta el momento de verla a Cristina (la madre). Ese encierro generó una explosión...
M. A.: Había una miniguía desde el guión pero no estaba totalmente desarrollada. La idea era ver qué surgía del encuentro.
–¿Más detalles del vínculo?
M. A.: Durante el rodaje generamos el vínculo de hermanos... de estar todo el día juntos..., teníamos una cosa cómplice, un secreto. Salíamos con nuestros amigos a bailar y nos agarraba por recordar una escena. Nos ayudó a tener confianza.
L. E.: Adquirimos la complicidad en la convivencia, en Lobos, mientras filmábamos en el campo. Desayunábamos juntos, salíamos. Lo que nunca existió es una atracción..., logramos ser amigos sin una confusión de nada.
–¿Serán objetos extraños de deseo?
M. A.: Ahora hay un poco de morbo de ver a dos hermanitos así..., a alguna gente le da un poco de impresión..., pero si choca al espectador es bueno; si no provocara nada, habría error. Dos hermanos teniendo relaciones no es algo que se ve todos los días. ¿Qué erotiza de mi personaje? Esa cosa de fragilidad, no es frívola como la madre, es una persona que respetás. Pero es cero Lolita, es reasexuada, peleada con su parte de mujer.
L. E.: A mí no me seduce mi propio personaje. No podría ser objetivo, no sé.
No es la primera vez que a Lucas Escariz le preguntan por su contenido sexual explícito. Antes hubo un erotismo algo más hardcore que desplegó en el protagónico del videoclip del tema Rubí de Babasónicos: larga toma de su rostro en estado de masturbación que anticipó cierto rebote de alto impacto. “Lo más loco que me pasó es cuando una pareja (chico y chica) se me acercaron a contarme que se tocaban juntos mirando el video. Fue lo más fuerte que me dijeron: está buenísimo que crean algo que... en fin...” María estaba a su lado ese día, en una fiesta a la que habían ido juntos, y le costó creerlo. “Yo desconocía el dato –dice–, ¡y resulta que estaba con el chico del videoclip!” Pero, ¿fueron durante esas semanas de rodaje conejillos del deseo?, ¿vías para experimentar en una narración de efectos alternativos? A Lucas y María les toca el costado físico de un film muy declamado: el desnudo que contrasta con la sastrería de la señora paqueta, el gemido (extenso, perturbador) que se escucha desde uno de los cuartos y anticipa el escándalo gestual alla El Padrino 3 a cargo de la Banegas... Más ligado a sensaciones físicas que a conceptualizaciones, es también el recuerdo de los días de rodaje.
M. A.: Tenía vergüenza de la cámara, de la gente alrededor...
L. E.: A mí lo único que me pasaba por la cabeza era el frío. Te metés al agua fría desnudo, y cuesta acostumbrarse.
–¿Dificultades que parecían insalvables?
L. E.: Me costó empezar. La primera escena era un encuentro con mi madre en la que descubre que mi hermano mayor me había golpeado en la cara (celoso, desesperado por formar parte). Ahí dije: “Yo me vuelvo a Buenos Aires”.
M. A.: Me costó interpretar una salida del boliche con bajón posterior a la droga. Requería una actuación profunda, iba a boliches, no terminaba de sentirme preparada.
Lucas y María, a cargo de estos hijos de familia bien consolidada, hartos de “las estructuras conservadoras”, podrían pensar en el incesto sólo como una excusa. Una que encubre otros desvíos, otras expresiones del afecto por fuera de la moral burguesa. Una que permite repensar otros vínculos y asociaciones entre la gente. “Hay tantos prejuicios –dice María Abadi–, la gente es tan conservadora. Y aunque no haya menciones, la película habla de una relación comparable al vínculo homosexual. También el amor endogámico busca un igual en el otro.” Entonces, llega una licencia para fantasías, el minuto en que Géminis entregaría algunas claves para oponer al buen vivir. ¿Una utopía?
L. E.: Imagino una vida sin agrupamiento, sin papeles, con independencia y compartiendo el mundo de cada uno con los otros. Ninguna relación puede durar toda la vida...

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Ante el estreno, María Abadi y Lucas Escariz siguen jugando a ser buenos hermanos.
 
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