ESPECTáCULOS

De cuando Astor, para lucirse, bebía en las fuentes del tango

Antes de su revolucionario Octeto, cruzó por el género hasta alcanzar sus límites.
Dos registros de 1950 y una serie genial.

 Por Julio Nudler

1950 dividió en dos el siglo XX y también, en cierto modo, la historia del tango. Ese año, Astor Piazzolla canceló virtualmente el ciclo de su fidelidad a la tradición, y lo hizo de dos maneras. Una fue la grabación de un disco de pasta en el sello tk, nunca reeditado, con versiones antológicas de dos tangos de los años 20: el célebre “Chiqué” (título que alude al simulado placer de la prostituta) y “Triste”, una mágica obra de José De Caro y Angel Maffia, que Astor exhumó de un registro de 1924 del sexteto de Julio De Caro. La otra divisoria de aguas fue “Para lucirse”, que ese mismo 1950 graban Aníbal Troilo, Osvaldo Fresedo, José Basso y Francini-Pontier. Curiosamente, no consideró entonces que ésa fuese una pieza para que él mismo la grabara. La suma de una introducción rítmica y un tema central entre lírico y profundo no era en absoluto nueva en el género, pero sí lo que Piazzolla tenía para decir: su mensaje ya no contenía la fresca candidez barrial decareana, y menos aún la despreocupación guardiaviejista.
Por varios años exploraría Astor la nueva veta, mostrando la maduración de su talento (estaba cruzando sus 30 años) en tangos como “Prepárense”, “Contratiempo”, “Triunfal” y “Lo que vendrá”, éste de 1954, a los que sumó, en increíble vértigo, los escritos y grabados en París en 1955, como “Picasso”, “Sens unique”, “Luz y sombra”, “Marrón y azul” y otros. Toda aquella fabulosa etapa representó una transición entre la que inició en 1944, al dejar a Troilo para formar la orquesta que acompañaría a Fiorentino y se independizaría en 1946, y la ruptura que implicó, en 1956, la conformación del Octeto Buenos Aires.
El proficuo ciclo con Fiore, que dejó incluso en el surco dos temas puramente instrumentales (“Color de rosa” y “La chiflada”), reveló la honda consustanciación de Piazzolla con el tango de siempre, y al mismo tiempo su tensión con esa herencia, cuyos límites estaban siendo corridos para la misma época también por otros músicos de gran talento (Héctor María Artola, Argentino Galván, Horacio Salgán y otros). Lo que terminó diferenciando a Astor fue que, para él, el cambio nunca se detendría.
Otro costado muy importante de Piazzolla fue su aporte al tango con letra, con composiciones de tanta belleza como “Pigmalión” y “Fugitiva”, y en medida algo menor “La misma pena”, “Noches largas”, “El cielo en las manos” y “Rosa río”. De hecho, Astor fue el único vanguardista que procuró extender la renovación, e incluso la ruptura, al tango canción, mucho antes de su colaboración –de irregulares resultados– con Horacio Ferrer.

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