LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN

La estricta libertad de interpretar

El mundo de la comunicación y de la información está traspasado por desigualdades. En el emitir y en recibir. En la capacidad de producir mensajes y en las condiciones para percibirlos. Dicho de otro modo: la comunicación es un proceso atravesado por asimetrías. Aquí dos enfoques que, desde perspectivas diferentes, dan cuenta y debaten sobre este tema.

 Por Hernán Pajoni *

Para simplificar un poco, se puede decir que cuando un emisor elabora un mensaje tiene un anhelo, que el receptor se vea impregnado de alguna forma de sus intenciones. Se trata de un deseo, y no precisamente de un deseo inocente. Tras el cumplimiento de ese propósito, quien elabora el mensaje deja inscripta la huella de sus intenciones, es decir, de los límites posibles de su interpretación. Como diría Umberto Eco, hay al menos algunas cosas que el mensaje no quiere decir. Así, podemos restringir, aunque sea un poco, las celebradas libertades interpretativas que tan gustosamente encarnan algunas perspectivas que sientan a una misma mesa a los medios masivos y a los receptores, de igual a igual.

Primera restricción, si hay cosas que no se quieren decir, pues no se dicen, lo que implica que se muestren unas por sobre las otras. No se trata necesariamente de una conspiración, digamos por el momento que puede tratarse de una elección.

Segunda restricción, el problema es quién está en condiciones de poder decir. Poder decir implica tener un sistema de producción y de generación sistematizado, además de una organización colectiva dedicada a crear, para luego decir.

Entonces parece que, teniendo en cuenta estas restricciones, no estamos, medios masivos y sociedad, sentados a la misma mesa. Hay algunas desigualdades que nos separan. La propiedad del decir está en otras manos, por tanto, también la elección de qué decir. En definitiva hay un saber que se impone, porque hay otro que no forma parte de los contenidos que el emisor elige y que hace circular incansablemente.

Tercera restricción: la circulación también tiene propiedad y quien la detenta hace de los discursos que más le gustan un modelo de realidad, a partir del cual se piensa, se siente, se vive.

Pocas perspectivas están poniendo énfasis en la desigualdad, porque de lo demás está lleno, rebalsa diría: el impacto, los efectos, la influencia de los mensajes masivos a corto, a mediano, a largo plazo. Porque el derecho a la comunicación parece ser el derecho de los emisores a comunicar y el derecho de los receptores a interpretar, mientras la concentración de la propiedad de los medios hace de los que comunican grandes comunicadores y de los consumidores, sólo y únicamente consumidores. Pero eso sí, cada vez más capaces de interpretar/comprender contenidos ajenos.

Como sostuvo Antonio Pasquali hace algunas décadas, no hay comunicación en la relación electrónica entre mensajes masivos y consumidores, porque no se construye un saber en común, porque no estamos el uno-con-el-otro compartiendo e intercambiando equitativamente nuestras ideas en el mismo espacio. Aunque no parece factible liberarnos de estas desigualdades intrínsecas, es necesario tenerlas presentes. Así, entre los dos actores del problema hay libertades bien diferenciadas: la libertad de decir, por un lado, y la libertad de interpretar, por el otro. Suena injusto. Pues del lado de los interpretadores se leen/escuchan/ven prioridades ajenas y muchas veces, perdón por el atrevimiento, interesadas, sumado a que del ranking de lo importante se nos muestran algunos atributos, cualidades o enfoques particulares.

El monopolio del decir amenaza derechos y libertades fundamentales, mientras que el monopolio del recibir nos somete a un estado de subordinación bajo las creencias de otros. Luego viene una parte importante, en la que transformamos como propia, muchas veces, aquellas verdades.

No es menos cierto que para recuperar el decir, hay que aprender a decir, hay que construir ideas y enfrentar la comodidad del consumo de ideas ajenas, pero para ello deben abrirse canales de acceso que alienten la creación de otros discursos.

Hay mucha resistencia empresaria camuflada detrás de los emblemas de la libertad (de prensa o de expresión), mucho dueño del decir transfigurado en republicanista. De este modo, quizá en el debate sobre un nuevo sistema de medios para el país, pueda estar en construcción otra verdad ajena, pero verdad al fin, y totalizadora. Puede ser, por ejemplo, que ese decir concentrado formule una idea: que agregar otras voces y otras creencias a los contenidos de los medios masivos de comunicación sea un delito agraviante e inadmisible para la humanidad y su democracia. ¡Qué horror! Tan cómodos que dicen que estamos en la estricta libertad de interpretarlos, sólo a ellos, hace décadas.

* Docente investigador del Instituto de Comunicación Social de la UCA.

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