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Periodismo líquido

Una reflexión sobre la idea del adjetivo “líquido” al uso de Zygmunt Bauman, pero aplicado al periodismo.

 Por Martín Becerra *

El corazón de la sociedad de consumo late en una modernidad líquida a la que dedica buena parte de su obra Zygmunt Bauman. Ese latido bombea el fluido vital de ideales y valores inestables. El exceso de información caracteriza a las sociedades actuales. El sistema destinado a su producción, circulación y apropiación social define los rasgos identitarios de sus individuos así como un siglo atrás lo hacía la institución escolar, en la sólida era de la sociedad de productores. Para el sociólogo polaco, lejos de aquella estabilidad que imanaban tanto las palabras como las cosas, en la sociedad de consumo se diluyen esos sentidos fuertes para volverse todo lívido y fugaz.

Uno de los dispositivos emblemáticos del cambio epocal, que es la fuerza motriz de la producción y circulación de ideas y valores, es el periodismo. La modernidad líquida se nutre del ejercicio de un periodismo líquido, como tituló Miguel Wiñazki hace cuatro años.

Claro que referirse al periodismo como “líquido” en un contexto de hiperconcentración empresarial, donde el poder de grandes grupos desconoce fronteras (geográficas, económicas), parece contradictorio. ¿Periodismo líquido en un país encorsetado por el predominio de intereses bien mundanos que monopolizan derechos de televisación de interés masivo (como en el caso del fútbol) y obstaculizan toda iniciativa tendiente a la libre concurrencia y al acceso de otros –que no sean ellos mismos– a la titularidad de licencias audiovisuales? ¿No es ello exactamente opuesto a la liquidez? Pues no: una parte importante del periodismo se vuelve cada vez más líquido, más flexible y efímero, es decir menos sólido y metódico en sus objetivos, estilos, gramáticas, relaciones, rutinas y convicciones, al mismo tiempo que pocos grupos empresarios (algunos de ellos integrados por parlamentarios contra lo que la vetusta y autoritaria ley hoy defendida por los mismos grandes grupos, establece) consolidan su predominancia en el control de los principales medios del país. Tiene lógica: el periodismo líquido es por definición dúctil, y su condescendencia empieza por casa, con el patrón.

El periodismo líquido contiene, en sus condiciones de producción, un apotegma: la economía de recursos. Las personas, el tiempo y el estudio necesarios para comprender y explicar complejas situaciones sociales son reemplazados por el principio de instantaneidad irreflexiva. El periodismo líquido es antiintelectual por definición. Abusa de las opiniones, pero éstas deben ser viscerales (es el reino de exclamaciones como “¡qué horror!, ¡qué barbaridad!”, como bien ironizó Juan Pablo Varsky entrevistado por Página/12 en enero último).

Una de las figuras paridas por el periodismo líquido es la de los llamados “periodistas mendigos”. Son periodistas que mendigan por una entrevista o por una declaración anodina de alguien con fama. Es clásico el ejemplo del “periodista mendigo” al cierre de un partido de fútbol que se arrima al jugador: “¿Y Román, en quién pensaste al patear el penal?”. El periodista mendigo no interroga, sino que ofrece una cómoda excusa para que su “entrevistado” emita sin sobresaltos la frase que desee. El periodista mendigo no repregunta, a menos que su “entrevistado” lo habilite expresamente a ello. El periodista mendigo no incomoda, por decisión propia, al “entrevistado”. El periodista mendigo, valiosa pieza pulida por el periodismo líquido, emite elogios a modo de súplica si la fuente es “del palo” o la condena en juicio sumario si no tiene contacto o acceso a ella (pero no le dará derecho a réplica).

Como en el título del libro de Paula Sibilia, La intimidad como espectáculo, el periodismo líquido activa sus criterios de noticiabilidad a partir de dos variables: espectáculo e intimidad. Se reduce la noticia al ámbito de lo espectacular y para sostener la espectacularidad se recurre a la intimidad, al fisgoneo y la develación (muchas veces, autorizados por las fuentes) de lo íntimo.

Sería errado confinar a las secciones de deportes o espectáculos, esas zonas donde se dirime el “poder blando”, la morada del periodista mendigo: en la zona dura de economía o política la práctica mendicante gana terreno. Tampoco sería justo reducir la influencia del periodista mendigo a la televisión o la radio, medios cuyo torrente continuo de emisión exige llenar espacios incesantemente: el periodista mendigo anida en las redacciones de periódicos y revistas tanto como en los medios audiovisuales. No se trata de un problema individual: es un síntoma de época.

El periodismo líquido es puro presente y por ello el periodista mendigo debe privarse de ejercitar la memoria: su desempeño no sólo prescinde del archivo, sino que requiere anular toda documentación que rebase la referencia a lo inmediato. Con una excepción: la vida íntima o familiar del “entrevistado”. Es clave que el periodista mendigo conozca los nombres de hijos, pareja/s y mascotas del “entrevistado” para que, previa autorización, la conversación fluya entre anécdotas de su entorno familiar. Es clave para el periodista mendigo tutear al “entrevistado” y despedirse con un fuerte abrazo. Su máxima realización profesional será insertarse en el círculo íntimo del “entrevistado”, provocando una mímesis entre periodista y fuente. En última instancia, el periodista mendigo convierte su credo en religión y así como no exige coherencia en las posiciones de su “entrevistado” (porque teme irritarlo o porque ignora el pasado), tampoco respeta él mismo la lógica entre precedente y consecuente, y cambia de postura, de ídolo y de camiseta con naturalidad.

En el periodismo líquido el anecdotario es el factor clave de explicación de la realidad. Esta se teje, en el periodismo líquido, por anécdotas sin historia, justo a la inversa de la más fértil tradición periodística en donde la historia podía revestirse con anécdotas en aras del respaldo argumental y de la seducción del receptor.

* Universidad Nacional de Quilmes y Conicet.

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