PSICOLOGíA › ACERCA DE LO FRATERNO, “BAJO EL DEBILITAMIENTO DE LAS JERARQUIAS”

Los hermanos sean unidos, si así lo quieren

 Por Mirta Nakkache *

Existe un mito que se esfuerza por postular la unión entre hermanos. Pero esta relación de consanguineidad y emparentamiento no elegidos, ¿es tan trivial o previsible? No se puede negar que las relaciones entre hermanos suelen persistir después de la muerte de los padres, y que esa relación deja rastros profundos en cada uno. Los vínculos entre hermanos pueden ser complejos, traumáticos. También es cierto que esta relación ha quedado en un segundo plano en las investigaciones sociológicas, psicológicas o psicoanalíticas.

A pesar de que la fraternidad suele erigirse en emblema de la concordia, los hermanos pueden arrastrarse al extremo de la discordia. Desde Caín y Abel en adelante, la historia abunda en hermanos famosos, la mayoría de ellos rivales y muchos enfrentados. Algunas de las mayores batallas fueron consecuencia de la práctica de la primogenitura: el primer varón, el hermano mayor, heredaba la tierra y la fortuna paternas y ocupaba el lugar del padre tras la muerte de éste. Esta práctica se remonta a los orígenes de la historia y conformó el mundo en que vivimos y que se remonta a la prehistoria (Paul-Laurent Assoun: Lecciones psicoanalíticas sobre hermanos y hermanas, ed. Nueva Visión. Buenos Aires, 2000).

En la época de los romanos, el nacimiento del primer varón era un acontecimiento que controlaba el padre: el primer hijo era especial, era un futuro patriarca al que su padre educaba para que lo sucediera. No era infrecuente que los padres mataran a los varones que venían después, lo cual indicaba un brutal grado de conciencia de la competencia que podía provocar la primogenitura.

Los invasores vikingos que llegaron a Gran Bretaña, primero en expediciones de saqueo y luego para instalarse, actuaban impulsados por la expulsión de la primogenitura. En los países del Norte europeo, la tierra era del hijo mayor por derecho de nacimiento. El legado paterno dejaba a los hijos menores sin nada, lo que los llevaba a hacer expediciones por la costa europea. Terminaron por atravesar el Mar del Norte, llegando a Gran Bretaña y aun más lejos.

La primogenitura fue causa de muchos conflictos medievales. Un ejemplo de ello fue la competencia, el asesinato y la guerra que protagonizaron los hijos de Guillermo el Conquistador, que a su muerte legó al mayor, Robert, el territorio de Normandía; el segundo hijo, William Rucus, recibió las tierras de Inglaterra, pero el menor, Henry, se quedó sin nada. Con cierta mezcla de inteligencia y crueldad, Henry se dedicó a enemistar a Robert y a William Rucus. Este murió luego de un conveniente accidente en un día de caza, lo cual dejó a Inglaterra en manos de Henry, que a su vez declaró la guerra a Robert; lo derrotó y se apoderó de sus tierras transformado en Enrique I, rey de Inglaterra y duque de Normandía.

Recién en 1925 fue abolida la primogenitura en Gran Bretaña, mediante la Ley de Administración de la Propiedad; todavía hoy persiste para la familia real y algunos miembros de la nobleza.

Ignacio Lewkowicz (“Reflexiones sobre la trama discursiva de la fraternidad”, en Sangre o elección, construcción fraterna, comp. J. Droeven, ed. Del Zorzal, 2002) propone otra perspectiva. Plantea que el estorbo esencial para pensar lo emergente de las relaciones de hermandad lo constituye la relación paterno-filial. Sostiene que esa relación, privilegiada en las investigaciones psicoanalíticas, lejos de ser el fundamento de las relaciones fraternas es su obstáculo específico: la hermandad se construye más allá de las constricciones del lazo paterno–filial y esto es fundamental para pensar la fraternidad en su realidad propia y en su autonomía.

En la actualidad, los cambios en la sociedad burguesa trajeron como consecuencia el debilitamiento de las jerarquías y, consecuentemente, una alteración de la pauta de hermandad. Hasta hace poco, la organización jerárquica proporcionaba una imagen de la hermandad como resultante de una estructura piramidal. Los hermanos eran concebidos ante todo como hijos; sólo por derivación resultaban hermanos. La jerarquización por edades, derivada de la institución del mayorazgo, clasificaba a los hijos según la pauta cronológica propia del lazo paterno-filial. Los esquemas de parentesco habían tomado su matriz ideológica del terreno de la biología.

La familia nuclear burguesa disponía de una organización jerárquica que orbitaba en torno de la ley paterna. La relación entre hijos se basaba en la igualdad ante la ley del padre. Como consecuencia, la relación instituida entre hermanos no estaba prescripta desde el espacio mismo de la hermandad, sino desde el eje paterno-filial. La equivalencia entre hermanos era ante todo una equivalencia ante un tercero, los padres, o sea, era jerárquica piramidal.

Por otro lado, la unidad de los hermanos era ante todo una ley: se trataba de una prescripción para hermanos y no entre hermanos: una regla descendente y no compartida.

Hoy decae la potencia estructurante del lazo paterno-filial como regulador en el terreno de la hermandad. La diversidad de los modelos de familia ha desembocado en un caleidoscopio que tiene poco que ver con la familia convencional; admitimos como legítimos muy diversos modos de convivencia familiar. Y uno de los principios de la hermandad fraternal es el principio de elección, donde se pone en juego el modo de goce singular de cada uno, no todos con todos, sino cada uno con quien puede o quiere. La fraternidad se construye más allá de las atribuciones paternas. El hermano se diferencia de su lugar como hijo, sin oponerse. Se es hermano sin suprimir al hijo. En cambio, se opone, sí, al sistema paterno-filial.

Desde una perspectiva psicoanalítica, existe siempre un malentendido que se juega en los lazos fraternos en torno de los goces singulares de cada quien. Este malentendido es estructural y se alimenta de mitos, de historia y de prehistoria, con los cuales cada sujeto construirá su propia ficción. Ficción, novela o mito que resultan evidentes, sobre todo en esta época en la que las normas se diluyen y cuentan cada vez menos como guía o imposición.

* Extractado del trabajo “Lo fraterno”, publicado en Psicoanálisis y el Hospital, Nº 32, “Avatares de la fraternidad”.

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