SOCIEDAD › EL JUICIO A UN GENDARME POR EL ASESINATO DE UNA MUJER

“Maté una rata el día anterior”

El acusado dijo en su defensa que sólo había matado a un roedor. Pero la querella dice que mató a sangre fría a una adolescente en la Villa 31. El fiscal pidió doce años de prisión, pero la familia reclama perpetua. El lunes, la sentencia.

 Por Horacio Cecchi

El caso de Judith Giménez es raro de tan claro que es y sin embargo es extraño. El 24 de junio de 2007, poco antes de las 5 de la mañana, murió de un balazo en la nuca en un pasillo de la Villa 31. El casquillo hallado junto a su cuerpo y la bala pertenecían a la misma pistola, una 9 milímetros reglamentaria de la Gendarmería. El arma pertenecía al ex cabo gendarme Federico Sandoval. Es más: fue encontrada en su poder. El cabo negó haber asesinado a Judith. Pero reconoció que había disparado el arma: “Maté una rata el día anterior”, dijo, sarcástico o cínico o troglodita. Las pericias demostraron que el arma había sido disparada sólo una vez, con lo que el sarcasmo pasó a ser confesión “piadosa”. Para el fiscal del caso, Eduardo Marazzi, igual no alcanza: el miércoles pasado pidió doce años, dos más que el mínimo del homicidio simple con arma de fuego, descartando que el acusado –sólo por los agravantes de ser gendarme y disparar con el arma reglamentaria– tendría una pena que lo llevaría a la perpetua. En su alegato público supuestamente acusatorio, Marazzi dijo que “tenemos que tener en cuenta que (Sandoval) es un muchacho joven, que no tiene antecedentes y tiene un futuro por delante”. La defensa, en un papel más obvio, pidió la absolución. El lunes, los jueces del Tribunal Oral 11 darán el veredicto.

La noche del 23 de junio de 2007, Judith Alice Giménez no sabía que todo el futuro que sus 16 años le auguraban por delante apenas si alcanzaba a seis o siete horas. Judith trabajaba en el lavadero de ropas que Félix Chamorro tenía dentro de su comedor Los Bronquitos, ubicado sobre uno de esos pasillos apretados entre paredes y agua servida de la Villa 31 de Retiro. A unos 20 metros de la boca del pasillo sin nombre se cruza la avenida Gendarmería Nacional, sobre la que muy cerca se estaciona el Edificio Centinela. En ese cruce entre el pasillo y la avenida pasó Judith sus últimos segundos, antes de que la única bala disparada por la pistola reglamentaria del entonces gendarme Sandoval le traspasara la nuca. Quizá con tanta prueba sobreabundante pasara casi inadvertido que junto al cuerpo de la chica apareció el documento de identidad del entonces cabo. En una pintura, en la literatura o en una película, se llama firma de autor.

Judith vivía en la 31 junto a su madre, Gumersinda, y su hermano, el Edu, con futuro por delante en las Inferiores de Boca. ¿Se mudaron? “Después de la desgracia”, dice Gumersinda en esa forma tan difícil para una madre de digerir el relato de la muerte de una hija. “Me daba impotencia abrir la puerta cada día y ver todo lleno de loros verdes”, dice Gumersinda y aclara sin necesidad que habla de los gendarmes.

Su hija trabajaba en el lavadero pero esa noche había sido invitada para festejar el cumpleaños de la hijita del dueño de Los Bronquitos. Y se quedó. Alrededor de las nueve y media de la noche, el cabo Sandoval se sentó a una mesa del bar y pidió para cenar una pata de pollo con muslo y puré y una cerveza. Al declarar, Félix no sólo recordó el pedido sino también que le pidió a Judith si le podía ayudar llevándolo a la mesa. “A esa mesa no”, dijo ella y fue la primera vez que se negó sin explicaciones hasta la fecha. El motivo quedó enterrado con Judith y su futuro. En tren de acercarse a los hechos, los comentarios de los vecinos recordaron que el hombre la había estado siguiendo con fines no explícitos, desde que ella había coincidido con él en el cumpleaños de un colega loro. También recordaron los vecinos que en otra ocasión, serían tres meses antes del 24 de junio, en la canchita de fútbol todos los paraguayos lo corrieron y lo echaron del lugar después de interpretar que estaba maltratando a gente de su misma sangre. En ese punto fijan, día más, día menos, la semilla de la inquina.

A las 2.30 del 24 llegaron tres colegas de Sandoval, que se sentaron a tomar cervezas. Después un Gancia. Pese a que la cantidad no fue suficiente, y a que las pericias no encontraron alcohol en sangre, Sandoval declaró cuando lo detuvieron que no se acordaba nada. Primero negó haber estado y luego aceptó que sí, había cenado y tomado cerveza con sus amigos, y que le entregó el arma al dueño del local antes de entrar y que la recuperó al irse, pasadas las 4.30, con Judith, tal como lo dijeron los testigos. Tras el disparo, en la boca del pasillo y la avenida, Sandoval se fue caminando al Edificio Centinela, donde se alojaba, y se tiró a dormir un rato. Ya avanzado el 24, una comisión policial con orden de allanamiento de un juez federal detuvo a Sandoval y recuperó su arma, que peritada dijo “fui yo”. El gendarme, en cambio, dijo que había matado una rata.

El juicio se desarrolló en el Tribunal Oral 11, a cargo de los jueces Enrique Alvarez Aldana, Enrique Pose y Floreal De Laurentis, con Eduardo Marazzi como fiscal. El lunes deberán dar su veredicto. Las posibilidades son amplias. José Vera, abogado de Gumersinda, dijo que el fiscal “no consideró agravante que Sandoval pertenecía a una fuerza de seguridad, que el arma fue provista por la institución, que su condición de funcionario deja entender que conoce la ley y el castigo, que la víctima estaba indefensa y que esperó hasta las 5 de la mañana para llevarla y matarla. Le corresponden 33 años de máxima. Si le dan lo que pidió el fiscal, en 4 años y 9 meses puede estar libre”. Sólo resta esperar que los jueces decidan dónde y cuán promisorio será el futuro del ex gendarme.

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Gumersinda reclama justicia por la muerte de su hija, Judith Giménez, el 24 de junio de 2007.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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