SOCIEDAD › EL GOBIERNO PORTEñO DESMANTELó UNA ESCUELA PARA CHICOS QUE VIVEN EN LA CALLE

Final de un proyecto inédito

El Isauro Arancibia es el único colegio para chicos que viven en la calle en la ciudad. Docentes y alumnos denunciaron que el Ministerio de Educación está buscando cerrarlo. Recibieron el apoyo del gremio y organismos de derechos humanos.

 Por Laura Vales

Mientras todo el mundo discute qué hacer con los jóvenes que no trabajan ni estudian, Mauricio Macri no tuvo mejor idea que desmantelar la escuela Isauro Arancibia, el único colegio para chicos de la calle. Allí estudian 120 niños y jóvenes de entre 12 y 20 años, la mayoría chicos que duermen en las estaciones de Constitución, Once y Retiro. Están haciendo la primaria y la escuela les ofrecía, además, en doble jornada, talleres de oficio. Pero el macrismo ya les anticipó que no tendrán más talleres, con el insólito argumento de que ese programa de capacitación “es sólo para ser dictado en las cárceles”. Además amenaza con desperdigar a los docentes que fundaron la escuela, mandándolos a otros destinos.

La situación se dio a conocer con una conferencia de prensa en la Legislatura, en la que alumnos y maestros estuvieron acompañados por organismos de derechos humanos, el sindicato docente UTE y diputados. Al refinado salón de espejos biselados y techos con molduras los adolescentes llevaron otro aire.

–¿Querés café? –ofrecía Daniel, de 13 años, alumno del tercer ciclo (equivalente al sexto y séptimo grados), el pelo corto y una trencita sobre la piel oscura de la nuca, canchero para hablarles a los recién llegados. Los alumnos del Isauro Arancibia son chicos que trabajan. Juntan cartones, abren la puerta de los taxis, reparten estampitas o hacen changas. Muchos han pasado por algún instituto de menores.

La escuela se fundó hace diez años, cuando Susana Reyes, la coordinadora, recibió del Ministerio de Educación el encargo de abrir un centro de alfabetización para adultos en la CTA, por pedido de las integrantes de la Asociación de Mujeres Meretrices. Con ellas, que caminaban Constitución, empezaron a llegar los primeros pibes de la ranchada de la estación de trenes y más tarde ellos llevaron a sus amigos. “La escuela se nos fue llenando de chicos. La armamos sobre el camino, entre los maestros y los chicos. No teníamos ningún modelo a seguir, aunque aprendimos que la clave con esta población es el vínculo. Son chicos que viven en la fragmentación y lo único que tienen en su vida como una constante es la escuela”, define Reyes.

En la minúscula oficina de la CTA donde empezaron, la escuela era el cuaderno que se guardaba en un cajón del único escritorio. El alumno podía irse y volver meses después, y el cuaderno estaba ahí, esperando para retomar la clase. Con el tiempo la escuela se mudó a un lugar más grande, del Movimiento de Ocupantes e Inquilinos, y finalmente a un edificio ocioso que les facilita la Uocra.

Asentarse con un proyecto así, a contracorriente de lo que el sistema educativo tiene establecido, implicó roces frecuentes con todas las administraciones. Pero tras la asunción de Macri, los roces con la burocracia ministerial pasaron a ser una guerra de hostilidades. El Ministerio de Educación porteño intentó sacar dos veces a Reyes como coordinadora, una mujer que no le simpatiza al macrismo. Ella es una sobreviviente de los centros clandestinos de detención de la dictadura. Al empezar el año lectivo, le pusieron problemas para autorizar el acto del 24 de marzo; después le mandaron un listado con las efemérides del año que empezaba directamente el 2 de abril, salteándose la fecha del golpe.

Ese maltrato concentrado en desconocer al otro tuvo varios capítulos. Cuando planearon una visita del colegio al Planetario, el ministerio los desautorizó, planteando que era peligroso que los chicos viajaran en colectivo. “¿No es paradójico que a nuestros chicos, que viven en la calle y juegan a cruzar la autopista para ver si los pisa un auto, les prohíban ir al Planetario en colectivo junto a los docentes porque se considera peligroso?”, se pregunta Reyes.

Tras los intentos de desplazar a Reyes y ante la reacción de los docentes en defensa de la escuela (casi todos los cambios habían sido propuestos con la excusa de cumplir con el estatuto docente, pero quedó claro que a esta escuela no pueden aplicarse las mismas normas que a una primaria común), el ministro de Educación, Mariano Narodowski, prometió regularizar el Isauro Arancibia y mantener la situación sin cambios hasta que la normativa estuviera terminada. Fue en junio, pero el proyecto quedó cajoneado. Luego llegaron los anuncios más graves: el año próximo no habrá más talleres de oficios. Al mismo tiempo, se llamó a concurso para cubrir los cargos de los docentes que armaron la escuela, con una convocatoria en la que no se explica que se trata de un colegio con características especiales. El último maltrato está ocurriendo ahora, con la negativa a homologar los diplomas de egresados de los chicos que se reciben este año. Taty Almeida, de Madres-Línea Fundadora, Alba Lanzilloto, de Abuelas, Mabel Gutiérrez, de Familiares, Francisco Nenna, de la Unión de Trabajadores de la Educación, y la diputada Liliana Parada, del bloque Igualdad Social-SI fueron algunos de los que hablaron en la rueda de prensa en la que Parada presentó un proyecto de ley que normativiza la escuela. Los chicos cerraron la conferencia. “En la escuela me tratan rebien, me explican lo que no entiendo. Están todo el día detrás mío”, contó Lorena, de 15 años. Miguel, de 16, dijo que creía “que nunca iba a poder terminar la primaria, pero con ayuda de ellos pude. Si este lugar se cierra, para mí no va a haber más escuela”.

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“Si este lugar se cierra, para mí no va a haber más escuela”, dijo uno de los alumnos.
Imagen: Arnaldo Pampillón
 
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