SOCIEDAD › EL DEBATE QUE QUEDO ABIERTO EN CHILE POR LOS SAQUEOS TRAS EL DEVASTADOR SISMO

El otro terremoto

Los chilenos, con esa imagen de país prolijo y de modelo económico, no salen de su asombro por lo que acaban de vivir. Las imágenes de los saqueos que dieron la vuelta al mundo los obsesionan. Buscan una explicación, pero al mismo tiempo anuncian condenas y cárcel a los saqueadores.

 Por Emilio Ruchansky

Desde Concepción

María cuida la soga del perro con una mano y castañea las llaves con la otra. Dice que lo hace para aclarar a militares y carabineros que ella vive allí nomás y no necesita salvoconducto para sacar al perro a mear durante el toque de queda. Son las 11 de un sábado caluroso en Concepción. María y Tommy, un beagle café con blanco y negro, son de los pocos que transitan por la recién bautizada “Zona Cero” de esta ciudad. Sobre esta calle, Pratt, a pocas cuadras, está el edificio Alto Río, quebrado por el terremoto ocurrido una semana atrás y dinamitado luego. Aún hay cuerpos desaparecidos en las ruinas y se logró rescatar nueve cadáveres. Es un símbolo de la catástrofe que, quiso la casualidad, está al lado de otros dos símbolos más complejos: el primer hipermercado saqueado el día después de la tragedia, el Líder, y la gobernación regional.

Al recordar esos primeros tumultos dominicales sobre el gigantesco supermercado, que estaba cerrado entonces, la mujer, una secretaria de 42 años, siente vergüenza ajena. Y espanto. “Fue como conocer una parte nuestra oculta, que parecía que no existía. Es que pasó el primer día y fue generalizado, masivo”, dice a media voz porque su perro en miniatura le ladra a un auto que pasó muy rápido. Al comienzo vino gente pobre que cargó lo que pudo en changuitos. “Hubo una que lo llevaba lleno de papel higiénico, ¿para qué?”, dice María. Al rato, asegura, cuando la radio contó lo que estaba pasando, apareció la competencia: una horda de autos, camionetas 4x4 y hasta un bus escolar.

“Se llevaron de todo –cuenta la mujer–. Ropa, microondas, lavarropas, juguetes, ropa fina. Si a una mujer la paré y le dije ‘¡no se van a comer un televisor!’. A ella la policía la retuvo después para sacarle la tele pero tuvieron el gesto de no ponerla presa. ¡Había familias enteras robando! Mire, yo hablé con dos carabineros y me dijeron que estaban sobrepasados. Y eso que soltaron gases y fueron con los carros hidrantes. Me acuerdo que de arriba del súper tiraban cajas cerradas y la gente se peleaba por tenerlas sin saber qué había dentro. Un médico llevaba un carrito lleno de ese whisky ¡Chivas Regal! Había de todo: pobres, clase media, acomodados. Gente sin necesidades robando cosas sin sentido.”

Mass que media

Aunque el saqueo empezó el mismo sábado del terremoto en el conurbano de Concepción, fue la televisación del robo al Líder lo que desató el pánico desabastecedor en toda la ciudad. Por primera vez hubo saqueos incontrolables después de un terremoto en Chile. Según el historiador Fernando Wilson, quien rememoró los cataclismos de 1960 y 1985 en el diario La Tercera, “antes, junto a la destrucción surgió lo mejor de Chile: solidaridad y, sobre todo, una organización quizás austera, pero eficiente y que no dejó a nadie abandonado”.

Un chiste de Hervi publicado en un matutino exageraba lo ocurrido. La primera viñeta de “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” mostraba a una calavera con capa y guadaña, montando un caballo a través de las grietas en el piso. En la siguiente viene montada sobre una ola del tsunami. Luego atraviesa el fuego y por último aparece en un supermercado. Allí se ve a la calavera sin capa ni caballo, llevando encima bolsas cargadas y tirando de un changuito al tiempo que dispara con un arma. En varios medios se habló de “fractura valórica”, de un “terremoto cínico”, de la imperante “miseria moral”.

El jueves, en una perspectiva publicada en el diario La Nación, Rafael Ruiz Moscatelli se hizo varias preguntas interesantes. Estas son algunas: “¿Por qué las autoridades no abrieron los supermercados el domingo en Concepción, si comercialmente ya estaban inservibles por el terremoto? ¿Qué temieron los alcaldes? ¿Acaso quisieron ser eficientes y repararlos para luego abrirlos? ¿Qué importaba que por una vez o por varias la gente no pagara? ¿Por qué había que provocar la rabia de los jóvenes más humildes y marginales? ¿Por qué había que facilitar las cosas a los pocos delincuentes?”.

Las campañas comunicacionales más reaccionarias, comenta Moscatelli, hicieron que la clase media se aterrorizara por algo que no iba contra ella, sino contra la actitud de los grandes comerciantes que no respondieron “porque aunque son privados, dan un servicio público”. En el barrio Villa Futuro, alguien se acercó a este cronista para contar que participó de los saqueos. Se lo veía arrepentido por lo violento de la situación pero sentía que había sido una forma de justicia: “Nunca vinieron a ayudarnos, ¿qué esperaban entonces, que cazáramos pajaritos?”.

El Perseguidor

El pedido llegó a algunas agencias de noticias internacionales el viernes pasado y vino directo de la fiscalía nacional de Concepción, a cargo de Sabas Chaúan. Querían las fotos que habían tomado durante los saqueos a los hipermercados para juzgar y eventualmente encarcelar, si reinciden en algún otro delito, a los y las implicados. Las penas podrían ser de cinco años por el agravante de haberse cometido robos “en estado de calamidad pública”. Para las agencias resultó ser un problema de índole ética.

“No queremos ser ‘sapos’ o buchones, pero ellos nos dan salvoconductos para poder trabajar en el toque de queda y tampoco podemos negarnos a una orden de la Justicia”, dice uno de los coordinadores de una agencia internacional. La mayoría habría decidido dar las fotos que salieron publicadas en los diarios o en Internet. “Podían conseguirlas igual, sólo les ahorramos el trabajo de buscarlas”, lamenta la fuente. Al menos hasta el viernes pasado, había 51 personas apresadas por los saqueos.

Hay de todo entre los detenidos. Gente pobre seguro, pero también seis rufianes que en el cercano puerto de Talcahuano fueron arrestados por comercializar cinco toneladas de alimentos robadas a precios muy altos. El caso más paradigmático fue el de un carabinero que en medio del saqueo no tuvo mejor idea que defender lo que robó apuntando a los militares con su arma reglamentaria. La Justicia revisará caras y patentes de autos que lograron obtener a través de imágenes de televisión.

Una elegante carta de lectores enviada al Diario de Concepción grafica los parámetros en juego. Se titula “Vandalismo” y va firmada por Héctor Péndola Torres: “En los últimos años muchos políticos han inculcado a una parte importante de la ciudadanía que los derechos están antes que los deberes que todo ser bien nacido debe respetar. Como consecuencia se cruzó en forma violenta la línea del respeto. El vandalismo se inició el día que la palabra ‘solicito’ fue asesinada por ‘exijo’”.

Una imagen: el jueves, desde los barrios periféricos, podía verse cómo la gente llevaba los carritos que usaron para llevarse las mercaderías hasta los supermercados ultrajados. Era su forma de desvincularse ante el rumor de que los carabineros meterían preso a cualquiera que tuviera un carrito. Los fiscales aseguran que no van a encerrar a aquellos que robaron “un tarro de salsa”; irán tras los más vándalos.

Elevación por tiro

La reclamada presencia militar, el posterior toque de queda y la pacificación resultaron una excelente campaña de prensa, comentó un experimentado periodista de Santiago, quien pidió por su anonimato antes de hablar con Página/12. “En esos primeros días la presidenta Michelle Bachelet no mandó antes a los militares porque tenía miedo de que se produjese alguna muerte, algo que derribaría la imagen positiva que deja su gobierno. Cuando finalmente los militares llegaron a Concepción fueron largamente aplaudidos por la gente, fue escalofriante.”

Mientras en las barricadas de los barrios cerrados pedían, medio en broma medio en serio, revivir a Augusto Pinochet, en los barrios pobres, el botín se repartía. Y no sólo entre los más necesitados. Carlos Canales, un taxista que por esas cosas de la vida vive en un barrio acomodado llamado Pedro Valdivia Alto, contaba que había ido a la parte pobre del mismo barrio, llamada Pedro Valdivia Bajo, a comprar leche para su hijo a los saqueadores. “Se la dimos gratis porque nos damos cuenta de que el hombre tiene buen corazón”, decía Susana, apostada en una de las barricadas de esa población.

Jacqueline Van Rysselberghe, alcaldesa de la ciudad, fue la primera en criticar al gobierno nacional y culpar por los saqueos a los habitantes de Pedro Valdivia Bajo, como si hubieran sido los únicos. Fue la que dijo: “¿Cómo puede ser que un terremoto haya ocurrido a las 4 de la madrugada del sábado y recién ahora (tarde del domingo) vayamos a recibir un paquete de leche?”. Y poco después: “Hay situaciones complejas, pero no podemos justificar el saqueo”. Hasta aseguró que los pobres no se dejan ayudar. “Hay gente que no tiene qué comer y que nosotros no podemos llegar a entregarles agua porque nos atacan y apedrean. Esto es la ley de la selva”, dijo.

Sebastián Piñera, el presidente electo que asumirá el cargo en cuatro días, decidió premiar a esta mujer colocándola al frente de la gobernación regional: será la intendenta de Bio Bio. Vale recordar que las bases de campaña de Piñera privilegiaban el empleo y la seguridad. La derecha, dice el experimentado periodista, estaba “rotundamente dividida” entre la extrema Unión Demócrata Independiente, a la que pertenece la intendenta, y la Renovación Nacional, del electo presidente. La designación de Van Rysselberghe selló la unidad. Por delante tienen la reconstrucción tras el terremoto. La fuente resopla y concluye: “Es una gran oportunidad. Si hacen todo bien, la derecha no se va más”.

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Imagen: EFE
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