SOCIEDAD

Los presos que llaman a la gente para hacerse de pulsos telefónicos

La estrategia es simple: un detenido llama a cualquier número por cobro revertido, dice que tiene a un familiar secuestrado y ordena la compra de tarjetas telefónicas. El rescate es la clave de esa tarjeta. Telecom advirtió que no se atiendan llamadas a cobrar de desconocidos.

Durante media hora, Alejandro Narvaja creyó que habían secuestrado a su hija de 16 años. La voz gruesa, por sobre lo que parecía el eco de un galpón de un club lleno de muchachos, lo retuvo en el teléfono asegurándole: “Flaco, quedate tranquilo, tenemos una persona de tu familia que vos querés mucho”, le dijeron para que aceptara el cobro revertido. Después de amenazarlo, vinieron las instrucciones: que mandara a comprar cuatro tarjetas Telecom Global de diez pesos. Alejandro no alcanzó a entender para qué: le dijeron que las usarían para llamar desde diferentes teléfonos durante la negociación. Lo hizo. Antes de cortar, media hora después, ya había descubierto que algo no cerraba. Se trató de una treta diseñada por presos de alguna cárcel argentina, aunque esta vez no es que hayan salido a robar con el permiso de los carceleros. Ayer a la tarde, la empresa telefónica emitió un comunicado para alertar sobre la nueva idea que desde los pabellones de presos hacinados se pone en práctica para conseguir ilegalmente los pulsos telefónicos que adentro escasean y valen fortunas.
“No acepten llamadas de cobro revertido de personas cuya identidad no le sea debidamente informada”, dice la empresa Telecom en un su comunicado de ayer, después de admitir que la Justicia investiga una estafa en la que estarían involucrados presos que luego en la cárcel venden los códigos de tarjetas en el mercado penitenciario. En rigor, esta modalidad de estafa por la cual a la distancia el embaucador consigue los datos confidenciales necesarios para usar la tarjeta sin tenerla en la mano, es la variante de la misma que en las provincias del norte del país se utilizó hace seis meses pero prometiendo premios de un presunto concurso. Así se lo reconoció a Página/12 un vocero de la empresa. “Usted ha ganado un concurso, para participar tiene que comprar una tarjeta de Telecom para poder acceder al premio`”, contó que era la estrategia en esos casos. Por eso el comunicado de ayer era explícito: “Telecom advierte a la población que existen nuevas operatorias defraudatorias tendientes a sorprender a las personas en su buena fe”.
Lo que le ocurrió a Alejandro, 42 años, dedicado al negocio de la informática, y con cinco hijos de una familia mixta, puede dar cuenta de hasta dónde el sistema para hacerse de pulsos desde el confinamiento de la cárcel había sido desarrollado. En su casa de Boulogne, el 15 de diciembre a la tarde, Alejandro descansaba junto a un amigo cuando recibió un llamado por cobro revertido. “Esto se trata de una persona que usted quiere mucho, es urgente, atienda por favor”, escuchó en lugar del nombre de su madre o uno de sus hijos que solían usar el sistema. Aceptó. Le dijeron que tenían a alguien de su familia. ¿El tono del que hablaba? “Probablemente no fue a colegio pago, pero hablaba tranquilo y pausado”, contó luego. “No se te ocurra largar el teléfono. Esto no es por guita”, encaró el que actuaba de secuestrador avezado. “Sí flaco, quedate tranquilo, decime qué es lo querés y decime a quién tenés”, lo tranquilizó Alejandro. “Olvidate. Ella está bien. Ya la tranquilizamos. Ya va a hablar con vos”, prometió.
Alejandro repasó a cada uno de los suyos pensando dónde estarían a esa hora. Concluyó que a la única que podían tener era a su hija adolescente. entró en pánico pensando en cómo pensar al mismo tiempo. El raptor parecía no estar tan apurado. Le pedía que no cortara. Alejandro le hacía señas a su amigo y comenzó a anotar los sonidos que escuchaba en un papel. En el murmullo de fondo en el que se cruzaban apodos masculinos distinguió: “Ya vas a hablar con tu papá, nena”. El hombre preguntó entonces dónde estaba el locutorio más cercano, con lo cual quedó claro que tanto no sabía de Alejandro. Y el hombre ordenó que comprara cuatro tarjetas Telecom Global. No otra, “la de la llama que llama”. El amigo corrió al locutorio.
Le siguió un diálogo más distendido en el que el presunto secuestrador quiso saber la preferencia futbolística de Alejandro. “No lo vas a creer,estoy meado por los dinosaurios”, le dijo y confesó su pasión por Racing, su odio por el campeonato que se llevó el rojo. Mientras tanto, en papelitos adhesivos preparó los números para chequear dónde estaba cada uno de los chicos, su mujer, su suegra. El amigo volvió con las tarjetas y con un celular llamó a cada uno hasta confirmar que todos estaban ilesos. De pronto, el error que faltaba. Intentando ser verosímil, el preso dijo: “Ah, ¿lo quiere oscuro al té? ¡Mirá que pretensiosa!”. Tuvo la mala suerte de que a la chica le guste el té claro. Cuando Alejandro después de cortar llamó a la policía, supo que no era el primero: “Ah, lo de las tarjetas, le dijeron”. La lógica por la cual se crea un mercado y se hace un producto hasta en el último rincón de la exclusión, como las cárceles, esta vez alimentó el negocio de las tarjetas, que hace tiempo que se venden mucho más caras de lo que son en el confín, donde la mayoría de los teléfonos no funcionan si no es con las malditas tarjetas.

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Las tarjetas telefónicas, o su clave secreta, que es lo mismo, valen una fortuna en una cárcel.
 
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