SOCIEDAD › EL DEBUT DE LA PREFECTURA EN LAS VILLAS

“Estamos más tranquilos”

 Por Carlos Rodríguez

Imagen: Guadalupe Lombardo.

Claudia está sentada en el comedor de su casa, con la puerta abierta, mirando a los chicos que juegan a la pelota en la calle. “No me molesta que los paren, que les pidan documentos, lo que no quiero es que hagan lo que hacía la policía, que los hacía tirar en el piso o los agarraba de los pelos para ponerlos contra la pared. Y todo eso, por nada.” Claudia tuvo nueve hijos, siete varones y dos mujeres. Todavía habla en presente y dice que “tiene” a los nueve, aunque uno de ellos, Aquiles, de 16 años, murió a manos del policía Cristian Romero, quien era custodio del vicepresidente de la Nación, Julio Cobos. Fue un caso con olor a gatillo fácil, ocurrido en mayo, que es investigado por la Justicia. Los vecinos del barrio Zavaleta y de la Villa 21.24, instalados en un predio que abarca parte de Parque Patricios, Pompeya y Barracas, han reaccionado bien frente a la presencia de la Prefectura en las calles, con 1250 efectivos repartidos en turnos, las 24 horas. Esta visión inicial de los pobladores tiene un doble argumento: hasta ahora el trato de los prefectos ha sido correcto y lo que es más notorio, por esa misma razón dista mucho de las “malas artes” que ellos le imputan a la Policía Federal.

Las calles internas de la 21.24 configuran un mapa marcado a fuego por la violencia: el polideportivo en construcción se llama “Luisito”, en memoria de un chico de 16 años que cayó muerto bajo las balas disparadas por una mujer policía que alegó legítima defensa y está en libertad. Cerca de allí, la plaza construida íntegramente por los vecinos lleva el nombre de Kevin, un niño que murió baleado por un joven en un hecho provocado –coinciden todos– por ese flagelo que se llama paco y que destroza las neuronas. Por eso, en la primera semana de reemplazo de la Federal por la Prefectura, todos los consultados dicen: “Estamos más tranquilos. Los chicos que salían a la calle después de las nueve de la noche ya no lo hacen. La Prefectura los para, les pide documentos. Por ahora es sólo eso. Esperamos que siga así porque nosotros tenemos un mal recuerdo de la policía”, afirma ante Página/12 Mario, de 44 años, un paraguayo que desde hace 23 vive con su familia en la Argentina.

La avenida Iriarte, que nace en Barracas, divide y une al barrio Zavaleta y a la 21.24. Claudia, la mamá de Aquiles, vive desde hace unos años en los nuevos edificios de monoblocks de Zavaleta que se comenzaron a construir durante la gestión de Aníbal Ibarra, finalizaron con Jorge Telerman y fueron inaugurados por Mauricio Macri. “Desde mi casa veía cómo llegaban al barrio los autos robados y eran desmantelados por los ‘fisuritas’ (chicos que se drogan) en complicidad con la policía. Una vez que terminaban de sacar todo, recién llegaban los policías que dejaban sentada la aparición del coche. Eso lo veíamos todos”, insiste Claudia, mientras muestra las fotos de Aquiles cuando jugaba en las Divisiones Inferiores de Racing. “En el próximo campeonato iba a jugar para All Boys. Hasta le prometieron jugar en la Primera” División. Claudia habla de su hijo en presente.

“Está bien que nos traigan personal que se ocupe de nuestra seguridad, porque siempre estamos estigmatizados. Dicen que nosotros somos los peores de la ciudad junto con los que viven en la (Villa) 1.11.14 (del Bajo Flores). Eso dicen. Por eso los coches pasan a toda velocidad por Iriarte, porque tienen miedo de que les hagamos algo. Hace poco, un automovilista mató a una nena del barrio que cruzaba la calle”, comenta Ayelén, de 14 años, redactora de la revista barrial La Garganta Poderosa. “Algunos medios son los que instalan esa visión del barrio. Uno de los más graves fue un informe del periodista Facundo Pastor, de América TV, que nos ensució con mentiras”, señala Pedro, un joven de la villa que confirma que los vecinos han “recibido bien a la Prefectura, pero ahora esperamos que nos manden educación, salud y otras cosas que hacen a la seguridad”.

Ismael interviene para decir que el gobierno porteño “no hace nada por nosotros. Cuando hicimos la plaza Kevin sólo le pedimos a la ministra de Desarrollo Social (María Eugenia Vidal, compañera de fórmula de Mauricio Macri) que nos mande algunos tachos de basura. No nos dio nada. El servicio de recolección de la basura en el barrio lo tenemos que hacer nosotros, a través de una cooperativa barrial. También tuvimos que armar un servicio de ambulancias con vehículos que aportan los vecinos, porque el SAME no quiere entrar. Lo único que hacen es demonizarnos, pero nadie se acuerda de nosotros”, afirma Ismael.

Mario sostiene que “la mayoría de los vecinos no está en contra de que manden a la Prefectura. La policía, además de reprimir o de andar en negocios sucios, estaba totalmente desprestigiada. Nadie le hacía caso. Nosotros sabemos que acá hay chicos que se drogan con el paco y chicos que roban, pero también sabemos cómo y por qué esos chicos llegaron a esa situación. Sabemos que tienen necesidades muy grandes que nadie tiene ni tuvo en cuenta”. Antonio, otro vecino del barrio, interviene para señalar que “está bien que piensen en la seguridad de los vecinos, pero a la Prefectura hay que controlarla en forma directa. El gobierno tiene que hacer un control sobre los efectivos, para que no pase lo mismo que ocurría con la Policía Federal”.

Facundo Beretta, párroco de la Iglesia Nuestra Señora de Caacupé, enclavada en el corazón de la 21.24., considera que “si la seguridad ayuda, es algo bueno. Yo quiero pensar que se trata de una política de Estado que va a ser acompañada por otras medidas. Nuestra idea es que la seguridad también es tener trabajo, poder mandar a los chicos al colegio sin temor a que no tengan vacantes, la seguridad es contar con un médico de cabecera o saber cómo se hará la relocalización, en el caso de las familias que viven cerca del Riachuelo y van a perder sus casas”. De todos modos, el sacerdote acuerda en que “es bueno que se piense en la seguridad de los que viven en los barrios del sur, siempre postergados. Las primeras víctimas de la inseguridad siempre son los padres de familia que trabajan y se levantan a las cuatro de la mañana. Como las empresas no les dan las herramientas, ellos tienen que llevar las suyas y muchas veces se las roban”. Dice que, por ahora, no hay quejas contra la Prefectura, pero recuerda aquello de que “escoba nueva barre bien”.

Ayelén hace memoria y pide que no se repitan escenas como las que tuvo que presenciar más de una vez. “La policía siempre golpea y maltrata a los chicos, no importa si tienen algún antecedente por robo, si consumen droga o si nunca hicieron nada. Una vez salí a defender a unos chicos a los que estaban golpeando. Lo único que me dijo el policía es ‘a vos qué carajo te importa’. Y a mí me importaba.” Antonio asegura que es importante el anuncio oficial de mejorar la situación en las cárceles: “El encierro tiene que servir para resocializar, porque después de estar presos, los chicos vuelven peor que antes y eso no le sirve a nadie”.

Los prefectos se agrupan en distintos puntos del barrio. En Amancio Alcorta y Montesquieu, en Iriarte y Zavaleta, en Perito Moreno e Iguazú. “Nos recibieron bien, por ahora no hay problemas. Hay que ver cómo sigue la cosa”, le responde a este diario uno de los uniformados, de anteojos oscuros y postura militar. Otros, menos tensos, explican que cubren la jurisdicción “las 24 horas, por turnos” y que a partir de las 21 identifican a todas las personas que circulan por el barrio y sus alrededores. Algunos prefectos, en confianza, dicen que si bien “hasta ahora no hay problemas”, ellos se sienten “un poco extraños, porque no hemos sido preparados para realizar tareas en la Ciudad”.

La avenida Sáenz, en Nueva Pompeya, es jurisdicción de la Gendarmería. Los prefectos vigilan desde la avenida Almafuerte, que desemboca en Parque Patricios. Hay custodia reforzada en el Hospital Penna y en algunas esquinas de la avenida Caseros. Los comerciantes expresan su beneplácito. “Se necesitaba mayor seguridad y hay más confianza en Prefectura y Gendarmería”, admite el propietario de una inmobiliaria que tiene un cargo en la Cámara de Comercio barrial. Como prueba de ello, ayer, en plena calle, se veía a los comerciantes departir amablemente con el “prefecto de la esquina”.

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