SOCIEDAD › EL PREMIO DE MEDICINA FUE PARA LA INVESTIGACIóN DE CéLULAS MADRE

Nobel a la ingeniería genética

El Premio Nobel de Medicina correspondió a dos investigadores que consiguieron modificar el paradigma según el cual las células diferenciadas estaban en un estado estable e irreversible. Son un científico británico y otro japonés.

 Por Leonardo Moledo y Ezequiel Acuña

Antes de que John B. Gurdon, recientemente laureado, pusiera manos a la obra con sus hipótesis sobre la funcionalidad de las células, la medicina suponía que las células maduras, especializadas en su trabajo por pertenecer a un determinado tejido del cuerpo e incapaces de cumplir otra función que la que ocupaban, estaban entregadas de manera irreversible a su destino. Así se diferenciaban de las jóvenes células madre de los embriones, esas células de las que todos venimos y a las que, de una forma u otra, todos vamos (darwinianamente, a través de nuestros hijos); células capaces de especializarse en cualquier función y convertirse en cualquier tipo de célula de un organismo adulto: células musculares, nerviosas, del pulmón, el hígado o cualquier órgano del cuerpo: células pluripotentes o totipotenciales.

En 1962, Gurdon, que se había formado en la Universidad de Oxford, llegó con su investigación a resultados que contradecían esta regla básica de la fisiología celular. Durante el desarrollo embrionario, las células se van volviendo progresivamente más restringidas en sus posibilidades, se diferencian unas de otras y pierden su capacidad pluripotente, reservada sólo para algunas células del cuerpo en la médula, el intestino o la piel. La diferenciación de las células es bastante estable y su destino, una vez escrito, no cambia... según parecía.

Sin embargo, la hipótesis de Gurdon era que las células adultas todavía debían guardar la información genética que tenían al inicio de su vida como células embrionarias, información que les había permitido evolucionar hacia cualquier tipo de células. El año, entonces, es 1962, y John B. Gurdon se dedicó a reemplazar el núcleo de una célula de un cigoto de rana por el núcleo de una célula madura y especializada, del intestino de un renacuajo. El cigoto se desarrolló y se volvió un renacuajo, sano, salvo y completamente funcional. El siguiente paso fueron, obviamente, las ranas adultas. Los resultados de sus experimentos probaban, entonces, que los núcleos de las células maduras trasplantados a cigotos no habían perdido en absoluto su capacidad de desarrollarse, especializarse y volverse un organismo plenamente funcional.

Como cualquier lector atento puede imaginarse, éste fue uno de los pasos iniciales que llevaría años más tarde a la clonación de mamíferos.

Hace bastante poco, en 2006, pero unos 44 años después de las investigaciones de Gurdon, Shinya Yamanaka, japonés de la Universidad de Kobe y doctorado por la Osaka City University, dio a aquel descubrimiento una vuelta de tuerca más, que resultaría en un avance prometedor.

El experimento de Gurdon, tomado con gran escepticismo por el ambiente científico de la época pero confirmado a lo largo de esas cuatro décadas por otros investigadores, implicaba quitar el núcleo de la célula e introducirlo en otro, pero no modificaba en sí misma la célula madura. El trabajo de Shinya Yamanaka estuvo destinado, precisamente, a volver a una célula madura de ratón una célula joven, inmadura, plenipotente. Para eso, disponía de células embrionarias aisladas del embrión y cultivadas en el laboratorio, inicialmente aisladas de un ratón por el Premio Nobel de 2007, Martin Evans. Yamanaka se propuso, entonces, encontrar los genes que mantenían inmadura a la célula; los genes, digamos, de una especie de juventud eterna y totipotencial de las células. Una vez que identificó gran parte de esos genes, comprobó que una combinación de ellos podía reprogramar la célula madura para que se volviera una célula madre pluripotencial.

Nuestro lector atento supondrá, y bien, lo que vino después. Yamanaka y su equipo de trabajo introdujeron estos genes en diferentes combinaciones en células maduras intactas de tejido conectivo y fueron probando resultados hasta dar con una combinación de solamente cuatro genes que introdujeron en células maduras. Estas células resultantes se pudieron desarrollar como fibroblastos, células nerviosas e intestinales.

Como era esperable, y de allí que se hagan acreedores del premio, los descubrimientos de Gurdon y Yamanaka tuvieron como conclusión que algunas células especializadas, bajo ciertas circunstancias, pueden invertir el reloj y volverse jóvenes y (pluri)potentes. Las investigaciones de los últimos años que se basaron en estos dos grandes quiebres de la fisiología clásica abrieron camino a la posibilidad de generar cualquier tipo de células del cuerpo a partir de las células madre inducidas. Las promesas médicas todavía están en desarrollo, pero la comprobación de que, a pesar de que el genoma de las células se modifica durante su desarrollo y especificación, esa modificación no es irreversible, implicó un cambio en la mirada sobre el desarrollo de los organismos. También, cuando estos procedimientos se desarrollen lo suficiente, podrán resolver los absurdos problemas religiosos que les crean a algunos la utilización de células madre. Todavía falta, aunque se están haciendo nuevos avances, que se puedan controlar los “daños colaterales” que la introducción de esos cuatro genes pueden producir en el genoma celular.

De paso, nada escapa a las recetas del FMI: este año, la Fundación Nobel ajustó sus premios; la crisis parece haberlos obligado a pasar de diez a ocho millones de coronas suecas, es decir, 1,2 millón de dólares.

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El anuncio de los ganadores 2012 del Premio Nobel de Medicina: John B. Gurdon y Shinya Yamanaka.
Imagen: EFE
 
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