SOCIEDAD › TESTIMONIO DE UN TRAFICANTE PERUANO QUE OPERABA EN LA ARGENTINA PARA MONTESINOS

Confesiones de un narco

Está preso en Salta. Perú lo reclama y él cree que si lo extraditan es hombre muerto. Aquí cuenta su historia ante Página/12: su relación con el monje negro de Fujimori, el tráfico con el avión presidencial, el trabajo en la Argentina, el video que dice tener para probar el vínculo de Montesinos con la droga.

 Por Alejandra Dandan

De pronto parecía estar buscando un fantasma. Pidió un teléfono para ponerse en línea con un misterioso contacto del exterior. Por alguna razón necesitaba aquel llamado antes de seguir hablando. Después de cinco años preso y en Salta, ya no sabía quiénes eran los buenos de su país, quiénes los malos y quiénes los que habían cambiado de bando. Por un extraño azar, el tiempo puso en sus manos las llaves para encerrar por la temporada completa a Vladimiro Lenín Montesinos, el gran monje negro de la historia del Perú. El preso se llama Víctor Gallardo Susanibar o Luis Eduardo Ureta Santander, aunque nadie sabe su verdadero nombre. La Fiscalía Nacional de Perú ahora quiere su extradición. Lo creen bastonero del Cartel de Lima, una organización internacional de tráfico ilícito de drogas liderada –según los expedientes– por el señor Vladimiro. En esa organización, Gallardo Susanibar supuestamente coordinó el tránsito de drogas por las rutas argentinas, las europeas, manejó los traslados en los aviones presidenciales y los pagos. Tanto aprendió de su oscuro maestro que terminó tendiéndole una trampa: esa trampa es un video con Montesinos. Gallardo Susanibar dice que existe. Que no lo muestra. Que en definitiva es su único salvoconducto para permanecer con vida. Aquí cuenta toda su historia a Página/12. Una historia con ribetes de cuento fantástico que puede convertirse en su llave frente a la extradición para quedarse en el país.
El encuentro entre Gallardo Susanibar y este diario se produjo en Salta, en la prisión de Villa Las Rosas, el único penal de la provincia donde los presos comunes conviven con los implicados en delitos federales. Allí vive desde hace cinco años, aunque pasó un período muy breve en Buenos Aires, alojado en Adipa, una de las dependencias de alta seguridad de Prefectura. Durante esa estadía visitó varias veces el tribunal oral criminal 5 en San Martín, que sigue la causa de narcotráfico por la que está condenado.
En estos años de prisión, aquí y allá, tuvo tiempo de sobra para todo, pero especialmente para fabricar teorías más o menos conspirativas sobre las causas profundas que lo han hecho terminar en prisión, al otro lado del mundo, solo, y cuando todavía nadie pensaba en la escandalosa caída de su bastonero en jefe.
–Yo era el químico –dice ahora Gallardo–. El era mi jefe de ese entonces. El es quien pagaba el dinero, quien verificaba la pureza. Todo eso ahora es su problema, pero yo tengo temor de que se conozca el video.
–¿De quién está hablando?
–De Montesinos, él era el encargado.
–¿Cuáles son las imágenes que podrían llegar a comprometerlo?
–En el video, él está mirando en una probeta si ya terminó la reacción de la droga. Allá, por lo general, para estas cosas se utilizaba a las personas de la selva, pero los mataban después. Por eso yo no opté por ir a la selva...
–Sin embargo, dice que grabó un video.
–Por si acaso, un día decidimos filmar eso. No vaya a ser, pensamos, que después nos mande matar con alguien. Porque en el año ‘92, él todavía no tenía tanto poder. Recién estaba, como se dice, como el financista, el que tiene los contactos dentro de la selva y todo eso.
–¿Por qué Montesinos los habría elegido a ustedes?
–Quería la calidad y pureza (de la coca). Y los únicos que sacábamos pureza y brillo éramos nosotros. Teníamos métodos equis que usábamos para sacar el brillo que es lo que tiene más precio en el exterior. Lo que tiene color de tierra, lo que le llaman así; lo que no tiene brillo no sirve. Lo otro es muy cotizado. Eso es lo que le interesaba de nosotros.
–¿Por qué dice “nosotros”?
–Porque éramos dos o tres personas, todos parientes.
El exhorto
Gallardo Susanibar pisó por última vez territorio peruano cuando Montesinos aún dirigía los acuerdos políticos, las proyecciones y los negocios del gobierno. Montado sobre una poderosa estructura que fue construyendo bajo las sombras de la Dirección del Servicio de Inteligencia Nacional, el ex jefe de los espías aún continuaba fabricando alianzas y pactos secretos bajo la protección de dispositivos de cámaras y videos ocultos en sus despachos. Aquel síndrome de la duplicación obsesiva, del registro, de la recolección de pruebas que alimentaban una cadena de extorsiones terminó hundiéndolo. Una traición primero y el robo de uno de esos tapes después desató un escándalo y su caída.
Desde aquel momento hasta ahora, el nuevo gobierno de Perú intenta llevar adelante un proceso judicial con ciertas contradicciones. En la sucesión de juicios fueron cayendo quienes formaron parte de la estructura del gobierno de Fujimori y principalmente su monje gris y los secuaces. Los videos incautados hasta ahora sirvieron para demostrar las dimensiones de los juegos de sobornos, pero todavía no son suficientes: los fiscales creen que los tapes y los testimonios de los arrepentidos, de los colaboradores o de los acusados sirven para probar la participación de Montesinos en causas menores, pero no en la organización de narcotráfico o en el lavado de dinero. En ese contexto, un testimonio como el de Gallardo Susanibar y el video parecen vitales no sólo para entender las leyes de su imperio en el Perú, sino también para alentar una investigación aún pendiente en la Argentina (ver aparte).
Para Gallardo Susanibar, en tanto, las cosas no están tan claras. Desde hace cinco años, dice, esconde el video en algún rincón de la Argentina.
Los cambios en el Perú y la incertidumbre sobre un proceso judicial sometido a zigzagueos políticos, pactos y un complejo entramado de alianzas fueron provocando en él una serie de reacciones vacilantes.
Gallardo Susanibar sabe que su testimonio y fundamentalmente el tape equivalen a una condena eterna para Montesinos. Pero también sabe más. Sabe que el video puede convertirse en un premio o galardón para los integrantes de un Poder Judicial aún ahora cuestionado. Y sabe que él mismo no tiene garantías.
–¿Por qué no dio a conocer antes esta historia?
–Intenté hablar con la fiscal general el año pasado, en octubre le dejé un mensaje a su secretaria, pero nunca contestaron. Yo quería entregar ese video, pero también sé que, si cualquier cosa llega a fallar, los parientes son los que pagan.
–Como la mafia.
–En parte sí. Si yo entrego ese video, ¿quién me garantiza que pueda salir con vida? –pregunta–. ¿Quién me garantiza que los que dicen investigar allá no están comprometidos todavía con Montesinos?
–¿Existen antecedentes?
–Tengo conocimiento de que mucha gente ha muerto allá en manos de él, por orden de él, es lo que falta probar. Hay muchos desaparecidos a los que hacía matar en ácido sulfúrico. Y el ácido sulfúrico te desintegra en tres días, todos los huesos, todo. Luego a los tanques y chau.
La conexión Buenos Aires
Hasta el momento del encuentro con Página/12, Gallardo Susanibar no era más que eso: un nombre escrito entre nueve páginas de un exhorto oficial de la Fiscalía Nacional de Perú enviado a la Cancillería argentina el 19 de diciembre de 2002. El exhorto lleva la firma de Wayner Chávez Cotrina, uno de los fiscales penales que tiene a cargo la denuncia 001-A-2000 instruida contra “Vladimiro Lenín Montesinos Torres y otros” por “Tráfico ilícito de drogas agravado –dice el oficio–, reaceptación de bienes y lavado de dinero producto del tráfico ilícito de drogas” entre 1990 y setiembre del año 2000. El agraviado, indica el exhorto, es el Estado peruano.
De acuerdo con el escrito, Gallardo Susanibar, en alguna oportunidad y durante un reportaje previo, “ha aceptado su participación en las actividades de la organización internacional del Cartel de Lima”. Por ese pasado se convirtió en uno de los testigos que necesita ahora Perú para terminar de desentrañar la historia de los narcos. En la organización, Gallardo Susanibar, según cuenta, manejaba la apertura de rutas de la llamada “conexión argentina” con Perú, conocía el destino que se les dieron a los aviones presidenciales de Fujimori y podría reproducir los pasos de los peruanos por el aeropuerto de Ezeiza. De acuerdo con el exhorto, por sus relaciones conocía “las modalidades de los pagos” que se hacían desde Argentina y Europa a través de Courrier Western Union y los nombres de los socios peruanos y argentinos del viejo líder político.
La exportación de coca era una de las actividades aparentemente centrales del régimen, encaradas a lo largo de los ‘90 y organizada, a grandes rasgos, en dos grandes etapas. La primera se extendió hasta el ‘93 o ‘94. En ese momento se desarrollaron los mercados de exportación hacia Africa y Europa, con una estructura precaria y métodos artesanales. En el segundo momento, Argentina se transformó en una pieza más importante del puzzle pensado por Montesinos para potenciar los mercados europeos. Estas latitudes comenzaron a pensarse como sede para la manufactura de la coca, pero además para preparar los embarques. Según los detalles del exhorto, confirmados por Gallardo Susanibar, Montesinos habría organizado aquí al menos dos laboratorios para “impregnar la droga mediante un proceso químico en ropa y frazadas para bebés” antes de exportarla.
–¿En Argentina? –pregunta ahora el preso–. La droga era para Europa y para dejar otra parte acá. Lo que quedaba acá se les daba a unos que dominaban la villa de Cavas (por La Cava), aunque ahora todos ellos creo que están presos. A uno lo encerraron en el mes de abril del año pasado. Estaba bien buscado, tenía como 25 muertes, porque se creía el rey del negocio de la droga. Con ellos había drogas, armas. Estaban los militares de acá que le entregaban a ese fulano que está preso parte del negocio: una parte en drogas y otra parte en dinero.
De acuerdo con los exhortos judiciales, Gallardo no era el único peruano asociado al ex jefe de los espías en Argentina ni La Cava el único territorio. Los fiscales mencionan otro lugar y Gallardo nombra a otra mujer, María Lourdes Elías Valverde, una peruana que trabajaba acá como apoderada de Montesinos.
–Lourdes ahora vive en el Brasil, se fue en ese entonces en el 2000. Antes Montesinos quería que ella compre, y creo que lo compró, una casa en Sierra del Padre (por Sierra de los Padres).
–¿Cuál era el destino de esa casa? ¿Estuvo ahí?
–La quería Montesinos. Era de un solo piso, tiene una pileta, está cerca una laguna que era amplia. Lo único por la que la aceptaron fue porque ésa había sido la casa de campo de un político. Nos dijeron que nadie absolutamente nadie iba a llegar, ni nadie iba a poder ver lo que hacíamos.
–De acuerdo con el exhorto, esa casa se usaba como laboratorio. ¿Qué tipo de trabajo hacían?
–Se trabajaba con la acetona, la mercadería, todo para procesarlas ahí y mandar las telas para Europa después. La droga llegaba primero al aeropuerto de Ezeiza y de Ezeiza iba a Sierra del Padre y de ahí otra vez para Ezeiza. Este tipo de exportación, todo iba a hacer en prendas, se hacía en grandes cantidades. Y ahí tenía que intervenir una empresa textil también.
Tal como lo indica el exhorto, la droga salía del Perú y llegaba a Bolivia por vía terrestre. En la versión oficial, Gallardo Susanibar la trasladaba desde allí hasta el Aeropuerto de Ezeiza para embarcarla. En la versión suya, las cosas son un poco distintas. En muchas ocasiones, los cargamentos que llegaban al país volvían a distribuirse en esa suerte de laboratorios propios.
Para estos menesteres, no usaban ni tropa ni equipos de segunda. Los fiscales peruanos sospechan que buena parte de la carga llegó a Buenos Aires y salió de aquí en los aviones presidenciales de Fujimori. “La droga encontrada en 1996 en los buques ‘Lio’ y ‘Matarani’ perteneció a Vladimiro Montesinos”, dice el exhorto, citando en este caso una de las declaraciones de Gallardo Susanibar. Sobre este asunto, el detenido hace algunos aportes. Habla sobre su intervención, por ejemplo, en los trabajos donde se preparaban los traslados aéreos.
–Yo llevaba 200 kilos. Y no era un solo avión, eran varios los de la Fuerza Aérea que con pretextos llegaban acá. Todo está registrado, fue entre los años ‘92, ‘93 y ‘94.
–¿En qué condiciones desembarcaban los cargamentos?
–La persona que trabajaba conmigo era la que los recepcionaba. A él le entregaban en sus manos.
–En algún momento se dijo que en Ezeiza tenían tiempo para preparar los embarques. ¿Esto fue así?
–Eso era en Europa, transportábamos la droga en el doble fondo. Lo primero que se comenzó a llevar fue a comienzos del año ‘92, y hasta principios del ‘94 se llevaban en las baterías. Dentro de las baterías entra un promedio de 28 kilos por cada una, y eran seis baterías por avión.
En algún momento de su historia de narco, Gallardo Susanibar pensó abandonar los negocios, deshacerse del trabajo y de Montesinos a cambio de algún resto de dinero.
–Yo ubiqué a un oficial de la Interpol en Londres porque no quería continuar en eso –dice–. Porque entonces me di cuenta de que tener un hijo era muy especial, tenía ese problema. Cuando fui creciendo dije esto no es para mí: prefiero pedir un precio por esto y estoy dispuesto a que me lleven a cualquier otro país. Acudí a él, y él que mañana, que pasado, que después.
El supuesto agente de Interpol le sugirió una alternativa.
–Le llevé una fotografía, me dijo que no confiara en la DEA: “La DEA se vende”. Scotland Yard, en cambio, se rige por los principios de lealtad a la reina. Y ellos sí tienen reglas: por tumbar todo esto quería 50 mil dólares.
Por varias razones nunca terminó el acuerdo. Siguió trabajando para Montesinos hasta los últimos días. En alguno de esos últimos días, hacia el ‘98, entró por última vez al país con un cargamento. Esa vez, sus compañeros no estaban. Había otros esperándolo.
Víctor Gallardo Susanibar apeló el pedido de extradición de Perú. En este momento, su caso está en la Corte Suprema. El asegura que el video sólo lo dará a conocer cuando quede en libertad y esté fuera de la Argentina. O si alguien repentinamente decide hacerle algo.

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