SOCIEDAD › ALTERNATIVAS A LA MEDICALIZACIóN DE LOS PROBLEMAS DE COMPORTAMIENTO

La infancia no es una patología

Un simposio reunió a más de mil trescientos profesionales de la salud y la educación que creen que un niño no puede ser un “trastorno” y que consideran que el sufrimiento no puede ser catalogado mediante siglas. Cierra hoy con una conferencia de Estela de Carlotto.

Con el objetivo de impulsar el debate sobre la medicalización de los problemas de comportamiento de niños y adolescentes, se lleva a cabo desde el jueves la cuarta edición del “Simposio sobre Patologización de la Infancia”, un encuentro que cerrará hoy con la conferencia magistral de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, sobre “Derecho a la identidad y subjetividad”. Realizado con el auspicio del gobierno nacional, el Ministerio de Salud, el Inadi, el Ministerio de Educación porteño, la Dirección General de Escuelas bonaerense, la OPS/OMS, la OEI y la Universidad de Buenos Aires, entre otros organismos e instituciones, el simposio fue declarado de interés nacional. Fue convocado por el Forum Infancias y organizado por la Fundación Sociedades Complejas.

En el simposio se presentaron más de cien experiencias de equipos profesionales de hospitales, escuelas y centros de atención barrial, en el marco del debate sobre la patologización de la infancia. Allí, profesionales del campo de la salud y la educación cuestionaron las etiquetas que con frecuencia se utilizan para diagnosticar algunos problemas de comportamiento y reflexionaron sobre formas alternativas de intervención.

Problemas como falta o pérdida de atención en el hogar o en la escuela están vinculados muchas veces con la cada vez mayor presencia de las nuevas tecnologías: juegos electrónicos, chateos, redes sociales y música. Estas situaciones de dispersión han sido abordadas por las llamadas neurociencias: desde esa perspectiva, la causa radica en las neuronas o, más bien, en las terminales que segregan neurotransmisores. Desde este punto de vista, el mal funcionamiento del cerebro es el que hace padecer al chico y a su entorno.

Otra perspectiva, en cambio, tiende a considerar la situación global del niño, su familia y su época: el problema no está en el cerebro, sino en los vínculos con las personas y las instituciones y en la representación del mundo que tienen los chicos. Para esta corriente, las nuevas “etiquetas” con la que se patologiza a los niños constituyen “clasificaciones empobrecedoras”.

Se trata de una tendencia que tiene su fundamento teórico en el Manual de la Academia de Psiquiatría (DSM) de los Estados Unidos, que en pocos días dará a conocer al mundo su quinta edición. Desde esta perspectiva, han ido surgiendo y multiplicándose diferentes clasificaciones encabezadas por el mal llamado ADD o ADHD, Trastornos Generalizados del Desarrollo, Trastornos Oposicionistas o el Trastorno Bipolar Infantil.

“Estamos ante un caso de clasificación ‘chatarra’ que, como esa comida, trae consecuencias en el organismo y en la vida de los niños. Pues el DSM y las clasificaciones en general reducen las prácticas sociales complejas como criar, educar, diagnosticar y curar a procedimientos ‘técnicos’”, sostiene Juan Vasen, psiquiatra infanto-juvenil y psicoanalista. El profesional advierte que “la técnica es encantadora, casi mágica: miles de padres, docentes y profesionales creen que están contribuyendo, a través de ella y sus fármacos, al control sobre fenómenos de nuestra ‘naturaleza’”.

El simposio reunió a más de mil trescientos profesionales de la salud y la educación, que trabajan con niños y adolescentes, docentes, psicólogos, pediatras, psicopedagogos, trabajadores sociales y de la cultura que creen que un niño no puede ser un “trastorno” y que consideran que el sufrimiento no puede ser catalogado mediante siglas como ADD, TGD, TOC o TEA.

“En los últimos años, ha aumentado de modo alarmante la cantidad de niños rotulados y el avance de las formas tecnocráticas de ‘diagnóstico’ (screenings y tests reduccionistas y masivos) aplicados a diferentes cuadros”, advierten los organizadores. Por eso, el objetivo de los profesionales es “el cuestionamiento de algunos diagnósticos que, con mucha facilidad, se endosan a niños y a adolescentes, sin tener en cuenta su singularidad ni la época, así como tampoco la complejidad del funcionamiento psíquico en la infancia y en la adolescencia”.

“Al objetivar así el padecer –sostienen–, se termina por considerar el comportamiento como algo estático: un trastorno endógeno y atemporal. Si, en cambio, consideramos que todo niño es un sujeto en devenir, que está transitando momentos de la vida que se definen por la transformación, entonces nuestras prácticas deberán tomar nota de esto a la hora de intervenir para paliar su sufrimiento.”

De ese modo, en el encuentro se trabajó en los recursos y estrategias para implementar en las aulas y en la clínica, con niños, niñas y adolescentes y con sus familias. “No sólo se trata de considerar las acciones individuales, sino de tener en cuenta el nivel de las políticas públicas, porque ellas pueden generar una mayor inclusión social y propiciar diferentes impactos en la salud física y mental”, argumentaron.

Se trata de tener en cuenta los derechos universales de niños, niñas y adolescentes, con particular atención en aquellos que atraviesan situaciones de mayor vulnerabilidad social y exclusión, cuyas manifestaciones se confunden frecuentemente con patologías psíquicas a las que se le suele atribuir una causa orgánica.

En definitiva, el eje del encuentro transitó sobre la contradicción entre intervenciones que clasifican y patologizan a los niños, fomentando la creciente medicalización, frente a otras basadas en una “escucha comprensiva” de las múltiples dimensiones en juego de los síntomas y trastornos.

“No es lo mismo clasificar que diagnosticar, reconocer sufrimiento que patologizar, prescribir medicamentos con criterio científico y pertinente, que medicalizar la vida”, definen. Es que, advierten, la presencia crecientemente naturalizada de los psicofármacos en la vida diaria y el avance de una mercantilización, apunta a “ampliar un mercado de medicamentos en permanente expansión y a reducir la infinita riqueza de las relaciones sociales a relaciones mercado-consumidor/cliente”.

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El eje es tener en cuenta los derechos universales de niños, niñas y adolescentes.
 
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