SOCIEDAD

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 Por Rodrigo Fresán

Está claro que lo que se ve ahora, desde el aire, transmitido en vivo y en directo, hubiera hecho las delicias de Cecil B. De Mille: miles y miles de confundidos extras lanzándose a las calles de metrópolis de Estados Unidos y Canadá. Nueva York, claro, siempre será la más fotogénica y ahí van otra vez –como durante aquella terrible mañana de septiembre– hombres y mujeres y niños cruzando los puentes y huyendo de la ciudad súbitamente poseídos por un impostergable y animal impulso migratorio y preocupados no tanto por el colosal apagón sino por lo que pudo haber causado el colosal apagón.
Y está todavía más claro que –desde un punto simplemente narrativo– hay algo de frustrante en semejante superproducción donde se deja de producir electricidad: el “episodio” ha tenido lugar en una rabiosa tarde estival en lugar de –como ocurrió con otros apagones históricos e histéricos– durante una noche oscura que no demoraría en iluminar películas tontas, novelas todavía más tontas y, nueve meses más tarde, un considerable aumento en la tasa de natalidad de una Manhattan donde todos se lanzaron a ya saben qué porque se acaba el mundo.
Ahora, Broadway sin luz a las siete de la tarde no es muy diferente de Broadway con luz a las siete de la tarde; pero la distancia que separa a aquella oscuridad de esta luz es mucho más larga de lo que pueden suponer unas cuantas décadas: entonces nadie pensó que la falla del sistema podía deberse a algo más que un simple desliz tecnológico; hoy, en lo primero que se piensa es en una nueva entrega de terroristas cada vez más contaminados por la efectiva espectacularidad efectista y especial que Hollywood ha sabido diseminar por las pantallas de los cines y los televisores del mundo desde esos cines y televisores made in USA que –ahora mismo– interrumpen sus películas y sus programaciones porque se han quedado sin el jugo que los hace vibrar. Así, imposibilitados de ver lo que pasa, los norteamericanos han salido en masa a las calles para aparecer en los noticieros, los noticieros donde yo los veo. Tiene su gracia: descartadas quedaron las novedades en los incendios de bosques españoles provocados por excitados pirómanos o la noticia de que tres mil franceses han muerto por “complicaciones relacionadas con el calor” para el que, parece, no están biológicamente preparados, así como los pronósticos meteorológicos que nos juran –difícil creerles– que la ola de calor se acabará este viernes, por favor, en serio.
Ahora, otra vez, los ojos del mundo vuelven a Nueva York –y a sus hermanas más o menos menores, a las actrices de reparto– y todo es bastante confuso y al terror reflejo y automático por un nuevo atentado, se van sumando las desmentidas tranquilizadoras del alcalde (parece que se trató simplemente de una recarga en los generadores; lo que en tiempos menos “interesantes” sería una pésima nueva pero, dadas las circunstancias, parece ser motivo de celebración), los percances de tipo práctico (la gente rescatada de ascensores, de subtes, los aviones desviados, los quirófanos en freeze-frame), la fermentación de millones de anécdotas graciosas (que no tienen que ser necesariamente verdaderas, lo importante es el contexto que –valga la paradoja– las dará a luz), la paranoia rampante y la excitación de la gente de la Fox News (siempre listos para ofrecer hipótesis inquietantes sobre “lo que puede llegar a ocurrir si esto no se soluciona para cuando lleguen las sombras de la noche” y entrevistar a ciudadanos “preocupados porque estamos a merced de cualquier ataque sorpresa”), y ahora mismo –mientras tecleo esto– las cabezas parlantes de la CNN anuncian que la energía comienza a volver. Así que poca cosa y mucho miedo y no creo que haya habido mucho tiempo o intimidad para fabricar nuevos luminosos hijos del apagón. Ahora Bush (de vacaciones en su rancho en Texas, donde no se cortó la corriente) anuncia en tape que ha atrapado a otro monstruo islámico top cuyo nombre le cuesta pronunciar y, se nos advierte, ya dirá algo sobre las pocas luces de hoy en cualquier momento; el FBI jura y promete que no hay indicio alguno de actividad sospechosa (lo cual, después del 11/9/2001 no tranquilizará a los intranquilos); los estrategas del Pentágono investigan cuál es el país tercermundista mayor productor de electricidad para ver si se les ocurre alguna buena excusa para invadirlo lo más rápido posible; y una cosa es segura: los que peor la están pasando son los guionistas de David Letterman y Jay Leno y Conan O’Brien –anfitriones de los talk-shows de rigor– quienes ya se han encerrado, sin aire acondicionado y a la luz de las linternas, a fabricar los encandilantes chistes de esta noche.

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